En 1951 la encontramos instalada en Nueva York, donde una familia de Southampton la contrató como niñera. Mientras cuidaba de las pequeñas, Vivian cogía su cámara e inmortalizaba la vida cotidiana del Nueva York de mediados del siglo pasado. Personas anónimas que se convirtieron en modelos silenciosos de una fotógrafa que se negó siempre a entregar su arte al mundo. En su habitación acumulaba negativos además de cintas de video, audios y recortes de periódicos.
Vivian era una mujer solitaria que viajó a lo largo y ancho del mundo con su cámara a cuestas (fue variando de modelo y perfeccionando su técnica) y atrapó con su objetivo el escenario vital de hombres y mujeres de lugares tan lejanos como las Islas Caribe o Asia. Ella misma se convirtió en modelo de su obra fotográfica. Su rostro aparece en muchas instantáneas reflejado en un espejo que congeló para la eternidad la imagen de esta mujer que se empeñó en esconder su propia identidad, daba nombres falsos allí donde iba, y se negó de manera reiterada a vender su arte.
Años después, la mujer que vestía desaliñada, con atuendo masculino y gorros de ala ancha, se vio sola y pobre, sin un hogar. Fueron tres hermanos que había cuidado en Chicago los que acudieron en su ayuda y le pagaron parte del precio de un pequeño estudio al que se trasladó con sus cajas de recuerdos.
El 21 de abril de 2009, después de una caída en el hielo de las calles de Chicago, Vivian Maier fallecía sola, en un asilo de ancianos.
Desde que su amplia obra fuera descubierta y el mundo le quitara la máscara a la niñera, la obra de Vivian Maier se ha expuesto en galerías de todo el mundo y se han realizado varios documentales y libros que intentan desentrañar la verdadera personalidad de esta maga de la fotografía. Su obra se ha convertido en un amplio y valiosísimo documento gráfico de la historia cotidiana del mundo de la segunda mitad del siglo XX.
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