La Noche de los Museos 2012: entre la decepción y la sorpresa

Publicado el 13 noviembre 2012 por Nicopasi

 Que Buenos Aires es una capital cultural no cabe ninguna duda. Tampoco de que es una de las más cosmopolitas del cono sur y la que menos argumentos deja para aquellos que ponen como excusa el problema monetario para ingresar a los miles de templos de la cultura que existen en el mapa porteño.
Pero si bien es cierto de que el acceso a la cultura se ha democratizado (por decirlo de un modo elegante) algunas propuestas deberían contar con mejores políticas que reglamenten la forma en que éstas se van a llevar a cabo, ya que muchas veces, debido a cuestiones de organización (¿o desorganización?) acaban produciendo el efecto contrario del que se quiere lograr cuando se las pergeña.
Eventos y propuestas hay muchas pero esta vez quiero detenerme específicamente en la última entrega de la Noche de los Museos llevada a cabo el pasado 10 del corriente, cita que proponía  una noche de puertas abiertas en ciento de museos, teatros, espacios culturales, los gigantes estudios de la televisión pública además de  varias iglesias, mezquitas, templos  y sinagogas.
Los organizadores pensaron que además de brindar una suculenta lista de museos abiertos para que se puedan visitar, era necesario además, otorgar el beneficio de viajar de forma gratuita en la mayoría de las líneas de colectivos que unían los diferentes puntos de la agenda cultural. Para hacer uso del derecho había que imprimir de la página del GCBA un pase que convertía al portador del mismo en viajero gratuito.Pero grande fue la sorpresa de muchos  al querer hacer uso del beneficio otorgado y encontrarse con que los choferes de colectivos aseguraban no estar informados acerca de la modalidad y en algunos casos, incluso, informaban que no era cierto.
Hasta ahí la mayoría no se quejó ya que lo importante en realidad no era viajar gratis por la ciudad sino poder asistir a los museos, pero, en esa instancia, fué cuando quedaron al descubierto las consecuencias del otro grave error de organización: en la mayoría de los casos era prácticamente imposible ingresar en los museos.
Junto con mi grupo de amigos probamos suerte primero en el Museo del Bicentenario (en el cual había a las 21.30hs una fila que bordeaba la Casa Rosada y atravesaba la Plaza de Mayo). Ante la imposibilidad de poder entrar probamos suerte en el museo del Cabildo, para el cual había otra fila kilométrica de iguales características  y aclaraban que entraban en grupos de 30 personas y que cada visita duraba entre 45 minutos y una hora (con lo cual las posibilidades de acceso eran casi nulas).

Como la idea no era pasar una noche entera haciendo cola, salimos del Cabildo y enfilamos hacia el Obelisco. Una vez allí se nos ocurrió la idea de visitar el Teatro Colón, ya que algunos de mis amigos no lo conocían y supuse que, al estar en la Noche de los Museos, seguramente habría alguna visita guiada. Al llegar a la entrada de la calle Tucumán (custodiada por la flamante Plaza del Vaticano) descubrimos para nuestro asombro que la fila atravesaba la plaza, cruzaba Tucumán y continuaba hasta Libertad a escasos metros de la Avenida Córdoba.
Se imaginarán que jamás cometimos la locura de hacer la fila y mucho menos luego de escuchar a uno de lo organizadores que informó que el teatro sólo permanecía abierto hasta la 1 de la mañana.
-Pero cómo ¿no era hasta las 3 de la mañana? dijo una señora muy bien vestida que tapó su boca con un pañuelo luego de emitir esas palabras para paliar el frío que atravesaba amplia la Plaza Lavalle.
- Sí señora, la mayoría de los museos son hasta las 3, pero el teatro es hasta la 1. le contestó el hombre que se perdió raudamente entre la multitud con una pila de catálogos en sus manos.
Oído aquello decidimos hacer una parada y analizar qué hacer: si seguir intentando en vano o buscar algunos museos que tuvieran menor afluencia de público, aunque no por eso menos interesantes. Y esa opción fué la más acertada. A metros de las últimas personas que formaban la fila para ingresar al Colón vimos las puertas del Museo Judío de Buenos Aires y, al lado, abierto de par en par el pórtico dorado de la gran sinagoga de la calle Libertad ofrecía una invitación a sumergirse por un rato en la cultura hebrea.
Sin dudarlo ingresamos (nunca antes ninguno de los cinco lo había visitado) y resultó una experiencia inolvidable.  En la planta inferior se exhibía  una muestra de Mariana Schapiro y luego comenzamos a recorrer los recovecos del museo, el cual se encuentra cargado de torás, rollos litúrgicos, elementos para las diferentes ceremonias y oficios, pinturas que reconstruyen y conmemoran los momentos más importantes de la historia del pueblo judío y hasta una videoinstalación muy interesante en la cual se proyectaba en un televisor oculto en una tarima diferentes programas de la tv. argentina que tocaron la temática de los judíos como colectivo social.
Así es como en un video de media hora aproximadamente se sucedían con ritmo frenético imágenes de los sketchs de Tato Bores, las intervenciones de Marcos Zucker en las películas de Olmedo, aquel unitario Mosca y Smith que pasó sin pena ni gloria, el divertido Alfredo Casero y su inolvidable madre judía de Cha-cha-cha para finalizar con Peter Capusotto y su Kosher Waters, versión judía del cantante de Pink Floyd.
 
Al ingresar en una sala pequeña y repleta de objetos de plata (entre los que sobresalían decenas de Janukás de diferentes estilos y tamaños) vimos con alegría un cartel que con una flecha indicaba el acceso a la sinagoga. Desde siempre esa sinagoga me llamó mucho la atención y tener en ese momento, la posibilidad de poder ingresar se trasformó en un verdadero acontecimiento. Así es que con mi amigo tomamos una quipá de las que había en una caja en una de las entradas y junto a nuestras amigas, ingresamos en el recinto.
La sinagoga por dentro es así:

Dos jóvenes dependientes del museo judío explicaban a los goys que nos encontrábamos en plan cultural (puesto que es difícil hacerlo o sentirlo en plan religioso) los secretos que la sinagoga esconde debajo de su intrincada arquitectura y algunos datos interesantes acerca de los rituales y las celebraciones que se llevan a cabo en ella.

Por un instante tuve la sensación de estar en algunas de las sinagogas que abundan en Praga (esas que forman parte del circuito oficial hebreo) o bien en alguna de esas que tanto me llamaron la atención en Varsovia.

Terminada la visita nos fuimos a cenar a una pizzería de la calle Corrientes (¿Que otro plan mejor puede haber estando en esa zona?). Como aún nos quedaba tiempo decidimos probar suerte en algún otro lugar, pero lamentablemente ya era un poco tarde y la suerte se empecinaba en mostrarnos que no estaba de nuestro lado. Así fuimos al Paseo La Plaza para intentar ingresar en el Museo Beatle (no sabía que existía) pero al llegar la fila serpenteaba el paseo en buena parte de su extensión y nos avisaron que no hiciéramos la fila por que en  diez minutos cerraban (cuando aún faltaban dos horas para que se cumpliera el horario propuesto por los organizadores).
Sin lamentarnos por eso tomamos Callao en dirección al sur y caminamos hacia el Congreso. Ése seguro que estaba abierto me dije para mis adentros. En el camino nos cruzamos con un alborotado grupo de jóvenes vestidos como personajes de animé (que habían quedado de la Marcha del Orgullo Gay llevada a cabo ese mismo día) quienes tomaron la avenida y le dieron un aire de rave berlinesa o encuentro de Otakus de esos que abundan en Japón.
El Congreso se alzaba iluminado demostrando todo su esplendor . Los basureros intentaban poner en orden la ciudad que se encontraba plateada por los papelitos que se habían tirado durante los festejos del Gay Pride y una larga fila ya se avistaba sobre la entrada de la calle Rivadavia.
- Señores ya está cerrado, dijo uno de los organizadores que con algunos folletos en la mano se acercó a nosotros para advertirnos. El Congreso tampoco pudo ser, pensé. Quedará para otra noche de museos.
Volvimos por Rivadavia y caminamos hasta la Avenida de Mayo. De no haber sido por la posibilidad de ingresar en el Museo Judío la noche de los museos se hubiera transformado en la noche de las decepciones. Pero por suerte en la gran ciudad siempre hay espacios interesantes por descubrir. Y si a eso se le suma lo placentero de una salida con amigos, el plan seduce tanto como el mejor de los viajes a cualquier ciudad del mundo.