Ningún buen libro puede ser condensado en una reseña, por larga y meticulosa que ésta se plantee ser. Y menos aún cuando el libro contiene tantos primores y tanta belleza como La noche de los tiempos, la descomunal novela de casi mil páginas que Antonio Muñoz Molina publicó en 2009 en el sello Seix Barral.Describamos la semilla: el arquitecto Ignacio Abel, casado y con dos hijos, conoce a pocos meses del inicio de la guerra civil de 1936 a la joven estudiante americana Judith Biely. Víctima de un matrimonio infeliz, se enamora de ella y comienzan una relación adulterina, que queda desbaratada cuando la esposa de Ignacio descubre la existencia de Judith; y, casi de forma simultánea, estalla la guerra. Hay una separación de los amantes y, por avatares del conflicto bélico, Ignacio termina pasando a Francia, y de allí a los Estados Unidos, donde seguirá trabajando como arquitecto a las órdenes de un multimillonario, buen amigo de Judith.Ese leve núcleo temático se enriquece con la aparición de numerosos personajes reales del mundo de la política (Negrín, Azaña, Largo Caballero) y de la literatura (Rafael Alberti, José Moreno Villa, José Bergamín), así como con la meticulosa descripción de la vida madrileña antes y después del estallido de la sublevación militar. Pero, sobre todo, con el despliegue de una de las mejores virtudes del escritor de Úbeda: su capacidad para adentrarse en el alma de sus protagonistas y trasladarnos todos los pliegues de sus emociones: la melancolía, la decepción, el desasosiego, el fervor, la decrepitud, la nobleza, el idealismo. Con saltos continuos en el tiempo; dejándonos en las manos, con infinito mimo, las piezas sucesivas del rompecabezas; dibujándonos la acuarela de un tiempo infame, vengativo, turbio e iracundo, Antonio Muñoz Molina construye un relato espiral, que se va agrandando como las ondas provocadas por una piedra que se sumerge en el lago y que, pese a sus numerosas repeticiones (el texto insiste en determinadas zonas emocionales o argumentales varias veces, para que queden mejor impresas en el ánimo del lector), no se hace fatigosa en ningún momento.No me cansaría de enumerar las maravillas que este volumen me ha deparado: el increíble retrato melancólico del escritor y pintor sin éxito José Moreno Villa, desbordado por la arrolladora energía y ambición de sus colegas del 27; la lenta pero inexorable degradación moral del hermano de Adela, que evoluciona desde la estupidez hasta el fascismo; la dignidad imperturbable del profesor Rossman, perseguido por el totalitarismo comunista y por el totalitarismo fascista; la silente tristeza de la esposa de Ignacio, víctima inocente del amor impetuoso que su marido experimenta por Judith; la engreída petulancia de Van Doren, dios subalterno que observa con altanería a los demás seres humanos… Cada uno de los personajes (da igual su importancia argumental o el caudal de páginas que protagonice) es presentado con exquisita pasión de orfebre: lleno de luces y de sombras; con pasado, presente y futuro; admirablemente vivo y real.Novela prodigiosa, que quizá no admita relecturas (su densidad y su longitud mastodónticas exigen muchísimas horas de dedicación atenta), pero que siempre enriquecerá cuando volvamos a acercarnos para leer tres o cuatro páginas, aleatoriamente escogidas. En cada pétalo está la rosa.
Ningún buen libro puede ser condensado en una reseña, por larga y meticulosa que ésta se plantee ser. Y menos aún cuando el libro contiene tantos primores y tanta belleza como La noche de los tiempos, la descomunal novela de casi mil páginas que Antonio Muñoz Molina publicó en 2009 en el sello Seix Barral.Describamos la semilla: el arquitecto Ignacio Abel, casado y con dos hijos, conoce a pocos meses del inicio de la guerra civil de 1936 a la joven estudiante americana Judith Biely. Víctima de un matrimonio infeliz, se enamora de ella y comienzan una relación adulterina, que queda desbaratada cuando la esposa de Ignacio descubre la existencia de Judith; y, casi de forma simultánea, estalla la guerra. Hay una separación de los amantes y, por avatares del conflicto bélico, Ignacio termina pasando a Francia, y de allí a los Estados Unidos, donde seguirá trabajando como arquitecto a las órdenes de un multimillonario, buen amigo de Judith.Ese leve núcleo temático se enriquece con la aparición de numerosos personajes reales del mundo de la política (Negrín, Azaña, Largo Caballero) y de la literatura (Rafael Alberti, José Moreno Villa, José Bergamín), así como con la meticulosa descripción de la vida madrileña antes y después del estallido de la sublevación militar. Pero, sobre todo, con el despliegue de una de las mejores virtudes del escritor de Úbeda: su capacidad para adentrarse en el alma de sus protagonistas y trasladarnos todos los pliegues de sus emociones: la melancolía, la decepción, el desasosiego, el fervor, la decrepitud, la nobleza, el idealismo. Con saltos continuos en el tiempo; dejándonos en las manos, con infinito mimo, las piezas sucesivas del rompecabezas; dibujándonos la acuarela de un tiempo infame, vengativo, turbio e iracundo, Antonio Muñoz Molina construye un relato espiral, que se va agrandando como las ondas provocadas por una piedra que se sumerge en el lago y que, pese a sus numerosas repeticiones (el texto insiste en determinadas zonas emocionales o argumentales varias veces, para que queden mejor impresas en el ánimo del lector), no se hace fatigosa en ningún momento.No me cansaría de enumerar las maravillas que este volumen me ha deparado: el increíble retrato melancólico del escritor y pintor sin éxito José Moreno Villa, desbordado por la arrolladora energía y ambición de sus colegas del 27; la lenta pero inexorable degradación moral del hermano de Adela, que evoluciona desde la estupidez hasta el fascismo; la dignidad imperturbable del profesor Rossman, perseguido por el totalitarismo comunista y por el totalitarismo fascista; la silente tristeza de la esposa de Ignacio, víctima inocente del amor impetuoso que su marido experimenta por Judith; la engreída petulancia de Van Doren, dios subalterno que observa con altanería a los demás seres humanos… Cada uno de los personajes (da igual su importancia argumental o el caudal de páginas que protagonice) es presentado con exquisita pasión de orfebre: lleno de luces y de sombras; con pasado, presente y futuro; admirablemente vivo y real.Novela prodigiosa, que quizá no admita relecturas (su densidad y su longitud mastodónticas exigen muchísimas horas de dedicación atenta), pero que siempre enriquecerá cuando volvamos a acercarnos para leer tres o cuatro páginas, aleatoriamente escogidas. En cada pétalo está la rosa.