LA NOCHE DE TODOS LOS PINOS, por Francis Denis. Traducción del francés por Luisa Molina Colomer

Publicado el 09 agosto 2014 por Javier Flores Letelier

Arte por Francis Denis.

Mamá ha cerrado la puerta dejando pasar un ligero hilo de luz para que no sea devorado por las angustias de la noche.

Escucho sus pasos que se debilitan en el largo descenso al piso de abajo. Tose y luego se aclara la garganta. La sé desesperada de hacer tanto ruido y de no poder dominar el mal que la consume.

Todos se han ido. Dejaron la casa sin una palabra, ni un remordimiento. Ni una caricia. Ni un último beso.

Papá se fue el primero. Una tarde de lluvia, en la que el frío consumía nuestras manos, los muros y los vidrios, deslizándose a lo largo de las bandas de papel pintado que se despegaban de las paredes con lentitud y tenacidad.

Mamá había llorado toda la noche.

Horas más tarde fue el turno de Pierrot, mi hermano mayor. Se resguardó llevando lo que quedaba de dinero y de calor en nuestros corazones.

La gente viene a la casa con grandes cajas en los brazos. Mamá les sonríe, pero siente vergüenza. Yo sé que eso le remueve por dentro y que quisiera llorar detrás de esa sonrisa circunstancial.

Incluso el perro.

Incluso el perro se fue, con la cola entre las patas, sabiendo que no conseguiría tomar nada bueno ni consistente de nuestra parte, no más que un poco de cariño, que no alimenta.

Ni el menor lamido, ni el menor aullido… la cola entre las patas, como el peor de los bandidos!

Hundido, frío, en la cavidad de mi cama de sábanas blancas un poco ásperas, imagino otro mundo, un mundo de desquite en el que estoy orgulloso sobre mi caballo y donde mamá es la reina.

Hay flores en sus cabellos y las gentes sonríen a su paso. Me saludan como un príncipe y yo les arrojo piezas de oro bajo el azul del cielo.

Me cuesta dormir. Mamá está mal del estómago. Sufre en su corazón y en su cabeza.

Siento frío en mí, un gran vacío con su nudo en mi garganta que se hincha y me da miedo.
Nounours está caliente bajo mi almohada. Yo le susurro poemas al oído, canciones de agua y de alhajas.

Pronto será Navidad.

Los pinos morirán muy pronto este invierno. La nieve tendrá quizás el color de la ceniza y el gusto de las lágrimas.
Yo le atraparé una estrella gigante a mi madre! De lo alto del pino más grande del mundo. Y la tierra entera hará una farándula de luz en derredor. Será bello como el primer día. Se lo prometo. Tengo la fuerza en mí!

Pero el sueño se niega siempre a invadirme, a asestarme con su maza , a liberarme de mi día y de mis pensamientos.

Estoy un poco cansado ahora, pero no llego a cerrarlos, estos ojos, estos sagrados ojos que traicionan mis sueños.

Me levanto en silencio, desafiando el velo negro que me separa de la luz, allá, hacia la escalera que desciende.

Voy a reunirme con mamá y a consolarla.

Bajo ligero como un ángel, la madera apenas murmura bajo mis pies desnudos. Voy a acurrucarme contra ella y nuestros cuerpos se templarán con el débil resplandor de nuestra esperanza. Es necesario creerlo, mamá, es necesario. Habrá días mejores.

Todo está silencioso. Demasiado silencioso. No escucho más que mi propia respiración que se vuelve cada vez más agitada, presionando mi pecho. No estoy tranquilo. Tengo miedo.

Empujo la puerta de la cocina que chirría.

Hay sombras que danzan sobre los muros, resplandores de estrellas que atravesaron las cortinas de la ventana y luces de autos, y murmullo de alas, y susurros. Es la noche que se instala.

Mamá esta recta en medio de la cocina. Blanca e inmóvil. Cuelga, suspendida por el cuello por la cuerda que la une al techo.

Valor, mamá, voy a reunirme contigo…

Texto original