La noche de la TDT se ha convertido en el reino, muchas veces ilegal, de auténticos sinvergüenzas sin oficio ni bachillerato que se limitan a aprovecharse de la credulidad, de la ignorancia, del dolor, de la soledad y hasta de la angustia de mucha gente que ya no tiene en qué creer, a qué agarrarse, qué esperar o a quién querer.
Qué días felices aquellos en que nos desternillábamos con el histrionismo de Aramís Fuster.