La casa estaba sola y el rítmico lamento del suelo de madera podrida se escuchaba cada vez más cercano, casi a mi lado, entreverándose insistente con el bramar del viento. Me tapé los oídos y me acurruqué en lo hondo de aquellas sábanas que olían a polvo y años. De repente, un silencio atronador ahogó por completo el silbar del viento y el crujir de tablas en un pozo de negro miedo que hizo silbar mis oídos. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo y multitud de imágenes truculentas se barajaron sin orden en mi cerebro enfebrecido, diluyéndose al fin en la irrevocable certeza de que no estaba solo.
La pasarela del cielo
La casa estaba sola y el rítmico lamento del suelo de madera podrida se escuchaba cada vez más cercano, casi a mi lado, entreverándose insistente con el bramar del viento. Me tapé los oídos y me acurruqué en lo hondo de aquellas sábanas que olían a polvo y años. De repente, un silencio atronador ahogó por completo el silbar del viento y el crujir de tablas en un pozo de negro miedo que hizo silbar mis oídos. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo y multitud de imágenes truculentas se barajaron sin orden en mi cerebro enfebrecido, diluyéndose al fin en la irrevocable certeza de que no estaba solo.
La casa estaba sola y el rítmico lamento del suelo de madera podrida se escuchaba cada vez más cercano, casi a mi lado, entreverándose insistente con el bramar del viento. Me tapé los oídos y me acurruqué en lo hondo de aquellas sábanas que olían a polvo y años. De repente, un silencio atronador ahogó por completo el silbar del viento y el crujir de tablas en un pozo de negro miedo que hizo silbar mis oídos. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo y multitud de imágenes truculentas se barajaron sin orden en mi cerebro enfebrecido, diluyéndose al fin en la irrevocable certeza de que no estaba solo.