Vetusta Blues. –“La noche ganada, la noche perdida”
Dice un proverbio ruso que añorar el pasado es correr tras el viento. En los años 80 uno de los mayores logros del ambiente de libertad fue conquistar la noche y transformarla en un territorio activo, de agitación y movimiento cultural, en un crisol de sensaciones alejado de la marginación. Umbral advertía desde sus columnas periodísticas que la democracia no era una fiesta y, por desgracia, esa celebración de la libertad se escapa a través de la pérdida de la noche, ahora que la oligarquía política la ha convertido en su exclusivo festín. Esa noche, que una generación conquistó para disfrute de las venideras, se ha ido transformando, pervirtiendo, hasta convertirse en un campo de estéril batalla que responde al nombre de botellón. Las hordas del “todo gratis” han irrumpido en la noche conquistada para arrasarla. Los locales donde se hablaba, se escuchaba música, se bebía y se amaba han sido sustituidos por oleadas gritonas que sólo se comunican a voces o a través de artefactos móviles infaustos desde los que se llega por la cara a toda creación. Rápidos y efímeros a la busca de la gran arcada final con la que concluir un absurdo viaje de fin de semana hacia ninguna parte.No es de extrañar que desaparezcan locales. Hace unas fechas, el emblemático Supernova cerraba tras no admitir las nuevas tarifas de un casero que debió pensar que aquello era como el vergel noctámbulo que fueron los 80. Hoy, la Santa Sebe dice adiós, llevándose por delante treinta años de vivencias en libertad. La memoria comienza a golpear con escenas olvidadas, quizás para mantenerlas a cubierto del ruido estúpido y caótico del botellón: un concierto de Steve Wynn coincidiendo con mi cumpleaños en el que el líder de Dream Syndicate acabó con dolor en su muñeca de tantos discos y cds como me tuvo que firmar; el quinto aniversario de mi programa de radio “Club Alternativo”, con la sala hasta la bandera para ver y escuchar a Zombi Zú, Sangrientos, Mamy Carter y Soviet Sister; una entrevista con Christina Rosenvinge para la televisión tras su prueba de sonido en la que la pelirroja abroncó a los de la barra por el ruido con el que saboteaban nuestra conversación; una velada con Javier Corcobado que se extendió hasta bien entrado el día tras un sensacional concierto junto a Manta Ray… Tantas y tantas noches con la música pinchada por Jorge Collado o Ramón Zarauza. Momentos que jalonan vidas, altos y bajos que se evaporan ahora que su alma -Yolanda Lobo- ha decidido tomar un nuevo camino. Para bien o para mal, los tiempos cambian y hay que tratar de adaptarse sin perder la esencia.
Oviedo ha ido dejando escapar un rosario de lugares emblemáticos de la noche en estos treinta años: el Metro, el No Name, el Paddock, el Channel, el Movie, el Monster, el Cechini, la Antigua Estación, la Caja Negra, el Supernova, la Santa Sebe… Nos queda aún la esperanza de quienes se quedan: el Diario Roma, el Plaza, el Paraguas, el Café Paraíso, el Rocket, el Sol y Sombra, el Xalabam (y el Mabalax), los más nuevos como el Fauno, el Serie B o ese espacio singular como es la Lata de Zinc para creer que no todo está perdido. Que aún podemos sumergirnos en la noche para sentirnos libres frente a esta asfixiante realidad que se empeña en recluirnos en pequeños mundos para así manejarnos al antojo de quienes nos han conducido a este marasmo. Ya lo expresó John Waters con su crudo cincel: “Lo realmente terrorífico es quedarse en casa”.
MANOLO D. ABADPublicado en la edición papel del diario "El Comercio" el sábado 15 de noviembre de 2014