La tesis de Ridao quedó resumida hace ya tiempo en un artículo publicado en El País: Los fueros de la ficción, del que, evidentemente, recomiendo su lectura. Para él, existen ingredientes que, con más o menos matices, se repiten entre las páginas de este tipo de novelas: una buena dosis de moralina cargada de obviedades (la paz es buena, la guerra es mala); la autocomplacencia de los autores que exhiben, por un lado, su capacidad para recopilar datos y, por otro, su claro y rotundo posicionamiento entre los "buenos" o la falta de crítica que se une a la adopción de los convencionalismos históricos comúnmente aceptados. A todo ello, creo que bien podría añadirse el interés de la industria editorial por alimentar el género y sus prolijos autores.
La utilización de la historia vestida con el traje de la creación literaria -incluidas las formas más burdas de su manipulación- no es una cuestión novedosa. Pero si es cierto que, ya que la novela histórica es la gran triunfadora de las listas de ventas, probablemente podríamos pedir a cambio algo más de compromiso ético y moral en detrimento de lo políticamente correcto y, quizá, en el ámbito estrictamente literario, un mayor atrevimiento y originalidad en las fórmulas de acercamiento narrativo al hecho histórico.
Sea como sea, un buen tema para el debate puesto sobre la mesa por José María Ridao -que en la conversación mantenida con él recordó su etapa de coincidencia diplomática en Moscú con el Vizconde del Castillo de Almansa, y que también fuera jefe de la Casa del rey, José Fernando de Almansa-, al que hemos de agradecer su paso por nuestra ciudad.