la novela como una forma de venganza de la realidad

Publicado el 02 mayo 2014 por Libretachatarra

Arturo Pérez-Reverte es un habitué de esta página. Sus reportajes son una delicia. Y el recientemente publicado por ADN Cultura, el suplemento de cultura de “La Nación”, no es la excepción. No nos resistimos a la tentación de seleccionar algunos párrafos de la entrevista que recomendamos leer en su totalidad.

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Como escritor he empeorado. Creo que todo escritor empeora con el tiempo. (…) Tengo una teoría intuitiva, como lector que soy. Todo escritor tiene una etapa inicial de fuerza, de vigor, de creatividad intensa, de novedad. Cuando irrumpe, uno tiene una frescura, un impulso inicial que con el tiempo se profesionaliza.
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Pero en cuanto al acto narrativo, a la frescura, a la forma de plantear la novela, la profesionalización de un escritor le quita mordiente, le quita encanto, la espontaneidad del autor que se lanza a una obra con el vigor de los primeros pasos. Yo creo que todos los escritores, los grandes también, todos, aunque ganen en otras cosas, a medida que se profesionalizan pierden el estado de gracia inicial que tiene toda figura de la literatura cuando desembarca en el mundo de la narración.
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El peor enemigo de un escritor es la vanidad. ¿Sabes qué pasa? Cuando un escritor triunfa -gana dinero, tiene lectores o prestigio- corre el riesgo de decir: “Ya lo he conseguido”. O convertirse en una especie de prolongación de sí mismo. (…) Y convertir su obra en parte de ese personaje, adaptar su obra a ese personaje. Eso es muy peligroso, porque el escritor interesante es el que mantiene esa lucidez, esa especie de mirada crítica sobre sí mismo y sobre su obra, que es capaz de decir “me estoy anquilosando”, “me estoy esclerotizando”, “me estoy repitiendo a mí mismo, envejeciendo sin evolucionar”. Cuando ganas dinero y la gente te aplaude, es muy difícil escapar. La crítica no te sirve, porque el que te quiere te elogia y el que no te ataca. No tienes ningún elemento exterior que te ayude a vigilarte; el único elemento es la propia lucidez.
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Yo no elijo. Las novelas te eligen ellas.
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Un escritor se construye sobre esos tres ejes: lecturas, vida, imaginación. Para mí, un escritor al que le falta algo de eso nunca será un escritor interesante.
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...yo creo que quien dice “tengo el síndrome de la página en blanco” no es un escritor. No conozco ni un solo escritor, ni uno solo, digo de los escritores de verdad, al que le preocupe la página en blanco. Porque no tiene páginas en blanco. Si algo hace un escritor, es escribir. No conozco ni uno al que le pase. Y hablo de los grandes, de Vargas Llosa, de Marías, de mis amigos en general. Todos tienen siempre un mundo que va con ellos, como moscas que van a su alrededor. Cuando terminan una novela a lo mejor se quedan un tiempo descansando, que es otra cosa. Porque el esfuerzo de escribir una novela es agotador. Descansan porque necesitan reponerse antes de abordar la siguiente, pero eso de decir: “Voy a ver qué escribo”. ¡Pero vete al carajo! ¿De qué me estás hablando? Dedícate a otra cosa, le diría. ¿Para qué escribes?, ¿para ligar, porque es elegante, porque socialmente es bonito, para ganar pasta? ¡Eres un advenedizo, eres un cantamañanas, vete por ahí!
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Cuando uno es joven, no piensa que tiene fecha de caducidad. Cuando se es mayor, como yo ahora, uno se da cuenta de que el tiempo es limitado y que nunca va a poder escribir todas las historias que quiere contar. Ésa es la parte dolorosa. Te das cuenta de que tienes por delante unos años concretos y que tienes más historias que años. Y entonces viene lo terrible: ¿a quién sacrifico? ¿A quién de mis hijos sacrifico, a quién salvo y a quién no? (…) Ahora es cuando estoy dolorosamente apartando cosas que he decidido que no escribiré. Novelas que me acompañan desde hace años, toda mi vida, que están esperando su momento y resulta que no lo van a tener. Y eso es muy triste porque sabes que van a morir contigo. Sería absurdo tratar de escribirlo todo. Ese elegir es doloroso. Por eso es tan importante no equivocarte, acertar bien.
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...yo vivo en un mundo que no me gusta. Fui educado por abuelos nacidos en el siglo XIX, en una casa con biblioteca y con cierta manera de entender la vida, la cultura, Europa, Occidente, que va desde la Biblia y el Talmud, el Corán y Aristóteles hasta ahora mismo. Después salí a la vida y viví en un mundo de guerras durante 21 años, justamente lo opuesto a aquello para lo que había sido educado. Más tarde, como novelista y como individuo adulto europeo, he visto desmoronarse la cultura occidental. Yo sé que los bárbaros están ahí. El Occidente que conocimos se está muriendo; estamos en el final de un mundo. Vivir con historias en la cabeza es como tener una biblioteca propia, interactiva. Tener el recurso de sumergirte en ese mundo cada día es un alivio. Te levantas por la mañana, prendes la radio y te enteras de lo que han dicho Cristina Kirchner o Rajoy, o que Putin invadió Crimea, y dices: “Pueden irse todos al mismísimo carajo”; pero a los diez minutos te sientas en tu cuarto de trabajo y te pones a escribir una novela, a trabajar en el mundo que tienes en la cabeza, un mundo que tú puedes controlar, y eso te da un profundo consuelo.
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No es que te haga olvidar el mundo de afuera, pero te permite soportarlo. Dentro de la novela, tú puedes adjudicar premios y castigos, administrar justicia, puedes ser noble si lo quieres, ser malvado. Puedes hacer cosas que dan sentido a la vida. Para mí escribir novelas es una forma magnífica de soportar un presente que no me gusta.
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Decía uno de los filósofos de la Revolución Francesa que sin historia no se puede hacer política. El problema de los políticos de ahora es que son analfabetos. Allá y acá y donde sea. No han leído historia, no conocen los mecanismos aplicables a resolver los problemas. Mis novelas son muy variadas, pero siempre tienen de alguna forma la historia como materia narrativa, como clave, siempre hablan del presente.
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Somos tan gilipollas, tan gozosamente estúpidos, que no nos damos cuenta de que han perdido la guerra. ¡Hemos perdido la guerra! La hemos perdido con nuestra propia tropa. (…) Ganan los malos, como siempre. Gana la barbarie, la incultura, la estupidez, el miedo, la cobardía política y ética. Mis novelas, todas ellas, hablan de soldados derrotados de esa guerra, da igual que sea un grafitero o un tirador de esgrima, que un policía en el Cádiz de la guerra de la independencia. Mi patria no es España: mi patria es un Occidente que nace en el Mediterráneo, que se educa en las disciplinas clásicas griegas, latinas, en el Renacimiento, que viaja a América en barcos españoles y se mestiza. Ésa es mi patria, mi mundo. Soy consciente. Sé que se está derrumbando. Es la historia la que un día dice: “China, fuera; Roma, fuera; Grecia, fuera; Cartago, fuera”. Pues nos ha tocado. Intento que el lector lúcido, al leer mis novelas, se sienta partícipe de la melancolía de quien asiste a la derrota de un mundo. Ese mundo merece un epitafio. En mi modesta parcela mis novelas son el epitafio de ese mundo que se está extinguiendo.
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Es muy bonito saber por qué mueres. Todo ser humano tendría que tener derecho a saber que va a morir. Hay una frase de una de mis novelas de la que estoy muy orgulloso: “Pensar como griegos, luchar como troyanos y morir como romanos”. ¡Morir como romanos!: esa dignidad consciente de que estás en un mundo que se extingue. Yo, con mis novelas, miro a la cara al ángel de la muerte. Y me gustaría pensar que mi lector se siente partícipe en esa actitud de digna melancolía. La única actitud moral digna que un occidental puede tener hoy es la digna melancolía.
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Tengo la teoría de que también hay malvados en esta película que te acabo de contar. Malos por vileza y por estupidez. En general, por cada malo vil hay 99 malos estúpidos. Hay un sentido de la justicia que el ser humano necesita. La venganza tiene mala prensa. No sé por qué, es un sentimiento muy natural. El hombre necesita serenarse en la venganza cuando ha sido agraviado. Hemos ido delegando en el Estado la aplicación de la venganza. Pero en un mundo tan corrupto como éste, el Estado es incluso muchas veces el agraviador. Entonces queda ese sentimiento de venganza insatisfecho. Frente a eso, la única forma es tomarse uno la justicia por su mano. Yo no puedo ir por ahí a matar a Rajoy ni a Cristina Kirchner ni a Obama. Pero sí puedo con mi arma, que es la palabra, intentar hacer mi justicia. Mis columnas son mi forma de vengarme, de aplicar la venganza por medios civilizados. Yo a Rajoy lo zarandearía por las solapas, pero no lo puedo hacer?
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Estoy más enojado con los 99 malos estúpidos que con el vil. El malvado tiene en su naturaleza el mal. Pero los otros son cobardes, estúpidos, acomodaticios, borregos que se dejan arrastrar. Despreciando como desprecio a los nazis, desprecio más al ciudadano común que quiere congraciarse con el nazi y marca el saludo más fuerte a ver si se salva. La mayor parte del daño lo hacen las ratas, no el verdugo. La complicidad de la rata es la que hace que el verdugo pueda durar más tiempo. “Algo habrá hecho...”, de eso la Argentina sabe un huevo, qué te voy a contar.
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Yo he leído las memorias de Churchill, de De Gaulle, la biografía de Stalin, de Metternich, del duque de Chateaubriand. Todo lo que un lector culto debe leer. Sé lo que es un político y lo que es la cultura. Cuando escuchas a estos políticos que son unos analfabetos, que no han leído un libro en su vida, que no tienen la menor referencia histórica y cultural, dices: “¡De qué está hablando!” No tienen argumentos, repiten cuatro conceptos tontos para cuatro tontos. No tienen preparación intelectual ni moral. La historia te permite dar a todo eso una luz. Esta gente está desprovista de mecanismos: son autómatas de un sistema que se nutre a sí mismo. Los de aquí y los de Bruselas. Me desmoraliza enormemente ver que no hay un solo discurso con altura. ¿Dónde está el Churchill de ahora en Europa, dónde el Adenauer, el De Gaulle, el Metternich? No están porque además se les asfixia. No están porque se iguala en la mediocridad. Y eso es igual acá, en Europa o en la Argentina. Cuando un niño se destaca en la escuela, el sistema lo machaca. “Es que lee”, dicen. Eso lo he oído yo. Se quejan de que un chico de cuatro años aprende a leer y no se integra jugando al fútbol. Futuros líderes son obligados a ocultar su inteligencia y a aceptar las reglas mediocres que les impone el sistema. Los que el día de mañana tendrían que tirar de la sociedad, las elites -porque no me vengan con historias, el mundo se gobierna a través de elites cultas y preparadas que tiran del resto-. Entonces, a la gente que tiraría en el futuro la estamos asesinando en el colegio. Estamos creando generaciones de niños mediocres con ese igualitarismo mal entendido.
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El arte moderno es un fenómeno artificial que está en manos de galeristas y críticos. Un sistema con sus reglas y sus normas, pero artificiales. La vaca partida de Damien Hirst se puede poner en millones de euros, mientras que un artista muy bueno de fuera del circuito se queda en la ruina. Son operaciones comerciales. En la literatura es distinto. Existen también fabricaciones artificiales, pero la literatura de verdad está viva. Un escritor asociado con un crítico puede sacar algún libro, pero no es lo habitual. El mundo del libro es mucho más auténtico.
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Si fuera un escritor que tuviera 30 años, estaría asustado. El público está dejando de leer. (…) El tiempo libre se llena con mail, Internet, WhatsApp. Hay menor necesidad del libro como compañía. No es que el Kindle esté matando al libro; es que el libro está muriendo en todas sus versiones. (…) Si yo fuera un hombre joven con inquietudes literarias, me dedicaría a escribir argumentos para series de televisión. El futuro de la narrativa está ahí.
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Lo que te puedo decir es que yo pensaba que uno de los peligros de la vejez era la fatiga física, el cáncer. Pero no, es hacerte indiferente. La principal amenaza es la indiferencia. El haber vivido mucho te arriesga a que el mundo te resulte indiferente, a replegarte en ti mismo, en tus achaques, en tu biblioteca. Eso es peligroso, te hace egoísta y te hace envejecer más. La tentación la siento: tienes un velero, una biblioteca grande y la vida resuelta. ¿Qué más me da a mí que sea analfabeto el presidente del gobierno, qué más me da que los niños no lean en el colegio? Contra eso es contra lo que lucho, contra esa indiferencia. Escribir novelas y escribir artículos es justamente lo que me mantiene a salvo de la indiferencia todavía.
Reportaje de MARTÍN RODRÍGUEZ YEBRA a ARTURO PÉREZ-REVERTE
“El peor enemigo de un escritor es la vanidad”
(la nación, 25.04.14)