La revisión que la cineasta aragonesa Paula Ortiz ha realizado de “Bodas de Sangre”, una de las obras magnas de Federico García Lorca, se conforma como una de las adaptaciones literarias (terreno tan fructífero en estos últimos años) más acertadas e interesantes que ha dado el cine patrio en mucho tiempo. Partiendo de la obra teatral del poeta, narrador y dramaturgo perteneciente a la Generación del 27, “La Novia” cuenta en su haber con una serie de elementos que cumplen holgadamente por las dos bandas: por un lado, la de hacer justicia a la maestría del escritor; por el otro, la de arrojar una mirada personal y ciertamente dispar sobre el relato abordado.
De esta manera, Ortiz edifica la narración sobre el terreno de lo subjetivo: el “yo”, representado aquí por Inma Cuesta, se debate entre el corazón y la razón a la hora de dar el paso más importante de su vida, siendo sus sueños, imágenes mentales y percepciones sensoriales los que componen principalmente el mapa de la película: bellas imágenes acompañadas de auricularizaciones internas que formulan eficazmente, con ayuda de unas notables interpretaciones, el desequilibrio y el dolor que supone la duda.
Con todo ello, el planteamiento literario de Lorca es remodelado aquí por el ojo de Ortiz, quien, lejos de ridiculizar la obra, ofrece una experiencia diferente al explorarla desde otras intenciones: el énfasis recae principalmente en el esteticismo preciosista que ofrecen sus imágenes, acompasadas por un sorprendente uso de la música, y que, aun pudiendo provocar en ocasiones que forma se alce sobre contenido, no despacha fríamente al espectador al lograr su empatía gracias a la solidez final del conjunto.
En una frase: bella y muy cinematográfica adaptación con una espléndida puesta en escena de la prosa y el verso.
Pelayo Sánchez.