La novia desaparecida, un relato romántico

Por Déborah F. Muñoz @DeborahFMu

Escribe un relato con las palabras horizonte, retrato, pirata, candado y opinión. Esa era la consigna del reto de esta semana. Y esto salió.

La novia desaparecida

Su opinión no contaba para nada. Por mucho que se quejara, tendría que casarse con esa mujer a la que solo conocía por el pequeño retrato de ella que le habían mostrado. Adiós a sus sueños de libertad; ese matrimonio sería el candado definitivo que le ataría a esa vida anodina llena de normas para siempre.

"Ojalá la rapte algún pirata mientras viene hacia aquí", pensó deprimido. Pero no, al día siguiente llegaron noticias del barco, que llegaría a puerto al atardecer, y tuvo que prepararse para recibir a su prometida. No obstante, cuando atracó, solo su dama de compañía apareció, histérica, diciendo que su señora había desaparecido y que temía que hubiera caído por la borda durante su paseo nocturno. Registraron el barco de arriba a abajo y no hallaron rastro de ella, por lo que empezaron a temer que la teoría de la criada fuera la acertada.

Aunque sintió pena por la chica, no pudo evitar sentir alivio: ya no tendría que casarse. Le buscarían a otra novia, por supuesto, pero entre tanto tendría meses de respiro. Sonrió y miró al mar: les convencería para que le dejaran viajar él mismo a comunicar la noticia a los que ya no serían sus suegros. Una vez que su casa quedara más allá del horizonte, sin presiones de ningún tipo, se encontraría a sí mismo y, quizás, reuniera fuerzas para oponerse a los planes de sus padres.

Tomada esa decisión, se dio la vuelta justo a tiempo para ver movimiento entre las mercancías que estaban descargando. Convencido de que algún ladrón se había colado para hacerse con algo de valor, agarró su arma y se acercó, solo para encontrar a una joven escondida entre los bultos. Asombrado, se quedó sin palabras mientras su prometida le hacía un gesto para que guardara silencio con una mirada suplicante. No pudo evitarlo; se echó a reír. Por suerte, no había nadie cerca para escuchar sus carcajadas.

Sin decirle quién era, la ayudó a escabullirse hasta la taberna menos sórdida de la zona, donde la interrogó sobre sus intenciones. Ella no había pensado en nada más allá de escapar de un horrible matrimonio forzado y estaba totalmente perdida. No tardó en hacerla entender que una mujer extranjera, sin dinero ni contactos, no podía acabar en un lugar agradable. Sus ojos se llenaron de lágrimas de desesperación.

-Bueno, no hay que ponerse así. Puedo hablar con algunas amigas para que te busquen un trabajo honrado -le dijo, y los ojos llenos de esperanza de esa mujer, además de su valor, le impulsaron a añadir-: O puedes venir conmigo, aceptar nuestro matrimonio y confiar en que, entre los dos, encontraremos el modo de vivir sin tantas ataduras. Una vez que estemos casados, digo yo, dejarán de meterse tanto en nuestras vidas.

La sorpresa de ella fue breve; pensándolo bien, no había muchos motivos para que un joven refinado como él estuviera en el puerto, salvo que fuera a recibir a alguien. La proposición que le había hecho, sin embargo, la hizo pensar un poco. Le había hecho la oferta libremente y le daba la opción de elegir. Eso era mucho más de lo que había esperado nunca. No se amaban, por supuesto, pero esa base de elegirse libremente sería un buen comienzo, así que aceptó.


Minutos después, el joven comunicó a todos que había encontrado a su joven prometida, desorientada tras un golpe, en algún lugar del puerto. Tras asegurarse de que estaba bien, entraron todos en el carruaje y la condujeron hasta su nuevo hogar. Al día siguiente, durante la ceremonia, ambos dijeron "Sí, quiero" con convicción. El amor y la felicidad vinieron después, cuando ya conocían a fondo el cuerpo y la mente de su cónyuge.

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