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La Nueva Argentina: 2- El triunfo de la antipolítica

Publicado el 21 noviembre 2012 por Plple @PLPLE

La Nueva Argentina: 2- El triunfo de la antipolítica

( Viene de La Nueva Argentina: 1- #8N y la evolución de la protesta)

Lo que se logró el 13 de Septiembre (13S) y el 8 de Noviembre (8N), fue algo de tal magnitud, que creo que ni la oposición, y ni siquiera muchos de los asistentes, han sabido leer o reconocer en toda su extensión; no sólo por lo magnífico de la protesta, sino también por sus mensajes (esos que no aparecían en carteles o consignas a viva voz, y que fueron los motores de movilización en semejante gesta). Y digo oposición y asistentes, porque creo que el único que entendió de lleno el verdadero mensaje, fue el Gobierno; el mismo que simula hacerse el sordo, que disminuye el grito del Pueblo en las calles, y que le da una entidad malévola que, aduce, amenaza casi acabar con la Argentina toda. Pero el comunicado les llegó muy claro, y esa es parte de la razón de esos ataques.

En el escrito anterior, había hecho notar que la marcha del 8N había sido “apolítica”, y muchos me cuestionaron ese punto, diciendo que lo que había sido era “apartidista”. La realidad, es que ninguna de las dos acepciones es correcta en su totalidad, pero sí, sumadas, crean una tercera definición que se ajusta más a la congregación y su reclamo. La marcha (en su conformación y en su mensaje) fue “apartidista” (porque no se colocaba detrás de ningún partido político conformado), fue “apolítica” (porque no seguía los caminos de la política tradicional, y por lo tanto, no tenía representación), y creó la tercera definición: fue “antipolítica”. Y creo que es lo mejor que pudo haber ocurrido. Pero antes de que ponga el grito en el cielo por semejante conclusión y apoyo, déjeme explicarme y explayarme.

Si analizamos al vuelo la historia nacional, venimos de pasados fuertemente divididos. Azules o Colorados, ultraderecha o ultraizquierda, peronistas o radicales, militares o subversivos, salvajes o roquistas. Estuvimos constantemente expuestos a esa polarización política que, luego, siempre terminó transfiriéndose hacia la sociedad, con resultados mayoritariamente nefastos de una forma u otra. Aunque también podría leerse a la inversa: que la división ya estuviese presente en la sociedad, y se haya transferido hacia representantes políticos que siguieron girando la rueda de la eterna división e impulsando la confrontación como eje para enquistarse en el poder. Aunque no es el punto de este escrito, haya sido primero el huevo o la gallina, ambos forman parte del reino animal y traen las mismas consecuencias. Y si piensa que estoy en contra de las diferencias o de la división, está muy equivocado (cosa que tampoco discutiré aquí). De lo que sí estoy en contra es de la violencia impuesta sobre el que piensa distinto a uno sin pasar antes por los estadíos de tolerancia y comprensión, y de colocarlo automáticamente en el “bando enemigo” sin siquiera contemplar los intermedios. Y los políticos de hoy, en su conjunto, nos están sumergiendo directamente en ese escenario. Sí, también los opositores.

La gente forjó una tolerancia espectacular a la política histórica; pero a su vez fue sumando enojos y presión, que también iban en aumento, y hasta se traspasaron generacionalmente. Cada cambio en el poder fue trayendo más y más desajustes e injusticias, que fueron tolerados (y acumulados) desde hace quién sabe cuánto; aunque también se reforzó la fe en el próximo cambio político como medio de reencauzamiento y neutralización de políticas anteriores. Pero la realidad les siguió dando cachetazos por izquierda y por derecha, haciendo que la tasa de tolerancia fuese bajando, y aumentara el índice de acumulación inflamable.

La Nueva Argentina: 2- El triunfo de la antipolítica

Puede que ese cambio popular de “aceptar más a la política” se haya dado luego del bombardeo a Plaza de Mayo, aunque lo reconozco más patente luego de la dictadura de los 70´s. Asumen los militares, mantienen un orden relativo de la sociedad y su economía; pero en contraparte, se opone un grupo violento y asesino, que es reprendido de la misma forma desde el Estado. La gente, se opone a medias, pero luego empieza a aceptar “el menor mal” y calla las desapariciones. La economía se zafa, se sienten medidas en contra del Pueblo mismo, y la gente comienza a girar hacia “el menor mal” del momento: apoya y marcha junto a Madres de Plaza de Mayo, y presiona para que la Junta Militar deje el poder. Durante Alfonsín (elegido como contra de los militares), la gente tolera una inflación inaudita en nombre de la Democracia y los Derechos Humanos, pero a su vez acumula ese golpe (y otros más) y sigue aumentando el sentimiento de “algo anda mal”. Alfonsín huele esa presión acumulada y renuncia adelantando elecciones. Asume Menem (la contra política peronista), pone el “1 a 1” y para en seco la inflación, pero se sienten los desajustes en casi todos los otros frentes. La gente tolera y acumula, y con los militares y la vuelta de la Democracia todavía frescos (y cautivo del “voto cuota”), reelige al mismo presidente. Se continúan los perjuicios, pero se suma el plano económico, haciendo que el menemismo carezca ya de beneficios. Como no hay partido contra, se crea una alianza comandada por un contra (De La Rúa), y comienza otra etapa de (pseudo)radicalismo. El Presidente se duerme en el sillón presidencial, y ahí es cuando la gente… cambia. La sociedad parece haberse cansado de tolerar, y trata por cualquier medio de librarse del exceso de presión interna que la acucia.

Surge el primer estallido (contenido) de tanta acumulación, que termina sacando al primer mandatario en helicóptero con el “que se vayan todos” (al final, salió uno solo). Se suceden los presidentes a un ritmo vertiginoso (nadie quería tomar la posta, y la gente mostró un atisbo de no querer más elegir entre dos facciones inútiles), pero se terminan imponiendo Duhalde, Saá, y luego democráticamente, Néstor Kirchner (por abandono de Menem). Tanto lío, y al final la “alternancia” siguió con la contra política a De La Rúa… Con Néstor se retoman las políticas de DDHH, pero con un giro perverso que es no procesar a los terroristas de esa época. La gente acumula ese hecho, junto a que los mismos Montoneros asumían posiciones de poder, las Madres antes apoyadas ahora estafaban bajo el manto presidencial, y algunos grupos violentos comenzaban a conformarse; pero se aceptaba el gobierno y se lo toleraba, porque era mejor que los militares, que Alfonsín, que Menem, y que la debacle del 2001. Con un país medio acomodado, aunque con inflación creciente y principios de desmanejos institucionales, es elegida su esposa, Cristina Fernández, que comienza a ahondar en lo que no debía, y deja de lado lo que debía hacer. La gente continúa acumulando, tiene un estallido ecléctico en 2008 que es reprimido con violencia por aparatos gubernamentales paralelos, y la gente… vuelve a cambiar. Elige acumular a tasas más aceleradas, aunque sin posibilidad de queja. Se acepta y se tolera ser esclavos sin voz. Desde el Estado se reprime moralmente y se conmina al Pueblo a seguir los caminos tradicionales políticos, ya anunciando a viva voz que volverían los militares, el 2001, Menem, o cosas peores si no se cumplía. Cristina vuelve a ganar de forma dudosa en 2011 (aunque de todas formas lograría números importantes por la falta de una “alternancia” visible, la reciente muerte de su marido (imagen usada como plataforma), y la tiranización política de los pobres). Se suceden los males a ritmos increíbles, se miente, se ejerce violencia de Estado en todos los ámbitos, se puja por una re-reelección, hay inflación que se niega, hay negociados que se justifican, hay muertes que se convierten en “sensaciones”, y se culpa al Pueblo mismo de todos los males causados por la inutilidad gubernamental. La gente traza una línea, explota, y le pega el primer grito fortísimo el 13S (a menos de un año de su reelección), que hace un eco aún mayor el 8N. Pero la Presidente ningunea y ataca esos gritos, haciendo que la acumulación esté al borde de un estallido como nunca antes visto. Por primera vez en la historia, ocurren dos cosas antagónicas paralelas: por un lado, la gente tiene en claro lo necesario y lo grita directamente al poder sin utilizar líderes; y por otro, Cristina Fernández, lejos de repetir fórmulas de otros políticos, ha dejado en claro que no va a salir por vergüenza a su gestión ni va a aceptar sus propios errores (mucho menos, corregirlos), y que hará lo necesario para mantenerse en la cueva del poder, cueste lo que cueste, y por los medios que sean necesarios (democráticos y constitucionales… o no).

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El Pueblo siempre aceptó esa polarización divisoria (“nosotros o ellos”) con su correspondiente intercambio, con el fin de que la política funcionase y le sirviese para tener un mejor país en el cual desarrollarse (junto con su progenie). Y es por eso que se aceptó la famosa “alternancia del poder” (rotar entre un partido u otro) promulgada por cualquier político de cualquier partido o escalafón, como si de una verdad universal se tratase. Pero lo cierto, es que esa especie de mantra intocable, no sólo sirvió para que el nuevo poder en asunción se autoatrincherara en la larga zanja del poder, sino que la sentencia misma demostró ser una gran mentira. Antes que, otra vez, ponga el grito en el cielo, déjeme ofrecerle un ejemplo práctico bien extremista para que comprenda: si tuviésemos dos partidos (uno comandado por Dios, y otro por el Diablo), con Dios al poder y en época de elecciones: ¿sería lógica la “alternancia del poder” y elegir al Diablo? ¿Sería “todo un ejercicio de la Democracia” estar obligados a elegir el mal? Si Dios es lo mejor que podemos tener y todo un país está contento con su manejo, ¿por qué hay que ascender al Diablo, sí o sí, luego de la reelección divina? Entiéndase entonces, que ya desde el vamos, uno de los pilares políticos, es una gigantesca falacia.

Usted entonces me recriminará el estar a favor de las re-re-reelecciones eternas. Nada más lejos de la verdad. Que un sistema tenga como regla inexcusable la alternancia del poder, no es más que una muestra feroz que indica que toda la política es mala, y que hay que rotar entre esos males necesarios. Porque si se contemplase la posibilidad de existir “EL” sistema que solucionase todo, esa regla no tendría razón de ser. Le hago notar también, que si en mi ejemplo anterior, el Diablo fuese el que gobernase, dicha alternancia sería ampliamente aplaudida, esperando el fin de ese mal para poder tener “un resquicio” de bien. Y aquí es donde viene la otra cuestión: ¿para qué ser bueno, si no haciendo nada, igual el sistema les promete estar un buen rato en el poder? Con sólo moverse un poco más y promocionar la imagen de “mejor opositor” (con paladas de dinero, por supuesto, y por ello las alternancias casi siempre se dan entre los mismos), sería más que suficiente para ganar una elección. Las cosas son bien claras: las reglas del sistema están hechas para que malos políticos nos toquen y se alternen entre ellos. La mística solucionadora e intachable que recubre a la política y sus ideologías intercambiables, son un mero chiste que le sirve sólo a los políticos que la utilizan (estén al poder o lo no).

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Pero lo cierto es que hoy, ni siquiera tenemos esa alternancia dividida que veníamos teniendo en la historia política nacional. Antes, la renovación pivotaba entre dos partidos pésimos, pero al menos se diferenciaban en algo. Si el poder de turno hacía algo malo, la oposición salía al cruce para denunciarlo, y si trataba de hacerlo, le ponía trabas. Las acciones se hacían siempre con fines de beneficio político, pero de alguna forma diluída le servía a la sociedad en cierto grado. Hoy, ni siquiera eso nos ha quedado. Los opositores actuales, en lo único que se oponen, es en el partido que debería estar gobernando. Mientras dicen oponerse, captan militantes de los mismos grupos violentos con los que cuenta el kirchnerismo, cooptan integrantes de los otros partidos (perpetuando, así, el “que se queden todos”), y firman leyes K por conveniencia mientras se hacen los distraídos mirando hacia algún lugar “constitucional”. Mientras el kirchnerismo se caga en la Constitución, se limpia con la Justicia, y lo tira todo en el tacho de los Valores, la oposición se limita a adherir o no a esos atropellos, dependiendo de cuánto les toque a ellos; a la vez que firman declaraciones conjuntas “de buena voluntad”, que están obligados a cumplir de forma básica, firmen esos papeles sin valor o no; y mientras piden una colecta popular para recuperar una Fragata que perdió un Gobierno ineficiente, en vez de reclamárselos al Poder y hacerles pagar esa pérdida patrimonial histórica, con todos sus marinos dentro.

Pero hay razones claras por las que la oposición actúa de esa forma, y es que no pueden oponerse a algo que ellos mismos harán cuando suban al sillón de Rivadavia. Todo lo que nosotros detestamos que se le haga a la Nación, ellos lo aplauden con un leve gruñido, porque es lo que aplicarán a futuro, mientras por dentro sonríen porque saben que el costo político lo está pagando otro partido, el que ahora está al poder. Se limitan a autoreferenciarse como “oposición real” al kirchnerismo, porque no se necesita más en un país en donde la “alternancia al poder” está asegurada. “Soy pésimo, no me opongo a nada, no ayudo a la sociedad, no defiendo valores populares, me muevo sólo en épocas de elecciones, ni siquiera tengo proyectos, pero… ¡Hey! ¡Soy LA alternativa!”. Fíjense que a lo único que se opusieron fervientemente y unió a todo el arco opositor (y hasta firmaron la declaración inocua de la que hablaba en el párrafo anterior), fue a la re-reelección de Cristina. Lo único que perjudicaba de forma directa a sus aspiraciones personales por la amenaza a la alternancia. Hambre, inseguridad, violaciones de la Constitución, falta de acatamiento a las leyes, tiranía electoralista, son cosas sin interés para esta casta de oficialismo light, que pretende desmarcarse del kirchnerismo por “ser una tono menos oscuro de la escala del negro”. La unión de base entre todos los sectores de la oposición, sólo se da cuando su propio futuro conjunto se ve amenazado.

La sociedad explotó por una mezcla de varios factores, pero definitivamente los detonantes fueron dos, también inéditos en la historia nacional: por la falta de respeto del gobierno contra todos los argentinos, y la falta de representatividad opositora. Podrán decirme que las razones fueron otras, como la inseguridad, la inflación, la falta de justicia, la inconstitucionalidad, el atropello a (y de) las instituciones. Y yo les digo que estoy de acuerdo, pero sólo como quejas sobre la superficie de lo que realmente se pide. En el 2011 ya teníamos inseguridad, inflación, falta de justicia, y atropello institucional y constitucional, pero Cristina Fernández ganó por un 54%. Algo pasó en ese interín, que hizo intolerable la continuación de la políticas nefastas que se venían soportando con disipadas quejas aisladas. Y creo que esas dos razones antes expuestas, fueron el desencadenante no sólo de la queja callejera, sino también de un nuevo movimiento que implica una nueva forma de pensar la política, más allá de lo que nos dicen los políticos que tenemos que pensar. Eso, es temible para las generaciones de garrapatas del poder, y por eso atacan o se hacen los desentendidos del asunto. Pero lo extraño, es que hasta entre los mismos políticos hay disidencias de lectura.

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Entre los opositores, han tratado de explotar el movimiento popular (“capitalizar”), intentando lograr algún empuje con sus apoyos a la masa que se expresaba. Pero no caen en cuenta que adherir a una marcha contra la política que no funciona, es prueba contundente de que la política REALMENTE no funciona. Si ante el hastío popular, un opositor responde con alabanzas y entregando a sus mismos militantes para la asistencia, quiere decir que ni ellos mismos consideran a la política como parte de la solución. Lo mismo sucede desde la parte militante del asunto: si adhieren a los cacerolazos, quiere decir que el trabajo que hacen para tal o cual partido, es completamente inútil, y no tienen representantes ni siquiera entre aquellos jefes para los cuales se trabaja. ¿Cómo encontrar entonces representación de voto, si dicha representación es inexistente hasta para sus propios adherentes? Y esos errores se produjeron porque la oposición no leyó la queja subyacente por debajo de la superficie visible. Se contentaron con los carteles de inseguridad, justicia, y demás, pero ni siquiera tuvieron la inteligencia básica para identificar que esos problemas que hoy nos aquejan, son también males germinados exitosamente gracias a la inacción opositora (y hasta de la acción desentendida). El apoyo público de la marcha se reduce a un “nosotros te entendemos, por eso vení que te vamos a representar con nuestro partido”, pero nunca con una empatía patriótica que acepte el verdadero valor de la protesta libre contra la política disfuncional actual, aceptando sus propios errores (por maldad o inutilidad). Si así fuese, hubiesen renunciado del primero al último. Pero en vez de eso, nos itentan poner la cucarda identificatora que permita torcer los votos a su favor en la próxima “rotación obligatoria”. La Argentina, que se cague.

Desde el lado del oficialismo, se ha dado, creo yo, la mejor lectura posible sobre las movilizaciones del 13S y del 8N. Desde hace tiempo el kirchnerismo alaba y promueve la militancia “por cualquier partido” (ya expliqué de forma detallada el por qué), porque es más útil seguir con el juego del “contrario asimilable o batallable”, que tratar con gente que no se encolumne tras nada. Esa fue una de las razones del haber desoído la primer marcha: se intentó quitarle potestad representativa haciendo de cuenta que nunca había existido el reclamo. Pero el mundo entero se lo recordó innumerables veces (más que la oposición local), y Cristina tuvo que salir a disminuír el impacto, y prepararse a atacar la siguiente marcha. Pero, nuevamente, falló con las consignas, porque el miedo a su propio Pueblo (cosa inédita en el kirchnerismo) le hizo cometer el peor error de todos para un gobierno de tintes fascistas: nombrar las cosas a las que más le tiene miedo. Si uno analiza todas las respuestas, explicaciones y excusas dadas por el oficialismo, casi todas se intersectan en 2 puntos centrales: la falta de representantes políticos de la masa, y el espíritu “antisistema golpista” del movimiento “violento y destituyente”. Nótese que ambas razones concluyen en una única escencia del miedo kirchnerista: el Pueblo yendo por fuera del sistema político tradicional. Gente que no tiene representantes sobre los que se pueda hacer blanco (comprándolos o atacándolos), que no tiene planes específicos de solución (sino que se le exige a los políticos, como debe ser), que no puede ser conducida con mentiras o promesas vacías, que se escapa a todo manual populista y ni siquiera se conmueve con el aparente nacionalismo de reestatizar empresas por expropiación. Ése es el temor que destilan Cristina y los cortesanos de la política (oficialista y opositora), porque saben que una sociedad que no sigue las exigencias creadas para la misma protección del poder, es una sociedad peligrosa que puede derruír la política tradicional consistente en prestarse el poder un ratito cada uno, sin siquiera tener que mover un dedo para lograrlo. Un Pueblo que no se encolumne tras una de las etiquetas reducidas políticas que nos ofrecen, es una sociedad con individuos librepensantes (¡oh, pecado!) imposibles de conducir y tiranizar con planes cortoplacistas o promesas a incumplir. Una Argentina libre es lo peor que le puede pasar a ese tipo de políticas, y por eso se le busca un representante que conduzca y controle a esos quejosos sin pastor. Y si no los puede manejar Cristina, que los maneje la oposición. Hasta en ese punto sus discursos se cruzan y se abrazan.

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Los “quejosos”, alguna vez, creyeron en la política. No sabría decir si el término de ese idilio irracional acabó antes de que yo llegara al mundo, o si en realidad asistí a su entierro el mismo 8N y fui uno de los partícipes que le tiró otra palada de tierra encima. Pero lo cierto, es que acabó. Se puede seguir adhiriendo a algún partido, pero no con el mismo convencimiento con el que se hubiese hecho hace 10 años. Inclusive puede encolumnarse la mayoría cacerolera tras un “mal conocido” hoy, pero volver a explotar mañana con las mismas consignas en su pecho. La gente que estuvo manifestándose, lo hizo también contra la política tradicional y el sistema que ha dejado de representarnos hace rato. Fue un claro grito antipolítico en toda su extensión. Tal vez no se haya dado cuenta, tal vez lo note sin terminar de asimilarlo, pero el Pueblo se cansó de política para los políticos. La historia nacional nos ha legado lo peor de la política mundial, en donde ellos ni siquiera se esfuerzan ya en hacer un buen papel en el poder o siquiera de ser oposición. El rol de la gente ha quedado relegado a ser sólo un rebaño marcado (o a marcar) que elegirá qué tipo de pastor prefiere que lo esquile o mate mañana. Y eso nos lo disfrazan de “Democracia”. La corrupción, ineficiencia, y falta de empatía popular, los ha unido a todos, convirtiendo esas características en cuestiones de base para cualquier bandería política. Y es por ello que ni oficialismo ni oposición se diferencian, porque sus pilares, en lo más bajo de sus cuestionables valores, son compartidos y defendidos por la logia homogénea de los comandantes del poder.

Pero ante tanto atropello a diestra y siniestra de nuestros políticos y representantes sociales, los sistemas fusibles que debían defendernos, también han fallado. Y por una simple razón: esos fusibles no están preparados para actuar cuando la traición política es mayoritaria (o son manejados a gusto cuando esa traición es totalitaria). Ni la Justicia, ni las Instituciones, ni los sindicatos, ni siquiera la misma Constitución contempla semejante escenario, y es por eso que una masa cansada no tiene representación como tal, y tampoco puede cambiar nada (en apariencia) si no es por dentro de la política misma. Es por ello que hay que realizar un cambio en TODOS los frentes, porque si de algo nos ha servido el kirchnerismo, es para demostrarnos que ante el copamiento total del poder, pueden hacer lo que les plazca sin que haya defensa alguna para los que no queremos ser pisoteados porel gigantesco pie del poder. Se intentó largamente saber cuál era la fibra base que nos unía a todos los manifestantes, y gran parte salió con la unánime “la defensa de la Constitución”. Pero yo disiento, porque la Constitución, si bien ha sido violada sin miramientos por el kirchnerismo, también ha sido utilizada a su favor por la oposición, la misma que hoy no nos defiende ni representa. Creo fervientemente que lo que nos une, es algo que creíamos hace largo tiempo haber perdido en las gavetas del pasado. Algo que nos debe quedar en algún rastro de ADN basal, resistiéndose a ser pisoteado por la modernidad política de la tiranía disimulada. Lo que nos hizo salir asqueados a la calle, unos “nuevos muchos” contra unos “pocos de siempre”, fue “la defensa de los valores”. Los valores morales, los valores patrióticos, los valores del honor, los valores que combaten la mentira. Los valores que quieren que tengamos una vida digna, justa, y libre. Valores que buscan no sólo el bien propio, sino también el bien común para nuestros hijos, nietos, y vecinos. Valores que han sido pisoteados por el falso progresismo y los redactores de la perpetuidad maléfica en los estratos del poder. Valores que no aparecen en ningún libro de texto, y por ello no pueden ser aprendidos ni simulados por los actores políticos de turno, que carecen de la voluntad de poder escuchar esos llamados que nos unen a todos los manifestantes contra un sistema que carece ya de cualquier valor para la sociedad toda.

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El Pueblo se cansó, y se cansó mal. No quiere alianzas que ya sabe que no sirven, no quiere representantes oportunistas que quieran “capitalizar” un movimiento que nos costó mucho a todos, ni quiere más atropellos en nombre de una República casi deshecha. Hoy no se grita el “que se vayan todos”, sólo porque muy dentro nuestro sabemos que aunque lo hiciesen, otros de igual calaña ocuparían el lugar de los anteriores. Estamos cansados, muy cansados de todo y de todos. Como una gran muestra de hacia dónde reclamamos, no hay más que ver las encuestas que se hicieron entre los participantes del 8N: casi el 70% no era militante de ningún partido y no tenía representantes en ninguna de las ofertas políticas (ni aliadas al oficialismo ni a la oposición). Más del 75% que asistió, creyó que nada iba a cambiar por parte del Gobierno (demostrando que se fue a la marcha “por algo más”). El 65% reclamaba en contra del kirchnerismo, pero el 25% le reclamaba a oficialismo Y a oposición. Más del 90% aplaudía el hecho de no haber banderas políticas, y un 39% de los que se manifestaron, habían votado a Cristina Kirchner en el 2011. Si ese conjunto de datos no es una expresión antipolítica, es que aún no hemos terminado de asimilar el por qué salimos a la calle.

También tenemos miedo de pedir un desmantelamiento de la estructura política y social que tenemos hoy, por temor a que nos convirtamos realmente en “golpistas”, “destituyentes”, o “anarquistas”. Pero, otra vez, nada más lejos de la realidad. El sistema se puede cambiar estando fuera del sistema tradicional. Pero no importa el cómo, ni en qué medida (eso quedará para algún otro escrito, porque incluso con pequeños cambios se puede reforzar el sistema completo), porque también estará sujeto a muchas discusiones y análisis. Pero lo que realmente importa, es que entendamos y asimilemos que es necesario un cambio; no se puede seguir aceptando vivir bajo los designios ya no de un sistema con fallas, sino de uno estrictamente funcional a lo peor de la política y los derechos, que se muestra inmune ante los reclamos de la gente hacia la cual dice estar funcionando. Basta de mentiras, basta de encasillamientos funcionales, basta de señalar siempre a la cabeza del otro, mas no al piso desde donde todos se señalan. Hay que cambiar las bases de la sociedad y de la política, para así tener unos representantes que realmente sean representantes de un Pueblo. Ese día, seremos todos dichosos y felices, incluídos los elegidos que nos conduzcan. Estaremos felices y completos como sociedad. Como humanos. Como argentinos. Hay que terminar con la política partidista y alternante, hay que formar un sistema que se base en los valores sociales, hay que rechazar cualquier cabeza visible que cambie de ideologías para poder perpetuarse en el poder, hay que construír un sistema de defensa eficiente y rápido para cuando nuestros representantes fallen, hay que escuchar más a otros argentinos y desoír a todos los políticos inútiles, hay que ser antipolíticos para ser capaces de armar una mejor política. El día que hayamos entendido y asimilado esa necesidad, habremos ganado la batalla más difícil de todas. Y, lo creamos o no, el 8N ha sido un gran paso en ese sentido.

“Vengan madres y padres a lo largo de la tierra /

Y no critiquen lo que no pueden entender /

Sus hijos e hijas empiezan su mandato /

Su viejo camino está envejeciendo rápidamente /

Por favor exclúyanse de lo nuevo si no pueden dar su mano /

Porque los tiempos están cambiando.”

(Bob Dylan – “The times they are a-changin´”)

PLPLE


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