La Brigada de médicos de la Universidad Central de Ecuador.
La lectura macropolítica que podemos hacer en estas dos décadas del siglo XXI en Latinoamérica sigue siendo dicotómica; y si bien la lucha es de clases sociales no significa que no haya que tener en cuenta más elementos. A nivel internacional podemos comprobar la tendencia de gobiernos derechistas herederos de una tradición autoritaria reminiscencia de viejas dictaduras aplicando un puño de hierro implacable y criminal. Por otro lado, encontramos gobiernos progresistas que si bien comienzan su andadura hechizando a movimientos sociales izquierdistas, se convierten en piezas fundamentales de las reformas neoliberales.
Tal subproducto represivo de elocuencia metafórica representa una parte mínima del daño humano que causan hoy las fuerzas públicas en varios países de América Latina, obedeciendo a gobiernos deslegitimados pero muy peligrosos en Haití, Ecuador, Bolivia, Chile, Nicaragua y ahora Colombia. Allí se han desatado grandes protestas contra la política económica, la falsa democracia, la desigualdad, el golpismo, la violencia contra indios, mujeres, estudiantes y trabajadores. Visto globalmente, estamos ante una guerra contra las sociedades, una guerra permanente, si bien en latencia en la mayoría de las naciones. La modalidad robocópica para aplastar marchas pacíficas o no tanto, cortejos fúnebres, campamentos y bloqueos se repite en todo el mundo. En Barcelona la policía tiene su propia cuenta de ojos rotos. Israel lleva 300 ojos de palestinos, aunque en un lapso de años. Las mismas gaseadas, palizas y balaceadas se han visto en Moscú, Londres, Teherán, y se ven en París, Gaza, Hong Kong y dondequiera que asomen la cabeza el descontento popular, la defensa territorial y la resistencia comunitaria.
Los poderes planetarios lo saben. En la actual fase de brutalidad capitalista han decidido asumir el costo de la violencia institucional, el terrorismo de Estado, la represión, la cárcel, la tortura y el asesinato. Del mismo modo han determinado no arredrarse ante el cambio climático, del cual son causantes y beneficiarios principales. It’s a Brave New World, eso los movimientos de protesta lo tienen claro, aunque no necesariamente los analistas convencidos de que el bando de los buenos va ganando, que el despertar de los pueblos será definitivo, que nada detendrá al progresismo; incluso los hay que polarizan sin autocrítica el propio campo popular con posturas patriarcales y autoritarias en Bolivia, Venezuela y México. Los árbitros internacionales (ONU, OEA) son inútiles o cómplices.
Quizá debamos eludir por lo pronto la dicotomía victoria-derrota. La idea de victoria propició la caída del gobierno en Bolivia y empobrece el debate en blanco y negro, como ocurre en México entre chairos y fifís; no distinguen matices o colores. No que estén a salvo los Trump y Bolsonaro, aunque sigan lejos de haber perdido. Menos a salvo están los pueblos. No han ganado, ni siquiera donde parecen haberlo hecho últimamente. Recordemos el error de lectura que impidió prever el desenlace de la Primavera Árabe, la cual, excepto Túnez, reforzó el autoritarismo, y terminó como desastre nacional en Libia, Yemen y Siria.
El momento latinoamericano está escalando. Puesto que los gobiernos no pueden evitar que la gente vea lo que viene sucediendo, deciden nublarle los ojos con lágrimas dolorosas, o lastimarles la visión. Si los movimientos son festivos, resolvieron violarles y matarles la risa, como ilustra el crimen policiaco cometido en Chile contra Daniela Carrasco, La Mimo. No son «excesos», son mensajes.
Este autoritarismo criminal cuenta con sus fuerzas armadas en todos los casos, y con aliados que creímos apagados: las peores expresiones de racismo, clasismo, fanatismo religioso, vandalismo de derecha, feminicidios, violencias contra mujeres, estudiantes, gays, migrantes, líderes comunitarios. La represión es directriz para los gobiernos, de Standing Rock a La Paz, de Palestina a Rojava. Una guerra verdadera. Nos quieren ciegos, y tienen tecnología y estrategias para lograrlo.
Reaccionan contra los amenazantes despertares de las mujeres y los indígenas en particular: la saña que les aplican en las Américas habla también de un despertar de las intolerancias y odios que parecían adormecidos, controlados por cierta civilidad legal. La reacción, la derecha y el fascismo tienen bases, recursos y ningún pudor.
«Las lógicas de control y regulación de los cuerpos se profundizan durante los estados de emergencia», declara una investigadora lesbofeminista chilena. O como lo pone el cineasta Costa Gavras: «El fascismo está volviendo de manera muy popular, nadie entiende por qué». Se ha vuelto más popular que los derechos humanos.
Si no prevalecen los acuerdos democráticos pacíficos, habrá dolor y castigo contra los heroísmos catárticos, incluso fotogénicos. La represión que nos quita un ojo bien puede privarnos del otro.
Es momento de no permitirnos ceguera alguna. El urgente cambio sistémico necesita ser a fondo, o la oscuridad seguirá creciendo.
Hermann Bellinghausen