En el último tramo de la campaña electoral por la renovación presidencial en los Estados Unidos, la prensa de ese país reseñó el documental que Michael Moore hizo en doce días, y presentó esta semana, con la intención de encausar el voto de sus compatriotas a favor de la candidata Hillary Clinton. Inmediatamente después del estreno en el IFC Center de Nueva York y en el Laemmle’s Town Center 5 de Encino, Los Ángeles, una buena porción de críticos sostuvo que Michael Moore in TrumpLand no es mucho más que la filmación del stand up que el realizador ofreció a principio de mes en un teatro de Wilmington, Ohio. El problema es que, en líneas generales, los parlamentos del unipersonal tampoco deslumbraron.
“Menos un documental que una sesión de stand up, Michael Moore in TrumpLand no es la revuelta que uno podría esperar”. El (extenso) título de la reseña que Kenneth Turan publicó en Los Angeles Times da cuenta de la desilusión periodística, que en algunos casos devino en enojo. Para botón de muestra, vale transcribir la introducción del artículo de Kyle Smith que publicó el New York Post.
“Incendiario, revolucionario, irreverente. Éstos son sólo algunos pocos adjetivos que nadie utilizará para describir la nueva película de Michael Moore, tan patética que incluye el nombre de la estrella en el título, bajo la sospecha -totalmente justificada- de que la gente está empezando a olvidarlo”.
Tras comparar el stand up con un “alegato vergonzoso” y señalar la mala calidad de los chistes, Smith describió a un Moore “autoneutralizado”, “en modo Chico bueno“, preocupado por elogiar a Hillary antes que por ridiculizar a Donald Trump. “¿Reader’s Digest todavía existe? En caso afirmativo, podría contratarlo para su columna de humor”, remató el disgustadísimo periodista.
En Vanity Fair, Richard Lawson hizo observaciones parecidas pero sin exudar la indignación de su colega. Antes que nada, les advirtió a sus lectores: “El nuevo film de Michael Moore no es uno de esos documentales retóricos, con apariencia de collage, que lo convirtieron en el documentalista más famoso, a la vez venerado y odiado, de nuestro país”.
Lawson lamentó que la película de 73 minutos no describa el panorama político de los Estados Unidos en 2016, y en cambio gire en torno a la opinión del realizador sobre los Clinton. “En plena proyección, uno se sorprende deseando un documental típico de Moore, la mirada sesgada, hiperbólica, exasperante que sólo él habría sabido desplegar sobre la tierra de Trump”.
El crítico puso en duda la posibilidad de que Michael Moore in TrumpLand revierta la decisión electoral de algún seguidor de Donald. “El largometraje parece tener la capacidad de generar entusiasmo y optimismo en los votantes de Clinton… Por esa razón, estamos ante un éxito pequeño”.
Frank Scheck, de The Hollywood Reporter, tampoco cree que Moore pueda modificar intenciones de voto. “Su agenda apunta sobre todo a levantar el entusiasmo por Clinton”, repite.
En New York Daily News, Gersh Kuntzman escribió que “todo (lo que dice Moore) es verdad pero también es casi inmirable“. Al parecer, el largometraje mejora cuando el realizador “bromea sobre los problemas de los Estados Unidos, presenta falsos avisos de Trump, u ofrece una parodia de la cobertura de la imaginaria asunción del empresario, pero esto resulta insuficiente”.
La reseña que Richard Brody publicó en The New Yorker constituye la gran excepción al desencanto generalizado. Apenas reconoce que “Michael Moore in TrumpLand no es la película que esperaba”, el crítico explica que “esto es para mejor” y, a contramano de sus colegas, afirma que el realizador hizo algo “diferente, majestuoso, mejor” que convencer a los convencidos.
“Moore hizo un film que le permitió ascender su propia fama a la categoría de objeto político, y transformarla en una manera combativa y a la vez profundamente empática de hacer política. Convirtió su propia fama en arma política especialmente diseñada para combatir a Trump, cuya candidatura, después de todo, es un producto neto de la industria de las celebridades”.
Brody cuenta que, si bien se hizo en doce días, la película llevaba un año concebida. La aclaración parece dirigida a los colegas que, de manera velada o explícita, acusaron al documentalista de improvisado. También introduce el mayor elogio: “En su mejor momento, Michael Moore in TrumpLand es un acto conmovedor de devoción, un giro retórico inspirador y con potencial histórico”.
De las veinte reseñas que recolectó hasta la publicación de este post, el sitio Rotten Tomatoes determinó que nueve son positivas y ocho, negativas. En su cuenta de Twitter, Moore sólo celebró aquélla publicada por The New Yorker.
Ayer, también a través Twitter, el realizador anunció que la película que él mismo denominó “La sorpresa de octubre” se encuentra disponible en iTunes. El mismo viernes, la revista Rolling Stone publicó esta entrevista, la primera que Moore concedió tras el lanzamiento de TrumpLand.
Cuando el periodista Jason Newman le señala el desencanto de algunos críticos, el autor de Roger & me, Bowling for Columbine, Sicko, Capitalismo, una historia de amor, Where to invade next contesta: