La nueva reforma educativa como vehículo de transmisión de la identidad nacional española
Publicado el 24 septiembre 2012 por Juan Carlos“Porque, digámoslo de una vez, la cuestión de la enseñanza es cuestión de poder; el que enseña, domina; puesto que enseñar es formar hombres, y hombres amoldados a las miras que los adoctrinan”[1]
Esta pragmática y honesta declaración pertenece a Antonio Gil de Zárate, quien, durante parte del siglo XIX, fue director general de Instrucción Pública. Él elaboró el plan que siguió el ministro Pedro José Pidal, para desarrollar la reforma educativa liberal (moderada) de 1845, la cual fue conocida como Plan Pidal. Esta reforma se caracterizó, básicamente, por lo mismo que el resto de reformas acometidas durante la Década Moderada, es decir tanto por su imprenta moderada como por su espíritu centralizador.
La nueva reforma educativa del ministro Wert, apunta en esta misma dirección, ya que el Estado se reservará una cuota de control mayor en los temarios desarrollados en las distintas comunidades autónomas. Esta cuota, exactamente, alcanzará el 65% del temario, en comunidades que gocen de lengua cooficial, mientras ésta aumentará hasta el 75% cuando no sea así. Se trata de un incremento del 10% en el control por parte del Estado. Asimismo, aunque no sea el tema del artículo, tampoco conviene dejar de señalar las subvenciones que se preparan para colegios que segregan a los alumnos en función de su sexo, lo que claramente se encuentra en sintonía con ideas de otros tiempos. A pesar de ello, Wert se apresuró a destacar que esta reforma “no es, en modo alguno, ideológica”. Estimado ministro, permítame dudar que no lo sea, y permítame dudar de que un gobierno no aproveche la educación tal y como haría Gil de Zárate.
Sin embargo, hay un aspecto que no se menciona habitualmente, como es la relación entre la educación, y el Estado y la nación. Evidentemente, si es el Estado quien asume casi en exclusiva la educación, cediendo ésta lo mínimo a otras entidades territoriales menores, solo puede suponer una forma centralista de concebir a la Administración. Mientras que, los centros privados tampoco suponen contrapeso alguno, pues orientados, por lo general, al ánimo de lucro, aceptan sin remilgos las directrices políticas impuestas por el Estado. El resultado es una educación que mantiene grados de homogenización en todo el territorio estatal, lo que, además de conseguir un adoctrinamiento generalizado como esperaba Gil de Zárate, logrará imbuir los mismos elementos culturales en la mayoría de su población. Unos elementos culturales que, junto a una serie de valores, moldearán un ideario colectivo para que la ciudadanía se sienta en armonía con la identidad nacional promocionada por el Estado. Además, por otra parte, se imbuyen unas directrices destinadas a que no se cuestione la autoridad política ni tampoco, lógicamente, al propio Estado.
Por ese motivo, una reforma educativa de este calado, y dirigida en estos términos, cumple, entre otros muchos objetivos, el que acaba de ser señalado. No obstante, a menudo este hecho se olvida; y nadie se pregunta cómo es posible que existan asignaturas como “Historia antigua de España”, cuando España, como tal, no existía en la Antigüedad. Ese uso instrumental de la educación por parte del Estado, fue también observado, de un modo histórico, por Álvarez Junco, quien además advirtió la cuestión de la lengua:“A la vez, por medio de un sistema educativo generalizado, en muchos casos estatal, justificado en principio por la necesidad de combatir el analfabetismo, impusieron la lengua adoptada por el Estado como oficial, haciendo desaparecer los dialectos locales o los idiomas hablados por los inmigrantes, y grabaron en las tiernasmentes infantiles que el sacrificio por la patria constituía una actitud moral superior al egoísmo individual”[2].
Y es que la lengua oficial utilizada por el Estado, en este caso el castellano, puede también recibir un significado político – romántico, y relacionarse, de esta manera, con la identidad nacional española. Por ello, cuesta encontrar una reforma educativa “neutral” o desideologizada. La que ha ocupado estas líneas es claramente conservadora; la de Zapatero contenía matices ideológicos evidentes, pues la asignatura de educación para la ciudadanía (por muy bienintencionada que pudiera ser) transmitía valores políticos constitucionales y de carácter progresista; asimismo, por ejemplo, la educación como es concebida en algunas comunidades autónomas no se encuentra, ni mucho menos, exenta de carácter político y, como bien sabemos, de contenido identitario. Quizás sea hora de reclamar la paideia, el ideal de educación de los antiguos griegos, como método para una enseñanza libre.
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[1] GIL DE ZÁRATE, De la instrucción pública en España, 1855.
[2] ÁLVAREZ JUNCO, José. La nación posimperial. España y su laberinto identitario. Historia Mexicana,octubre – diciembre, año/vol. LIII, número 002 El Colegio de México, A.C. Distrito Federal, México pp.447 – 468. Pág. 447.