La nutria recupera su reinado en el Miño

Por Felixyloslobos
Águila pescadora, martín pescador, garceta grande, cigüeña común, serreta mediana, espátula común, búho campestre, cernícalo vulgar, barnacla carinegra, torcecuello euroasiático, reyezuelo listado, becacina, rascón, azor, avefría europea... La lista de especies que he podido llegar a observar (a veces a escuchar sin observar) en el estuario del Miño ―lugar al que dedicaré una buena parte de las entradas de este blog que recién inauguro― es enorme. Horas y horas de campeo a pleno sol o bajo la intemperie hacen posible que, sin muchos medios pero con mucha ilusión, vayan desfilando ante mis ojos una variedad increíble de animales, aves en su mayoría, pero también mamíferos, reptiles y anfibios, más escurridizos e inalcanzables para mi.
Algunas de esas observaciones son tan espectaculares, tan raras, sus protagonistas tan bonitos y tan difíciles de ver, que su visión se convierte en una experiencia única e inolvidable. Y por encima de todas, la más especial sin duda, la nutria. Se cree que uno de los últimos ejemplares de este mustélido fue abatido por un cazador a finales de la década de los setenta o principios de los ochenta del siglo pasado. No fue hasta el año 2012 cuando su presencia volvió a ser documentada en el último tramo del Miño. Y ya en la actualidad, las citas se suceden en diferentes puntos del río. Afortunadamente, la nutria recupera terreno.

El estuario del Miño es un espacio protegido incluido en Red Natura 2000


A nivel personal son cuatro las ocasiones en las que he podido disfrutar de sus andanzas. Dos en el último semestre de 2015 y otras dos en lo que va de 2016. Como tantos otros mamíferos, se ha visto obligada a desarrollar la mayor parte de su actividad durante la noche, siendo el amanecer y el atardecer los mejores momentos del día para sorprenderla. Cuando reina la oscuridad total, sólo la luz de la luna ilumina la estela que deja al nadar.
Fue precisamente la tarde-noche del 12 de junio de 2015, sobre las 21.30 h, cuando registré la primera de mis citas. Caía la noche y empezaba a hacer un poco de frío, así que decidí regresar a casa después de una infructuosa jornada de pajareo. La marisma, transformada en revuelto lodazal con la bajamar, parecía completamente desierta. Únicamente una estrecha franja de agua serpenteaba de izquierda a derecha entre el barro encharcado.
En un último, desesperado y poco convencido intento de encontrar algo de vida, dirigí la mirada hacia aquella zona. Jamás podría imaginar que allí, encajonada en aquella especie de carril natural, nadaba mi amiga. Sabía que era ella, a pesar de que nunca había visto nada igual. El enorme corpachón delataba su identidad. No podía ser un visón americano, mucho más común pero también mucho más pequeño que su prima autóctona.
Nervioso, con las manos temblorosas por la emoción del momento, acerté a encender la cámara para grabar algunas imágenes. Era perfectamente consciente de la importancia de aquel hallazgo. Aguantando la respiración, logré captar los últimos instantes antes de que la señora del río se perdiera detrás de unos juncos. En cuestión de un minuto aproximadamente se había esfumado...

Según pude saber después, el vídeo constituye la primera prueba gráfica del retorno de la nutria a este sector del Miño, próximo ya a su desembocadura en el mar.
Siempre se dice aquello de que los bichos aparecen cuando menos te lo esperas. Que de nada sirve salir al campo con la esperanza de ver tal o cual especie... La experiencia me dice que esto es verdad, al menos en parte. El comportamiento de los animales es imprevisible, y uno nunca sabe lo que se va a encontrar.
Esta máxima volvió a cumplirse menos de un mes después (no recuerdo la fecha exacta). Eran las 16.30 h, y daba comienzo otra prometedora y soleada tarde de naturaleza. Despreocupado, pasaba a la altura del lugar en el que había visto a la nutria por primera vez. Tanto, que no había sacado todavía los prismáticos ni la cámara de la mochila. 
De pronto, un ruidoso chapoteo a mi izquierda me hace reaccionar. Me acerco a ver que pasa. Desde el agua, a menos de cinco metros de mi, una nutria me miraba con curiosidad. Nadaba muy despacio, con su cabezota fuera del agua. Me quedé totalmente bloqueado y sin saber que hacer. Quería grabarla, pero tenía justo delante unas plantas que hacían casi imposible obtener buenas imágenes. Por otro lado, la cámara seguía en mi mochila, y me horrorizaba la idea de asustarla si me movía lo más mínimo. Así que allí me quedé, petrificado como una estatua, esperando acontecimientos...

Finalmente, decidí que tenía que hacer algo o perdería una oportunidad de oro. Aprovechando un momento en que la nutria metió la cabeza debajo del agua, abrí precipitadamente la cremallera de mi mochila primero y la de la funda de mi cámara después, para rápidamente dar un pequeño rodeo y situarme en un lugar perfecto para grabar... Demasiado tarde. La nutria no volvió a salir.
Maldiciendo mi mala fortuna, no perdí la esperanza de verla. Allí me quedé un par de minutos. Pero la suerte no me abandonaría. Varios metros a mi derecha, entre la hierba alta, escucho pisadas con claridad. ¿Otra nutria? No puede ser, pensé. Desde luego tenía que ser un animal grande. Segundos después, otro estrepitoso chapoteo, todavía más fuerte que el anterior. Cuando me acerqué a curiosear, otra hermosa nutria ―o quizá la misma de antes, eso nunca lo sabré―, nadaba ya río adentro, alejándose tranquilamente de mi...
Pero el colmo de las casualidades se produjo ocho meses más tarde, el lunes 29 de febrero del presente año. Mi sorpresa fue mayúscula cuando, mientras grababa un grupo de garzas, garcetas y espátulas, por el monitor de mi cámara veo zambullirse una nutria, dejando al descubierto parte de su enorme y aplanada cola antes de desaparecer bajo la superficie. Aquella fugaz visión pareció despertar la curiosidad de las hasta ese momento tranquilas aves, que no dudaron en aproximarse hasta el borde del arenal en el que descansaban para interesarse por aquel extraño ser.

La cuarta y última de las citas no fue producto de la improvisación. Animado por la extraordinaria observación realizada por mi amigo César dos meses antes ―nada más y nada menos que una hora entera viéndolas e incluso escuchando sus voces en un punto muy concreto del río― me propuse redoblar los esfuerzos de búsqueda para dar con ellas. Pero ahora jugaba con ventaja. Sabía donde encontrarlas.

A partir de entonces visité con frecuencia aquel secreto lugar. La aparición por la zona de un par de enormes huellas ―localizadas también por César― perfectamente marcadas en el barro húmedo, vinieron a confirmar que, efectivamente, al menos una nutria deambulaba por allí. Ya no había duda. Ese era el sitio. Con un poco de paciencia, más pronto que tarde lograría descubrirlas. Y así fue. 

A Las 12.45 del martes 1 de marzo se produjo el milagro. Sorprendentemente tarde para un animal nocturno, se presentó justo delante de mi, apenas a tres metros de distancia, mi vieja amiga. Sin perder un segundo, cogí los prismáticos y la cámara. 
Aparentemente ajena a todo, comenzó a alimentarse. Con una habilidad y una gracia sin igual, agarraba sus resbaladizas presas con sus manitas para llevárselas a la boca.
Merced a su perfecta adaptación al medio, parecía jugar más que pescar. Con su cuerpo fusiforme, su cola larga y aplanada, sus patas palmeadas y con sus ojos, oídos y orificios nasales desplazados hacia la parte superior de la cabeza, se movía como pez en el agua.
Uno pierde la noción del tiempo ante semejante espectáculo. Cuando quise darme cuenta, eran las dos de la tarde, hora en la que la vi por última vez... Lo había conseguido!
La nutria es una pieza clave en los ecosistemas que ocupa. Como el eficaz depredador que es, regula las poblaciones de sus presas y puede devolver el equilibrio perdido con la introducción en los humedales de visones y cangrejos americanos, desplazando a los primeros y consumiendo los segundos. La nutria es un aliado del hombre, no su competidor. Que quede claro.