La Obra.

Publicado el 30 diciembre 2019 por Carlosgu82

Ante el papel en blanco, el lienzo desnudo, el trozo de madera amorfo, o agazapado tras el telón, late el alma del arte, éste no se improvisa, no se puede improvisar por una simple cuestión: el pensamiento del artista nunca permanece en blanco, no se borra nada de lo que vive o aprende, quizás parece olvidarse de ello conscientemente, pero todo surge en ese justo segundo, en ese instante que antecede al alumbramiento de la obra, en que comienza la lucha contra los elementos. Pero tras ese trasvase al soporte, tras esa epifanía, ya nada nos pertenece.

El trance de trazar esa primera línea, emborronar por vez primera el papel, o sustraer  parte de su esencia a ese trozo de madera que nos  mira inerte, nunca se vive  premeditadamente, pero tampoco de manera inconsciente. Ni siquiera cuando los surrealista inventaron aquello del “cadáver exquisito” o la escritura automática (aunque realmente no fueron inventados por este movimiento) permanecieron ausentes de la obra, quizás distraídos, pero no en blanco (a pesar de la ayuda que le proporcionaban ciertas sustancias para caer en el éxtasis).

Mucho se ha escrito sobre el momento del enfrentamiento entre artista y medio (para mí incluye al escritor, al músico, al bailarín y a un largo etcétera), entre inspiración y realidad, entre sentimiento y expresión; la verdad es que lo que sale al exterior deja de pertenecernos desde ese mismo instante, dejamos de tener control sobre ello. Las cientos de imágenes, relatos, movimientos, o notas que se amontonan, desordenados, en la mente de un artista, justo antes de dar a luz a su obra, dejan de tener sentido una vez que ésta nace. Muchas veces el artista cae en una profunda desesperación pues es difícil que consiga expresar lo que desea, pienso que se debe a la vida que cobra la propia obra, una vida independiente a nosotros mismos. Yo he dejado de luchar contra ello, es la mejor forma de no morir en el intento.

Envidio al que puede planificar de principio a fin una obra artística, andará sobre seguro, podrá dormir tranquilo pensando que todo está bajo su control, podrá cumplir con los requerimientos de la sociedad, podrá, al fin, gozar del éxito deseado por todos. Solo tendría un inconveniente, pues el punto de locura, el rasgo humano, incluso el error, nos lleva a abrir ciertas puertas que en ese mundo perfecto estarían ocultas. Incluso en la más racional de las artes, la arquitectura, han sido necesarios ciertos saltos al vacío para poder avanzar (sobre todo en el siglo XX).

Quizás deba ser así, la obra no debe estar atada a nosotros (como un recién nacido a la placenta), debe volar y ser fértil; inspirar a otros (y a nosotros mismos), imbuirnos de ideas frescas que nos muevan a trazar, una vez más, esa primera línea, la cual nadie sabe dónde acabará. Mientras, el hombre permanecerá en su reino, con sus dichas y sus tragedias, esperando que su vida inspire de nuevo una gran obra, es mentira, no lo hará, el objeto artísticos volverá a volar, a hablar por nosotros pero no de nosotros, a ser protagonista absoluto de la historia, por encima del propio creador. Así debe ser.