Se turnan. Ahora le ha tocado al Obispo de Alcalá de Henares, Juan Antonio Reig Plá, salir a la palestra para declarar que el aborto en este país ha sido “un holocausto silencioso” y que desde 1985, en que se despenalizó esta práctica en determinados supuestos, se han producido “dos millones de abortos, más muertes que en la Guerra Civil”. Es decir, sin encomendarse ni a Dios ni al diablo, el señor obispo, presidente de la subcomisión episcopal de Familia y Vida, compara los muertos de la guerra fraticida española con el aborto, equiparando al embrión con un ser nacido, desarrollado y asesinado precisamente en nombre de una “cruzada” santificada por la misma Iglesia que monseñor representa.
Es insufrible el empeño clerical por criminalizar y “pecaminizar” decisiones legítimas y perfectamente acordes a criterios democráticos, científicos y sociales que adecuan leyes a los comportamientos asumidos, como es el caso del aborto. Puede comprenderse que se pretenda influir en creyentes que voluntariamente aceptan los preceptos de la religión que profesan, pero es de todo punto inaceptable que se pretenda imponer a toda la sociedad pautas de conducta conformes a tales creencias. El ámbito de las creencias es individual, pero las decisiones sociales son democráticas y las adoptan quienes representan la soberanía popular.
Pero no. El señor obispo prefiere hacer “cruzada” contra la libertad de la mujer y su derecho al aborto. Prefiere tildar a la mujer de “nazi” por el “holocausto” del aborto en vez de pedir perdón por pasear bajo palio al mayor asesino que emprendió una guerra civil en este país y se mantuvo en el poder condenando a muerte a sus oponentes. Aquello, como dirían sus correligionarios ideológicos, pertenece al pasado, y ahora hay que mirar al futuro. Parece que ese futuro consiste en impedir que la sociedad se libere de las tutelas que coartan su libertad. Y a ello se entrega en cuerpo y alma la Iglesia en España. Católica, naturalmente.