Ahora la cosa es muy distinta. Si abres el capó de un coche nuevo lo verás lleno de cables, tubos y otros componentes mecánicos y electrónicos. Se parece más a la nave Nostromo que a un utilitario. Apenas hay lugar ni para meter un alfiler, así que es inútil solventar alguna avería salvo que seas un mecánico experto. Otra cosa distinta es cambiar una bombilla fundida del faro delantero. Parece algo rutinario, que el orgullo y el no querer engordar la cuenta corriente de los concesionarios te obligaría a realizar tu mismo. Ignoro cómo estará actualmente la ley al respecto, pero antes, si llevabas un faro sin luz, la Guardia Civil te podía exigir que la cambiaras tu mismo antes de seguir la marcha. Lo primero que observas, cuando te armas con tu bombilla dispuesto a la operación cual cirujano avezado, es que no hay espacio, apenas para meter la mano sin poder ver absolutamente nada del mecanismo de extracción. Comienzas a palpar a duras penas y tu mano pronto sufre los primeros arañazos. Antes has leído el manual de instrucciones, breves muy breves instrucciones, y la cosa no parecía tan difícil. Agarrar el alambre del mecanismo, soltarlo y cambiar la bombilla. Coser y cantar. Llevas más de una hora hurgando con tu mano amoratada que comienza a sangrar entre maldiciones, tacos y blasfemias, te acuerdas de la madre del ingeniero que diseñó el motor.
Ahora la cosa es muy distinta. Si abres el capó de un coche nuevo lo verás lleno de cables, tubos y otros componentes mecánicos y electrónicos. Se parece más a la nave Nostromo que a un utilitario. Apenas hay lugar ni para meter un alfiler, así que es inútil solventar alguna avería salvo que seas un mecánico experto. Otra cosa distinta es cambiar una bombilla fundida del faro delantero. Parece algo rutinario, que el orgullo y el no querer engordar la cuenta corriente de los concesionarios te obligaría a realizar tu mismo. Ignoro cómo estará actualmente la ley al respecto, pero antes, si llevabas un faro sin luz, la Guardia Civil te podía exigir que la cambiaras tu mismo antes de seguir la marcha. Lo primero que observas, cuando te armas con tu bombilla dispuesto a la operación cual cirujano avezado, es que no hay espacio, apenas para meter la mano sin poder ver absolutamente nada del mecanismo de extracción. Comienzas a palpar a duras penas y tu mano pronto sufre los primeros arañazos. Antes has leído el manual de instrucciones, breves muy breves instrucciones, y la cosa no parecía tan difícil. Agarrar el alambre del mecanismo, soltarlo y cambiar la bombilla. Coser y cantar. Llevas más de una hora hurgando con tu mano amoratada que comienza a sangrar entre maldiciones, tacos y blasfemias, te acuerdas de la madre del ingeniero que diseñó el motor.