Muchas vidas están marcadas por la Opo. Quien estudia y quiere acceder a un puesto a cargo de las administraciones públicas ha de presentarse ineludiblemente a los exámenes de Oposición. Esa puerta del funcionariado marca tu destino de estudiante con carrera terminada. Tus estudios parecerán no servir para nada si no logras acceder a esa plaza en reñida disputa por cuya adquisición te desvelarás durante meses, asistirás a academias y estudiarás sin descanso tediosos manuales. Sustentado por una débil esperanza pasarás meses y años enteros en un paro sin subsidio. Sentirás el peso del despido sin estrenarte, trabajarás sin retribución, sufrirás un desempleo preventivo.
Quienes pasamos por este penoso trance recordamos la frustrante prolongación de los estudios terminados, la agonía del calendario infinito, el ninguneo de nuestra valía, la combustión del tiempo y la esperanza. Comeremos la sopa de los inútiles, bajaremos los ojos ante nuestros conocidos admitiendo nuestra nulidad, nuestra gorronería insoportable.
Y, con el corazón encogido y la autoestima deshecha, acudiremos a las pruebas en cuestión. Contemplaremos desalentados la muchedumbre que se agolpa ante la puerta. Estudiaremos sus caras intentando averiguar su preparación, consideraremos sus posibilidades contra las nuestras. Todos serán enemigos, contrarios..."opositores". Todos ellos se oponen a ti. Todos compiten contra ti.
Estarás tan acostumbrado a la colaboración, a la amabilidad, que es posible que sonrías a algunos de ellos; que te acerques y charles un rato; quizás ofrezcas un cigarrillo, serás amable; pero, en realidad, cargas de balas al "enemigo". Es posible que te sientas derrotado de antemano y te solidarices con los perdedores, entonces te habrás rendido antes de empezar la batalla.
Cuando estés inclinado sobre tu cuestionario mirarás curioso y asustado alrededor. Te sentirás inevitablemente estúpido al observar que todos se han puesto a escribir rápidamente y pensarás que tú no tienes ni idea, que estás en blanco... Notarás una desesperada necesidad de escribir algo, lo que sea, y empezarás a bucear en tus recuerdos intentando arponear los peces de la memoria.
Al terminar, desmoralizado, entregarás tu examen. Saldrás triste de la sala. Pensarás en el seguro fracaso. ¡Alégrate entonces: estadísticamente tienes motivos para esos fúnebres pensamientos y demuestras tener un juicio razonable!. Otros saldrás eufóricos. Expresarán imprudentemente su optimismo: "Creo que voy a aprobar", "Era fácil", "He contestado a todas las preguntas..." - ¡Pobres ilusos! No piensan que no se trata de "aprobar" sino de "ser mejor" que los demás; que no hay examen fácil (si lo es para ti, también lo será para los demás y estaremos en las mismas) y que responder a todas las preguntas sin certeza puede restarte puntos (los errores se pagan).
Dice uno de los mejores aforismos de Jorge Wagensberg que "Una cebra no necesita correr más que una leona, sino más que las otras cebras". Hay que ser mejores que los demás para sobrevivir: si finalmente dos opositores tuvieran la misma nota, la buena letra decidiría: no hay premios compartidos.
La oposición es una prueba cruel, es un proceso de competencia feroz, un escupitajo a la solidaridad humana. ¿Cuál sería entonces el sistema ideal, la manera justa de adjudicar un empleo?
- Francamente no lo sé. Siguiendo con la metáfora de la cebra: ¿Dejamos algunas cebras bajo nuestra protección preservándolas de los leones? ¿Ponemos la zancadilla a otras cebras? ¿Salvamos a la cebra más veloz, pero tan holgazana que no corre siquiera? ¿Indultamos a la cebra de carrera más bella, aunque menos esforzada? ¿Redimimos a la cebra coja dejando que la leona atrape a otra sana? ¿Sobornamos a la leona?... Es el eterno problema de la lucha por la subsistencia. Sólo se me ocurre una solución: acabar con el león del fracaso. ¿Estarán después las cebras dispuestas a repartirse la limitada hierba de la sabana?