Sin embargo, basar nuestro concepto sobre la oración en un versículo aislado, puede llevar a un modo de pensar equivocado. También es importante tener presentes…
Nuestra comunión con Dios. Para que el Señor escuche y responda nuestras oraciones, tenemos primero que ser salvos de nuestro pecado por medio de la sangre de Jesucristo. Una vez que hayamos puesto nuestra fe en Él como Salvador, Dios nos escuchará solo si andamos en rectitud delante de Él. Como vimos ayer, Él entiende nuestra debilidad, y no espera perfección de nosotros. Pero si seguimos en el pecado, Él no nos oirá.
Nuestra petición. Algunas personas piensan que las palabras “en el nombre de Jesús” son mágicas, pero nada puede forzar la mano del Señor. Aunque estas palabras tuvieron su origen en un buen motivo, hay que pedir solamente lo que sea consistente con el carácter del Señor Jesús. Debemos orar con fe, creyendo que Dios puede hacer y hará todo lo que sea mejor para nosotros dentro de su voluntad.
Nuestra motivación. El Señor no responderá afirmativamente a una oración que nos perjudicará o que saboteará su propósito. Cuando traigamos peticiones a Él, debemos considerar nuestra motivación. ¿Nuestro objetivo es glorificar a Dios y dejar que otros lo vean a Él en nosotros? ¿Es nuestra motivación egoísta, por codicia, o impura?
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