La oración en Edith Stein

Por Maria Jose Pérez González @BlogTeresa

Paqui Sellés, ocd Puçol

El Papa Francisco ha propuesto a toda la Iglesia dedicar este año a la oración, como preparación para el Jubileo del próximo año 2025. Tal como expresa en su mensaje: «La oración es el respiro de la fe, es su expresión más propia. Como un grito silencioso que sale del corazón de quien cree y se confía en Dios. Con el Jubileo a la puerta, estamos invitados a hacernos más humildes y a dejar espacio a la oración que surge del Espíritu Santo».

En este breve escrito quisiera destacar algunos rasgos de la espiritualidad de Edith Stein que ilustran su profunda vivencia de la oración. Ella apenas habla de la suya propia, en cambio, sus obras revelan su experiencia orante. Sería interminable el elenco de textos iluminadores, tan solo me detendré en algunos de ellos.

En primer lugar, comparto uno que me resulta impactante porque lo escribió pocos años antes de su entrada en la Iglesia católica:

«Existe un estado de reposo en Dios, de completa relajación de toda actividad espiritual, en el que no se hace ninguna clase de planes, no se adoptan resoluciones, y menos aún se actúa, sino que todo lo futuro se deposita en manos de la voluntad divina […]. Aparece ahora el sentimiento de hallarse acogido, de estar liberado de toda preocupación y responsabilidad y obligación de actuar. Y cuando yo me entrego a este sentimiento, comienza a llenarme poco a poco nueva vida y vuelve a impulsarme -sin tensión alguna de la voluntad- a nueva actividad. Esta vivificadora afluencia aparece como un efluvio de una actividad y de una energía que no son mías, y que actúan en mí sin imponer exigencias a las mías. El único presupuesto para semejante renacimiento espiritual parece ser cierta capacidad receptiva» (Causalidad psíquica. 1918).

En esta reflexión que Edith realiza podemos apreciar rasgos y actitudes de todo orante: el descanso en Dios que viene dado por la confianza en Él, la vivencia de sentirse acogida por Él, la renovación interior que supone este encuentro con Él, caer en la cuenta del don gratuito que constituye esa «vivificadora afluencia que actúa en mí sin imponer exigencias a las mías», la necesidad de estar abierta al don… Edith es capaz de expresar todo lo que un orante experimenta en ese “trato de amistad” que es la oración, en palabras de santa Teresa de Jesús.

Edith es una auténtica y experimentada orante cuando expresa en una de sus conferencias: «Él (Jesús) espera no solamente a que lo busquemos, está continuamente en nuestra búsqueda y nos viene al encuentro». (Tiempos difíciles y formación). Asimismo, posee una gran clarividencia cuando escribe ya como carmelita descalza: «Debemos orar, no para comunicar a Dios algo, sino con el fin de prepararnos para lo que Dios nos quiera comunicar». (Ejercicios 1937. Notas personales).

Edith concede la misma importancia a la oración personal que a la litúrgica, como refiere en este escrito: «no se trata de contraponer la oración interior, libre de todas las formas tradicionales, como piedad «subjetiva», a la liturgia como oración «objetiva» de la Iglesia. Toda oración auténtica es oración de la Iglesia, y es la Iglesia misma la que ahí ora, porque es el Espíritu Santo el que vive en ella, el que en cada alma intercede por nosotros con gemidos inefables» (La oración de la Iglesia).

Sabemos que Edith frecuentaba la abadía benedictina de Beuron, uno de los centros neurálgicos del movimiento litúrgico del que ella se nutrió y contribuyó en la medida de sus posibilidades a difundir en sus escritos. En una de sus conferencias, pronunciada con motivo del Jubileo de los 900 años de la catedral de Espira, manifiesta: «Él nos espera para acoger todas nuestras cargas, para consolarnos, para aconsejarnos, para ayudarnos como el más fiel y permanente amigo. Igualmente Él nos permite vivir su vida, especialmente cuando nos unimos a la liturgia. Ahí revivimos su vida, sufrimiento, muerte, resurrección, ascensión, el nacer y crecer de la Iglesia. Seremos elevados por encima de la estrechez de nuestro ser, su mentalidad será nuestra mentalidad, sus asuntos serán los nuestros, seremos empujados para co-sacrificarnos en su sacrificio, para vivir toda la vida para Él. Crecemos en Él, unidos indisolublemente a Él y en Él con todos los suyos. Desaparece toda soledad, estamos incontestablemente acogidos en la tienda del Rey, caminamos en su luz». (Educación eucarística).

En este sentido, pronunció una conferencia dirigida a la Asociación católica de mujeres de Zurich, en la que afirmaba: «Quien vive con la santa Iglesia y en su liturgia, es decir, quien vive de forma verdaderamente católica, se encuentra vinculado a la gran comunidad humana, encuentra por doquier hermanos y hermanas unidos con él de la forma más íntima. Y, puesto que de toda persona que está en la mano de Dios parten corrientes de agua viva, ejerce una misteriosa fuerza de atracción sobre almas sedientas; sin pretenderlo, debe llegar a ser guía para otros que buscan la luz, ejercer la maternidad espiritual, y crear y atraer hijos e hijas para el reino de Dios». (Vida cristiana de la mujer).

Consciente del don gratuito que es la oración, declara en una conferencia dirigida a la Unión católica de maestras alemanas: «cada vez que entramos en una iglesia, qué regalo tan inmenso el que vengamos al Señor y que podamos hablar con Él como con nuestro más fiel y amoroso amigo». (Tiempos difíciles y formación). Probablemente está evocando el hecho que tanto la impresionó cuando entró en la catedral de Frankfurt y vio a una sencilla mujer con la cesta de la compra rezando.

Edith sabe de las dificultades del orante para encontrar un tiempo dedicado al Señor y, en este sentido, escribe: «Cuando nos levantamos por la mañana, ya quieren los deberes y preocupaciones del día inundarnos por doquier (y esto en el caso que no nos hayan impedido el sueño). Entonces emerge la pregunta inquieta: ¿cómo puede ser hecho todo eso en un día?, ¿cuándo voy a hacer esto, cuándo lo otro?, ¿y cómo debo yo hacer esto y lo otro? Como convulsionado, habría que estremecerse y echar a correr. Entonces es menester tomar las bridas en la mano, y decir: ¡Despacio! A pesar de todo, nada de todo eso va conmigo ahora. Mi primera hora de la mañana pertenece al Señor. La obra que Él me encomienda quiero realizarla.  Y Él me dará la fuerza para realizarla». (Fundamentos de la formación de la mujer).

Asimismo, nos estimula a adentrarnos en este camino de oración, de auténtico aprendizaje: «En nuestra relación diaria con el Salvador cada día crece nuestra sensibilidad para percibir lo que le agrada y lo que no le agrada […]. Finalmente se aprende también a aceptarse tal cual es a la luz inexorable de la presencia divina y abandonarse a la misericordia de Dios, que puede alcanzar todo aquello de lo que nuestras propias fuerzas son incapaces». (El misterio de la Navidad).

La lectura de estos textos de Edith Stein nos puede descubrir destellos de la oración de nuestra hermana carmelita, que vivió con apasionamiento esa búsqueda y encuentro con “quien tanto nos ama”.