Una suave luz ámbar bañaba la ciudad. Aquellos tonos dorados dotaban de un aire especial a todo sobre lo que se reflejaban. Todo parecía estar en calma…, excepto Gabriel.
Estaba parado frente a un semáforo, esperando a que se pusiera en verde para seguir. Llevaba toda la tarde conduciendo su moto por la ciudad. Estaba un tanto inquieto, ya que en las últimas semanas no había recibido ni noticias del inspector ni llamadas del agresor y esto, estaba mellando su paciencia.Trató de citarse, en silencio y entre penumbras, en más de una ocasión con el tipo que trató de agredirle, pero no halló nada más que preguntas sin respuestas. No temía lo que le pudiera pasar, ni si quiera lo que aquel hombre pudiese sacar a la luz sobre él. Lo que le consumía era no conocer su identidad o cuándo se mostraría de nuevo; el mero hecho de no poder defenderse. Aun así, él seguía con su plan.
Nada más ponerse el semáforo en verde, aceleró su moto y bajó por el Paseo a toda velocidad. Al llegar al final del largo Paseo, giró por una de las calles donde aparcó la moto. Caminó, a toda prisa, hacia una cafetería. Allí le estaban esperando algunos de sus amigos.
-Ya era hora macho. Pensábamos que no vendrías –dijo José.-Perdonad –replicó Gabriel mientras se sentaba-, he tenido que hacer algunas cosas. –Desabrochó su cazadora y sacó un libro de su interior-. Ten Laura, aquí tienes tu libro –alargó su brazo ofreciéndole el libro-.Muchas gracias por dejármelo.-De nada. Espero que te haya gustado –contestó la chica.
En ese momento llegó la camarera para tomar nota de lo que Gabriel quería tomar. Con un ademán hizo saber a la camarera que no quería nada.
-¿No quieres nada? –preguntó Carmen.-No. Además me tengo que ir pronto –contestó él-. Tengo muchas cosas que hacer.-Hoy no has trabajado, ¿no? –le preguntó de nuevo Carmen.-No, hoy no pero…, tengo que hacer algunos trabajos de investigación para un artículo y eso me va a llevar algún tiempo. -Bueno, antes de irte nos contarás qué tal te va con esa chica… ¿cómo se llamaba? –preguntó uno de sus amigos al resto del grupo.-No sé de qué me hablas… -contestó rápidamente Gabriel.-Vamos Gabriel. Si todos sabemos que andas medio liado con la prima de Carmen –espetó José.-No, perdona –dijo de nuevo Gabriel-. Yo no ando liado con nadie.
Quiso zanjar la conversación. No pretendía convertirse en el centro de todas las conversaciones. Gabriel tan sólo quería disfrutar de un instante de paz.Todos guardaron un silencio incómodo y se miraban de reojo esperando a que alguien se pronunciara. Carmen le miraba atentamente.
-Gabriel –dijo Laura con voz suave-. Ya ha pasado mucho de aquello, debes pasar página.-¡No tengo por qué pasar nada! ¿Queda claro? –gritó enfadado.-Tú no tienes la culpa de lo que pasó –se explicó Laura.-Ninguno de vosotros estuvo allí para saber qué paso. No tenéis derecho a hablar de ello.-No te puedes estar machacando cada día con eso –dijo Carmen-. Tienes que rehacer tu vida, Gabriel. Ella lo habría…-¡Ella está muerta! –contestó Gabriel enfadado-. No tenéis ni puta idea de lo que pasó. Por lo tanto no tenéis nada de qué hablar. ¿Entendido?
De nuevo todos guardaron silencio. Se miraban unos a otros. Aquella situación era más que incómoda para todos ellos. Les disgustaba ver que Gabriel se había quedado estancado en aquel accidente.Gabriel, por su parte, se sentía molesto con sus amigos por tratar de entrometerse en sus asuntos. Él aun la recordaba, aun la amaba. Y el pesar de no haber podido evitar aquel accidente aun le perseguía. Esa era la pesada losa con la que Gabriel tenía que cargar.Enfadado e indignado, se levantó enrabietado de la silla.
-Siento haberos amargado la tarde. Cuando tengáis cosas mejores de las que hablar, no dudéis en llamarme.
Tras abrocharse la cazadora, salió de la cafetería. Sus amigos trataron de disuadirle para que no se fuera, pero fue imposible evitarlo.Carmen se sintió culpable y salió tras él.
-Gabriel, espera –dijo caminando tras él.-¿Sabes qué es lo que más me molesta? –le preguntó Gabriel volviéndose hacia ella-. Que tú, conociéndome, digas cosas así –Gabriel continuó caminando.-No, espera. Hablemos, por favor –le pidió Carmen.-No hay nada de lo que hablar, Carmen. Ya lo has dicho todo ahí dentro.
Gabriel caminó más deprisa hacia su moto. Carmen dejó de seguirle y se limitó a ver cómo se marchaba.Ella sabía que se había excedido con sus palabras y se sentía culpable del enfado de Gabriel.
Aquella noche, Gabriel llegó tarde a casa. Ya había anochecido y, como otras veces, no encontró lo que buscaba.Durante algunos días después continuó su particular búsqueda, sin éxito. Una noche, después de volver a casa, decidió salir a dar un paseo para despejarse. Para olvidarse de todo aquello. Caminó por la Rambla hacia la playa. Cruzó la carretera para llegar a la Playa de las Almadrabillas. Allí no encontró más que soledad y paz. Era el lugar perfecto para pensar. Allí no había nadie; tan sólo el sonido del viento y del mar rompían el sepulcral silencio.
Permaneció allí unos minutos. En silencio, frente al mar. Poniendo en paz cada uno de sus sentidos. Olvidándose de todo, tratando de soltar el pesado lastre que le acompañaba.Tras esa merecida calma, decidió volver a casa. Y fue al volverse cuando un golpe le devolvió a la realidad.
Allí estaba. Completamente de negro, camuflado por la negra noche y con el rostro tapado. Le había dado un golpe en la cabeza con la culata de la pistola. Gabriel retrocedió sin caer al suelo. No esperaba algo así.
-Vaya. Ya pensaba que te habías olvidado de mi –se burló Gabriel mientras se llevaba la mano a la cabeza.-¡Cállate, bastardo! –dijo el hombre apuntando con la pistola a Gabriel-. Después de esta noche todos sabrán quien eres y lo que haces.
Cerca de allí, el inspector y algunos de sus hombres contemplaban la escena desde sus coches.
-Señor, le está apuntando. Actuaremos cuando usted dé la orden –dijo uno de los agentes por radio.-Aun no.
Gabriel tenía la certeza de que el inspector no podía andar muy lejos, por lo que trató de hacer tiempo.
-¿Acaso crees que te creerán? Yo no soy quien apunta con el arma.-¿Crees que soy estúpido? Sé lo que has tratado de hacer, pero me temo que el tiro te ha salido por la culata. No puedes poner a la policía contra mí. No tienes pruebas. Sin embargo yo sí.-¿Pruebas? ¿Pruebas de qué? –preguntó Gabriel riéndose.-No te preocupes. Para cuando la policía las encuentre, tú estarás en el fondo del mar –dijo el hombre apuntándole.
Al ver que aquel hombre no dejaba de apuntar a Gabriel, uno de los agentes volvió a hablar con el inspector por radio.
-Señor, le sigue apuntando. ¿Actuamos ya?-Aun no.-Señor, esa es la señal que usted nos dijo –le dijo uno de los hombres que estaba con él-. Debemos actuar antes de que sea demasiado tarde.-¡He dicho que aun no! –gritó el inspector.-Señor –dijo otro agente por radio-. Esperamos su orden para actuar. Estamos preparados.-Aun no, esperad un poco más.
Continuará…
Obra original de Jesús Muga
12-Febrero-2012