El pasado 22 de mayo se presentó esta novela en la librería La Central de Callao. De Ignacio Ferrando (Trubia, Asturias, 1972) había hojeado alguna vez La piel de los extraños, también editado por Menoscuarto y que consiguió el Premio Setenil al mejor libro de cuentos publicado en 2013; y había leído uno de sus cuentos en la antología Siglo XXI. Los nuevos nombres del cuento español actual. El presentador de La oscuridad era el escritor Óscar Esquivias, al que conozco en persona, y me apeteció pasarme por La Central ese citado día 22.
La oscuridad está ambientada en Noruega, concretamente en la ciudad de StorbØrg, y los personajes principales son noruegos. En la presentación, Ferrando señaló que él había estado de vacaciones en ese país, pero en verano, y su novela está ambientada en invierno, cuando cae sobre el norte de Noruega la noche ártica. Al acercarme a las primeras páginas de esta novela de noruegos escrita por un español, no podía dejar de pensar exactamente eso: esta es una novela de noruegos escrita por un español. El narrador, Endre Solberg, nos informa del estado de la nieve, de la temperatura (-20 grados), de la noche ártica que se acerca, y yo me acordaba de aquella apreciación de Jorge Luis Borges sobre su lectura del Corán: en el Corán no hay camellos, porque los camellos se presuponen; y, en consecuencia, para un noruego que habla de Noruega no debería haber nieve que destacar, ni debería haber ninguna necesidad de hablarnos de una temperatura de -20 grados, porque esa nieve y esa temperatura simplemente están ahí. Aunque, quizás, estos datos que nos facilita el narrador sean pertinentes porque también se nos informa de que durante el invierno muchas personas abandonan StorbØrg, la ciudad más al norte de Noruega, para irse a Oslo.
La novela comienza con un velatorio y un entierro. Liv, la mujer de Endre Solberg, ha muerto bajo las ruedas de un camión. Es bastante posible que se trate de un suicidio. Endre es un director de cine experimental, cuyas películas tienen una escasa difusión. Liv era una bella actriz que, años antes, cuando era joven e ingenua, se casó con el prometedor director de cine. Las metáforas cinematográficas son importantes en esta novela: “Todo tiene ese aire recreativo, teatral, como si lo hubieran filmado a cámara lenta en un solo plano secuencia”: así se describe en la primera página del libro el velatorio de Liv. Los personajes del drama también son presentados bajo apreciaciones cinematográficas: “Al igual que el resto, interpreto mi personaje”, nos dije el narrador sobre sí mismo en la página 10. Así se habla de Kjell Gjertsen, el amante de Liv: “Esta tarde parece un personaje de Bergman, en blanco y negro” (pág. 11). Y así se describe a Liv, la mujer muerta: “El mohín en los labios que le da ese aspecto trágico, triste, de actriz de la nouvelle vague” (pág. 15).
El cuento que había leído de Ferrando en la antología comentada era fantástico, y sé, por reseñas leídas, que los cuentos de La piel de los extraños también son de corte fantástico. En La oscuridad el aparente realismo del relato se rompe al final del primer capítulo: en el velatorio de su mujer muerta (Liv), Endre Solberg la ve mirando, a través de una ventana, la habitación en la que se encuentran: “Ha sucedido un imprevisto. Algo…, no sé cómo definirlo. Detrás de él, en la ventana, apoyada en el quicio, está Liv. A priori no parece un espíritu ni una presencia, sino realmente ella. Desde el otro lado del cristal observa su propio velatorio. Lleva un abrigo de pelo de morsa, su gorro de piel, las orejeras que le regalé. Nos mira con curiosidad, como si contara los asistentes (o echara en falta a los ausentes), sonriendo con altanería, como si supiera que su funeral sucedería exactamente así, de este modo (¿acaso no todos los suicidas fantasean con asistir a su velatorio?). Por supuesto sé que es un fantasma, o una visión, o la simple necesidad que tengo de que siga viva, porque nadie, a excepción de mí, parece verla.” Destaco este párrafo de la página 17 porque me parece clave para entender el juego que propone esta novela: el narrador, en el velatorio de su mujer, ve a ésta en la ventana mirándose a sí misma y la escena es descrita dentro de unos parámetros puramente objetivos, racionales: se describe la ropa que lleva, se reflexiona con humor sobre cómo un muerto ve su propio funeral, y se elude por completo el énfasis. Es decir, el narrador no se paraliza, no se vuelve histérico, sino que entra con normalidad en el juego que la realidad le propone. La visión externa de la escena nos la da –unas cuantas líneas después– Kjell Gjertsen, el amante: “¿Qué? –pregunta–, ¿qué te pasa? Estás pálido”.
El fantasma de su esposa Liv; o la propia Liv, que ha fingido su muerte; o una mujer parecida a Liv, que desea paliar el dolor que Endre siente, empieza a visitar al narrador con un horario estricto, y bajo la imposición de algunas reglas: este personaje, al que por simplificación en la trama se llamará Liv, no puede convivir con Endre y otras personas a la vez. Será visto solamente por Endre (aunque el lector debe estar atento, pues esta regla no se cumple en algún momento, y se ha de preguntar por la salud mental del narrador o por la verosimilitud de todo lo contado).
El lenguaje de la novela es contenido, cuidado (sobre todo en su adjetivación, que me parece destacable); como ya he dicho, Ferrando evita en todo momento cualquier énfasis en la voz narrativa de Endre, que asume la extrañeza de la realidad que se le acontece con una rara calma. La oscuridad, en su intención, estaría emparentada con Otra vuelta de tuerca de Henry James y, siendo una novela en la que el cine es tan importante, posiblemente también con Vértigo, de Alfred Hitchcock.
El escenario de la novela, esa noche ártica y despoblada de StorbØrg –donde los tres cuartos de la población se han ido a Oslo– se adecúa bien a esta historia de sombras. Y el lector se adentra en sus páginas intentando descubrir el misterio del juego propuesto: ¿Está Endre loco? ¿Alguien (su mujer, otra mujer) le está engañado? Y si es así, ¿con qué propósito? Además, los planos propuestos se bifurcan al coincidir parte de lo narrado con un guión que Endre está escribiendo para una de sus películas. El tema de fondo de La oscuridad sería poner de relieve las zonas más oscuras de las relaciones de pareja, la imposibilidad de conocer o contentar al otro.
Son tantos los planos propuestos en esta novela, y la voz narrativa asume todo con tanta naturalidad, que en más de uno de sus capítulos he sentido que la trama era demasiado artificiosa y que todo transcurría en un escenario sugerente pero irreal (una Noruega de decorado descrita no por un noruego –como se supone que es Endre Solberg–, sino por un español, que percibe desde fuera las peculiaridades del país escandinavo y se las explica a un lector español: “En StorbØrg no hay burdeles, ni salas de masaje, ni locales de esos, solo alguna barra americana que frecuentan, durante la temporada, los turistas. Los noruegos prefieren la pornografía, más limpia, menos pringosa, más individual. Por eso en StorbØrg las prostitutas ejercen en sus casas, nunca en la calle o en hoteles” ¿Para quién está narrando Endre?).
A pesar de los puntos negativos comentados, la novela se lee bien –está escrita con ritmo– y es de agradecer la asunción de riesgos compositivos por parte de Ignacio Ferrando.