La palabra contrariaes el panfleto con el que Erri De Luca (Nápoles, 1950) denunció el proceso judicial al que iba a ser sometido por promover el boicot a las obras del tren de alta velocidad Lyon-Turín. El librito (treinta páginas más anexos y muchos espacios en blanco) vendió cien mil ejemplares en Italia en apenas tres meses desde su publicación, y se tradujo a numerosas lenguas, por lo que se puede afirmar que cumplió su cometido: difundir su caso entre el gran público y lograr que los principales medios de comunicación se hicieran eco de la noticia. En octubre de 2015, fue absuelto de la acusación. Dado que se trata de un texto escrito en unas circunstancias muy concretas, que ya han quedado atrás por la resolución del juicio, cabe preguntarse qué interés tiene leerlo ahora, en 2016, suponiendo que tenga algún interés todavía. No llega a la categoría de ensayo, ni tampoco dice nada nuevo sobre la libertad de expresión. Sin duda, cualquier obra literaria del autor, como El día antes de la felicidad, El peso de la mariposa o Tú, mío, tiene más provecho que este panfleto. Ahora bien, partiendo de esta constatación, mi sugerencia es aproximarse a La palabra contraria para conocer mejor la naturaleza comprometida de este gran escritor.La implicación política le viene de lejos: antes de dedicarse a la escritura —no publicó su primer libro hasta 1989, con casi cuarenta años, y gracias a la casualidad: una amiga había comenzado a trabajar en una editorial y mostró sus manuscritos al editor—, De Luca trabajó como obrero y camionero, participó en los movimientos del Mayo del 68 y militó en el grupo autónomo de extrema izquierda Lotta Continua. No tiene el perfil habitual del escritor criado entre algodones, militante de salón, aunque entre el trabajo y el compromiso encontraba tiempo para leer. Aun así, según explica en La palabra contraria, nunca se interesó por la literatura de temas políticos o sociales; de hecho, su producción literaria, aun tomando a menudo motivos de su propia vida, de la Nápoles humilde y embrutecida de la posguerra, carece de una crítica explícita; solo importa el lado íntimo de sus vivencias. Con todo, hubo una excepción notable en sus lecturas: Georges Orwell, que con su Homenaje a Cataluña (1938) lo empujó a convertirse en militante. Ahí estaba la semilla.De Luca fue denunciado por expresar su opinión en una entrevista de 2013 (incluida en este libro). Entre otros comentarios, dice que «el TAV se tiene que boicotear» y que «[el sabotaje y el vandalismo] son necesarios para que se comprenda que la línea del TAV es una obra nociva e inútil». De Luca no es ningún ingenuo, en Italia lo conocen bien por la contundencia de sus posicionamientos, que, a la vista está, no siempre caen en gracia. Los motivos por los que se opone a la construcción se resumen en: es negativo para el medio ambiente, la población de la zona lo rechaza y, por supuesto, hay intereses de empresas privadas detrás. Esta vez el problema es un tren, pero se puede equiparar a otros conflictos territoriales, como las centrales nucleares o el fallido Eurovegas: un proyecto suscita polémica porque puede dañar la calidad de vida de una zona y se produce un desacuerdo entre las instituciones políticas y los lugareños, que se organizan en movimientos opositores para sabotearlo. Hay un diálogo insuficiente (o, directamente, inexistente) entre ambas partes, y la voz de una figura intelectual reconocida puede hacer que la protesta se escuche más.
Erri De Luca