La palabra de un hombre

Publicado el 20 noviembre 2012 por Miguelmerino

Estaban los cuatro sentados alrededor de la mesa. Los dos hijos pequeños enfrente del hijo mayor, la madre, presidiendo la mesa y el lado de enfrente, vacío.

  • ¿Dónde se habrá metido tu padre? Habrá que guardarle la sopa y el hígado encebollado. Ya sabes cuanto le gusta el hígado a tu padre. Y éste que has traído está buenísimo. – Comentó dirigiéndose al primogénito.

El hijo mayor siguió comiendo en silencio, como si no hubiera oído el comentario de la madre. Una vez que terminó con el plato, cogió una manzana del frutero que había en el centro de la mesa, se levantó y se marchó lanzando al aire la manzana y volviendo a recogerla con la misma mano que la lanzaba.

  • ¿No piensas esperar por tu padre? – Preguntó la mujer.
  • No se preocupe madre, no es necesario. – Le contestó sin dejar de caminar hacia el exterior.

La noche anterior, padre e hijo habían sostenido el siguiente diálogo:

  • ¿Quién habrá sido el hijo de mala madre que me ha robado la col de la huerta? – Preguntó el hijo. Era más un amargo y patético lamento que una pregunta.

El padre siguió arrancando lascas con la navaja a una rama que tenía en las manos.

  • ¡No permita Dios que me entere de quién ha sido!. – Amenazaba el muchacho con absoluta vehemencia.
  • Mira hijo. Yo sabía que ese afán tuyo de contemplarte en el crecimiento desmesurado de esa col te podría traer problemas.
  • No tenía porque traerme ningún problema. Lo único que pedía era que la dejaran crecer. Era mía ¿no? Yo la planté y yo la vi desarrollarse de esa forma tan exagerada. ¿Tanto costaba dejarla crecer y dejar que yo decidiera cuando la recolectaba? La envidia padre, la puñetera envidia que es el pan nuestro de cada día en esta mierda de pueblo.
  • Como te decía, ya sabía yo que esa dichosa col no te traería más que desgracias. Para evitar que alguien por hacer la perrería o buscarte las cosquillas la robara, es por lo que me decidí a arrancarla. Así que no busques más, yo fui quien arrancó la col del huerto, ya puedes quedarte tranquilo.

El hijo no pareció reaccionar ante la confesión del padre. Simplemente se levantó de la silla y subió las escaleras que llevaban a la habitación que compartía con sus hermanos pequeños.

Una semana antes:

  • Padre, padre, venga para que vea esto. – Llamó a gritos el hijo al padre.
  • ¿Qué pasa, que son esos gritos? – Llegó corriendo el padre.
  • ¡Mire, mire! ¿Ve como está creciendo esa col? Va a coger una tamaño increíble. No creo que en el pueblo se haya visto algo así nunca.
  • Creo recordar que una vez al Ignacio, el de la “señá” Antonia, le pasó algo así, pero no llegó a recolectarla. Algún gracioso, o envidioso, vete tú a saber, se la arrancó antes de tiempo.
  • Si alguien se atreve a arrancar esta col, juro por lo más sagrado que le saco el hígado y me lo como. – Sentenció el hijo de manera solemne.

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Este pequeño cuento no es más que una recreación que me he atrevido a hacer, sobre un hecho que como real, cuenta Francisco Ayala en sus memorias. Recuerdos y Olvidos, Alianza Editorial (1906 – 2006), 2011.