La paletilla

Publicado el 14 mayo 2015 por Elarien
Hay una regla no escrita, que sigo fielmente desde hace años aunque desconocía su existencia hasta ahora, que defiende prorrogar la celebración del cumpleaños durante todo un mes. Es una regla estupenda, una de las cosas buenas de la vida es disfrutar de una buena celebración, y lo bueno a veces es mejor breve pero nadie dice que sea perjudicial repetir.
La víspera, despedí el año que se acababa con una mariscada con House en el Restaurante Criado, recomendado por uno de los amigos de House. Un bogavante y una centolla fueron las víctimas sacrificadas en el homenaje y no las bañamos en sangre, sino en el fluido carmesí de un Pago de Carraovejas. Fue una despedida de lo más satisfactoria.
Aprovechamos que el día señalado caía en domingo para organizar una reunión familiar alrededor de la barbacoa del hermano. Las sillas adquirieron carácter rotatorio porque no faltó ni el apuntador y no había asientos para todos. Era un detalle carente de importancia. Lo fundamental, lo que no debía faltar era comida. La Señora se encargaba de una de las tartas y mi prima hornearía una de las suyas tradicionales de queso. Hermanísima seguro que hacía un postre de celiacos para ciclón. Contábamos además con 3 kg de solomillo. Aún así hacía falta algún entrante con el que abrir boca. Con esa idea en mente, me acerqué esa mañana a Cala Millor a por unas empanadas y algún pan especial. Para complementarlo añadí unos cortes de queso y decidí abrir un jamón, aunque el término correcto, visto el resultado, es asesinar un jamón.
El jamón, ignorante de su destino, completaba su solera en nuestra terraza desde hacía un año. El tiempo extra de maduración no facilitó las cosas a la hora de cortarlo. Acostumbrado a su integridad, se aferró a ella con toda su corteza. El curso de 3 minutos de Youtube sobre cómo cortar una paletilla, que era el caso, no sirvió de ayuda. Se entabló una batalla feroz en la cocina. House, casi recién despertado, y alarmado por el ruido, se pasó a ver qué sucedía. Mi intención había sido sorprenderle y a fe que lo conseguí, aunque no tal y como esperaba. Tras afilarme el cuchillo y embadurnar un estropajo de Fairy, mi marido desapareció de la escena del crimen. Sospecho que se marchó cuando le entraron ganas de matar a alguien, y creo que no precisamente a la pata que, a fin de cuentas, ya estaba tiesa.
Proseguí con mi tarea, dispuesta a rematar la faena a fuerza de cabezonería y, ya que no de habilidad, sí de fuerza bruta, o al menos de voluntad. El hueso quiso resistirse a mis encantos, pero solo lo logró durante un rato. Aunque no fuese la técnica de un maestro, abandoné la horizontal de los puristas para recurrir a la disección quirúrgica. ¡Eso no se lo esperaba! La línea de corte se inclinó peligrosamente por el lateral hasta verticalizarse a ras de hueso. Con toda esa parte repelada, ya solo quedaba darle la vuelta, pero decidí dejar esa fase para otra ocasión. Ya tenía planeada mi estrategia.
Repartí el jamón en dos bandejas que coloqué sobre la mesa del hermano. Cuñadísimo, al coger uno de aquellos trozos, se acercó a House.
- ¿Os habéis peleado con el jamón?
- Que te lo explique tu querida cuñada - le respondió mi marido.
- Solo ha sido una batalla. Aún queda todo un lado, el que quiera jamón puede pasar por casa a cortarlo y llevarse lo que le apetezca. - le ofrecí. Sabía que aquel incentivo bastaría para que apareciesen voluntarios que terminasen de cortar el rebelde jamón.
Nadie más hizo mención a la finura de los pedazos. El resto de los invitados guardaba un silencio prudencial, supongo que porque estaban demasiado ocupados dando buena cuenta del cuerpo del delito y no es de buena educación hablar con la boca llena. A pesar de la singularidad del corte, no sobró ni una viruta.