La panderetera de la calle segovia
Publicado el 10 julio 2020 por Juansanguinocollado
@juansanguino77
Retrato anónimo de joven zíngara, c.1900 |
Echando la vista atrás y retrocediendo unos cuantos siglos en la historia de Madrid nos topamos con la fantasmagórica leyenda de Catalina La Panderetera. En los aledaños de lo que hoy es la calle Segovia vivía en una ajada y destartalada casa la joven Catalina González, bellísima muchacha y vecina famosa por la natural simpatía e innato desparpajo que derrochaba por los cuatro costados. Se dice que entre el barrio de Palacio y el de La Latina, e incluso en buena parte de la ciudad, era conocida como La Panderetera, aunque el origen de dicho apelativo es incierto. No queda claro si la llamaban así por su destreza con la pandereta o por su alegría indómita semejante a la de un cascabel.
Joven con pandereta, José García Ramos, c.1905
De entre las estancias de su modesta casa Catalina tenía por lugar favorito un luminoso ventanuco que daba a la bulliciosa costanilla. Allí sentada podía observar a todo afanado transeúnte mientras soñaba despierta imaginando un porvenir mejor y hacía gala de una delicada voz canturreando al compás de su resonante pandereta. Su hipnótica belleza no pasaba desapercibida y lógicamente pronto se corrió la voz. Así, todo viandante (tanto hombres como mujeres) al pasar por la ventana hacía un obligado parón y quedaba embobado (o roja de envidia en el caso de algunas damas) solazándose con los encantos físicos y musicales de Catalina.
Chicas de Capri en la azotea, John Singer Sargent, 1878 |
Según los mentideros de la Villa y Corte, la fama de sus coquetos embrujos creció de tal manera que llegó el día en el que la calle se arremolinaban tantos varones que tenían que ir haciendo cola para pasar frente al ventanuco de Catalina. Igualmente las noticias de dichas aglomeraciones llegaron pronto a los oídos de algunas envidiosas y ofendidas féminas que inmediatamente montaron en cólera, esposas y novias, que acusaban a sus parejas de pandereteros, vocablo que acabaría convirtiéndose en sinónimo de persona infiel.
La Panderetera, Charles Emile Vernet-Lecomte, c.1870 |
A partir de entonces, víctima de su fama, la joven panderetera sufrió en la calle distintos ataques de damas celosas, y se dice que incluso en una ocasión intentaron quemar su humilde casa. Por causas naturales o, según las malas lenguas, por causas poco claras, Catalina murió al poco tiempo aunque la peregrinación de hechizados enamorados a su estrecha ventana no cesó. Los residentes del barrio aseguraban que al llegar la noche el precioso y pálido rostro de la joven aparecía asomándose por el ventanuco e incluso, yendo más allá, los había que juraban y perjuraban que habían visto cómo algunos infelices, quizá víctimas de un embrujo, habían entrado a la casa después de morir Catalina y nunca más salieron. La casa no volvió jamás a ser habitada y con el tiempo fue derruida, aunque la crónica de lo que allí sucedió perduraría por siglos dando pábulo a la leyenda…