La Papisa, Juana de Ingelheim (822-855)

Por Sandra @sandraferrerv
Muchos personajes del pasado se han movido en aguas turbulentas, a medio camino entre la realidad histórica y la leyenda. Personajes que han provocado extensos y acalorados debates sobre su existencia real. Uno de esos nombres es Juana de Ingelheim, una mujer que habría vivido buena parte de su vida como hombre y habría terminado sentándose nada menos que en la silla de San Pedro. De muchos es conocido el nombre de la Papisa Juana, una mujer que algunos afirman con rotundidad que fue una simple invención propagandística creada por detractores de la iglesia romana, mientras que otros se empeñan en encontrar datos verídicos de su auténtica existencia.

La hija de un monje o una recién llegada de oriente Para empezar, sus orígenes ya no están nada claros. Existe una teoría que sitúa el nacimiento de Juana en Ingelheim am Rhein, Maguncia, en el año 822. Su padre habría sido un monje del monasterio de Fulda con orígenes ingleses. En contacto directo con la cultura, Juana habría aprovechado esta oportunidad y se habría formado a la sombra del monasterio. Para poder continuar sus estudios, como de manera oficial era impensable que una mujer pudiera hacerlo, Juana se habría convertido en un monje conocido como Juan el Inglés. La inteligencia y sabiduría de Juana la habrían llevado pronto de Fulda a otros centros monásticos hasta llegar a Roma, en 848. De simple docente se habría convertido en secretaria del Papa León IV, entusiasmado por su gran erudición. El fulgurante ascenso de Juana habría llegado a la cumbre tras la muerte de León IV. Elegida como Papa bajo el nombre de Juan VIII, su farsa habría durado escasos dos años. En aquel tiempo se habría quedado embarazada de Lamberto, embajador de Sajonia. A pesar de haber querido llevar aquel escandaloso embarazo en secreto, pues su conocimiento habría desvelado su naturaleza femenina poniendo su persona en peligro, Juana no habría podido conseguir su cometido. En una cabalgata, el parto se habría desencadenado provocando la sorpresa de todos los asistentes. Juana habría muerto de los mismos dolores del parto o a manos del indignado y escandalizado gentío. Otras fuentes, sin embargo, sitúan los orígenes de Juana en oriente y ubican su existencia un siglo y medio después, en 1100 aproximadamente. El inicio de la leyenda, o de la crónica histórica Fue en 1255 cuando se escribió por primera vez una crónica sobre la existencia de la Papisa Juana. Fue el dominico del convento de Metz, Jean de Mailly, quien relató la fascinante historia de la existencia de un Papa que había nacido mujer. Desde entonces, y hasta el siglo XVII, el relato de Juana se aceptó de manera mayoritaria como fehaciente. Habría sido entonces, en un momento en el que la Iglesia Católica se veía sumergida en la Contrarreforma y recibiendo constantes ataques de la nueva fe protestante, cuando la Curia Romana habría decidido negar la existencia de Juana y tildarla, a lo sumo, de leyenda. En el Liber pontificalis, donde se recogen los distintos papados, aparecen cronológicamente, León IV y Benedicto III, sin dejar a penas tiempo para otro pontificado intermedio, el de Juana, defendido en el siglo XIII por Martín el Polaco. Donna W. Cross, al final de su novela La Papisa, recoge en un largo epílogo varias tesis defendiendo la eliminación premeditada y voluntaria de Juana de la lista oficial de Papas. Entre ellas, asegura que el hecho de que vivera en el siglo IX, el más oscuro de la edad oscura, hizo más fácil la tarea de borrar su reinado1. Para la escritora, el Liber Pontificalis, es claramente incorrecto en materia de fechas de ascensos y muertes papales2. Donna W. Cross, defiende también la existencia de centenares de manuscritos aludiendo directamente a su existencia, así como la presencia de su estatua en la catedral de Siena hasta que en 1601 por orden del Papa Clemente VIII, se “metamorfoseó” súbitamente en un busto del papa Zacarías3. La existencia de Juana, al menos en los textos, llevó a la discusión a cerca de la existencia de una curiosa silla en la que los Papas se sentaron durante siglos y que tenía un orificio justo en el centro. Los defensores de Juana aseguran que la silla apareció por primera vez en el siguiente pontificado para asegurarse que quien se sentaba en la Silla de San Pedro era verdaderamente un hombre. Los detractores de Juana aseguran que era simplemente una silla elegante y que su agujero no tenía la más mínima importancia. Finalmente, otra cuestión que ha suscitado el debate, es el hecho de evitar, premeditadamente o no la Via Sacra por todos los actos papales. Esta calle es el lugar en el que Juana habría muerto tras dar a luz a su hijo. Juana de Ingelheim fue y será durante mucho tiempo un personaje extraño, fascinante para unos, molesto para otros, pero del cual hablaron durante siglos grandes nombres como Guillermo de Ockham, Lawrence Durrell o Petrarca. El papel que la leyenda o la historia le han asignado, ni más ni menos, que el Solio Pontificio, hacen de Juana un personaje difícil de tratar de manera puramente objetiva. A ello se suma la muy remota, por no decir, nula, posibilidad de encontrar nunca una prueba real, verídica y contundente que nos permita afirmar o desmentir su existencia. Así, para algunos Juana fue realmente una Papisa, mientras que para otros, no fue más que un cuento inventado. ______ 1. La papisa, Donna W. Cross, Pág. 401 2.Ídem, pág. 403 3.Ídem, pág. 403

 Si quieres leer sobre ella La papisa, Donna W. Cross


La papisa Juana, Emmanuel Royidis
El papa Mujer, Rosemary y Daroll Pardoe