La Parada fue también un paraíso

Publicado el 11 marzo 2019 por Apgrafic
Encomienda | © Yenifer Plasencia

Por Manuel María Orbegozo

En una caja de cartón, ella encontró el mundo de su infancia: el sórdido paisaje de La Parada, con sus borrachines desamparados, sus prostitutas atareadas y sus malandrines de esquina. Siempre de la mano de su madre —una mujer campesina de Huancavelica, empleada domestica, vendedora ambulante, mujer migrante, en fin—, recorriendo de madrugada las cantinas alborotadas de Tacora, ofreciendo caramelos de limón, chicles y cigarrillos a cuanta sombra se retorcía por ahí. La infancia era eso y más: el recuerdo de la noche estrellada de Huancayo que habría de tatuarse así misma como tímidas pecas al filo de una mejilla o en una oreja. Y, también, el agudo cantar de su madre, quien soñó con ser artista, pero se lo impidieron. Su evocación remontaba en lugares inhóspitos, olvidados y demasiado disímiles a estos edificios señoriales del pasaje Santa Rosa que nos rodean esta mañana. Aquí, en pleno centro de Lima, la artista plástica Yenifer Plasencia se ha puesto a recordar que La Parada fue también un paraíso, y cuenta cómo una caja de cartón —ese invento maravilloso que le sirve al indigente de abrigo y a una familia para guardar utilerías—, significa para ella una suerte de guía en su viaje sentimental de vuelta a casa.

—Las cajas de cartón también sirven para las encomiendas —dice Plasencia, de 25 años, sentada en una banca a pocos metros de la Plaza de Armas—. La encomienda es ese lazo que te une con la familia cuando eres migrante.

Su obra Remendando lazos integra la muestra Lima. 484 Aniversario —la primera en su carrera—, y se viene exponiendo en la galería municipal Pancho Fierro. Es una pequeña maleta de cartón llena de cartas, bordados, corazones colgantes, semillas y tierra de otros lados. En su momento más utilitario, la caja fue una encomienda de esas que su madre le envía por bus desde Huancayo, siempre con más amor que cancha, queso y jamón, para que le ayude a olvidar, de momento, esa nostalgia que persigue a quienes andan lejos de casa. Para atenuar su duelo migratorio.

En esta instalación —que recuerda a la maleta dadaísta de Marcel Duchamp, las cajas fluxus, y al retablo ayacuchano—, Plasencia reflexiona sobre su traslado de la sierra central a la capital y lo que significó crecer junto a su madre en tierras ajenas. Contrasta, además, su experiencia como migrante con las lecturas asépticas que la academia propone en torno al fenómeno social.

—La visión del antropólogo, del sociólogo, en cuanto a la migración, es muy superficial. Algunos consideran que los colores que trajeron los migrantes son alegres, cuando yo, personalmente, creo que el exceso de colores llena el vacío de estar lejos de tu tierra. Trasladarlos a Lima es más una necesidad que considero triste.

Hace dos años, Plasencia presentó esta obra conceptual en su carpeta de ingreso para La Escuela Nacional Superior Autónoma de Bellas Artes. “Sentí que la obra iba a tener más valor si yo demostraba que la había vivido”, recuerda.

Funcionó. Tras haber estudiado pintura en Ica y diseño de moda durante tres años, finalmente logró ingresar a Bellas Artes, donde estudia grabado desde 2017. Mientras tomaba cursos acelerados para nivelarse, cuenta que descubrió el alma infantil de Van Gogh y se preguntó cómo un hombre podía tenerle tanto aprecio al par de zapatos que pintó.

—Decidí comprarme un par de zapatos iguales a los suyos. Siempre me ha atraído eso, el cariño a los objetos, porque son pruebas vivientes de lo que somos.

Y bajo este sol que nos rompe la piel a cuchilladas, ponerse a buscar las pruebas de quién era realmente Yenifer Plasencia, suponía mucho más que buscar un adjetivo para describir su voz. Tenía uno que hurgar en los objetos que siempre rodearon su vida, que alguna vez le sirvieron para satisfacer la necesidad más impostergable de una niña: jugar.

—En mi casa, las cajas eran roperos u organizadores, pero para mí era un juguete grande. Después te das cuenta que el cartón es un material muy noble, que no es caro, que lo encuentras gratis en las calles y que lo puedes utilizar para todo. ¿Cómo algo tan simple puede ser tan útil para las personas?

La fealdad, patria de los afectos
Plasencia nació en Huancavelica, pero a los dos años su madre se la llevó a Huancayo y luego a Lima. Siempre juntas, encararon el lado más adverso de la ciudad. Dejaron el departamento más empobrecido del Perú por una habitación en Yerbateros, y no se fueron hasta que la niña cumplió cinco años. Durante ese periodo, ayudaba a su mamá a vender dulces por los bares de Tacora, desayunos en las esquinas o chompas en Gamarra. Mantiene fresco el recuerdo de esa Lima underground que pocos en el mundo del arte, acaso, llegan a ver.

—Era un espectáculo caminar por La Parada, entrar a bares. Me pregunto por qué no dibujo paisajes como Sabogal, a pesar de tener mucha información sobre Huancayo. Creo que el haber vivido en el desorden, el caos y lo oscuro de Lima, ha pesado más que mi tiempo en el campo. —¿Qué encuentras en esa fealdad de la infancia? —Belleza. Incluso en el haber crecido en los mercados de Huancayo, vendiendo pollo con mi mamá. Yo la acompañaba. A veces jugaba con mis primitos, que también acompañaban a las suyas. Yo era la mayor. Ponía a los niños en una caja y luego los jalaba como un carrito. Descubrí que se puede ser feliz en medio del desorden, de la suciedad.

La noche anterior, en la galería Pancho Fierro, Plasencia se unió a las artistas y poetas Lucy Angulo, Violeta Barrientos y Gianine Tabja, para hablar sobre la presencia de la mujer en el arte limeño contemporáneo. Se trataron temas como la construcción de la identidad artística en artistas peruanas, su participación activa y su trascendencia en el arte, sus aportes a la cultura y la percepción, tantas veces prejuiciosa, del espectador frente a sus obras (“este cuadro no parece hecho por una mujer”, le dijeron alguna vez a Tabja). Se volvieron a escuchar, además, nombres monumentales como el de Julia Navarrete, Sonia Prager, Martha Vértiz, Luz Negib, Gianna Pollarolo, Edith Sachs, Julia Codesido, Regina Aprijaskis, Cristina Gálvez, entre otras lumbreras del arte en el Perú.

Pero fue la poeta Barrientos quien dijo algo que caló en Plasencia:

—La esencia de la poesía es la misma que la esencia del arte.

Le pareció tan cierto, tan natural encontrar poesía en el recuerdo gris de Tacora, en el monedero de monito que colgaba de su cuello y en las caras desconocidas que lo llenaban de monedas. Sus grabados y pinturas, de alguna forma, reviven esos rostros retorcidos que decoraron su infancia feliz.

—La mente de niño hace que donde estes siempre sea maravilloso —explica—. Se suele idealizar que los niños pobres son tristes, pero en realidad son muy felices. Cuando creces te das cuenta donde te has criado, de tus carencias. La niñez es lo que marca a las personas.

Descentralizar el feminismo
Sus grandes ojos parecen dos lunas eclipsadas, dos tambores que palpitan al hablar. Frente a una serie de carteles que informa a los transeúntes sobre la lucha de las mujeres en el Perú, Plasencia ha dicho con firmeza que la mujer provinciana debe despertar su sensibilidad para amarse a sí misma, para que sienta que ella puede hacer todo lo que se disponga. Y viajar, si se puede. Así logrará romper, al fin, con la expectativa de tener hijos y quedarse a vivir en el mismo barrio toda la vida.

—Ellas verían que el mundo es más grande de lo que imaginaban. Regresarían a casa con más metas.

Cuenta que su timidez le ha hecho frecuentar pocos espacios feministas. A pesar de que considera admirable la labor de los movimientos feministas en la capital, reconoce que fuera de Lima la lucha es distinta.

—Allá se lucha por estudiar lo que te gusta, por tus posibilidades. En el campo no tienes acceso a esas cosas —explica—. A veces las chicas de la sierra no se sienten muy representadas por las chicas de la capital. Cuando he ido a lugares feministas, me he visto abrumada, no me he sentido muy identificada. Yo no he visto lo que ellas han visto, y ellas no han visto lo que yo he visto.

Plasencia cree que el feminismo en el Perú debe romper con el centralismo —esa grave y polvorienta herencia colonial— para encontrar un lenguaje común que las una e identifique a todas: un feminismo interseccional que no limite la discusión solo a la experiencia de mujeres limeñas de clase media, sino que también incluya la voz de toda mujer marginalizada por su origen étnico, clase, nivel educativo y género, entre otros factores sociales y culturales.

—Siempre se busca representar a todas desde el pensamiento liberal y hegemónico desde Lima. Las mujeres del interior del país no se sienten identificadas con esa voz y mucho menos con el movimiento. Ahora toca replantearnos cuál será la voz que nos una a todas y que no excluya a la mujer no-liberal.

Promesa de una hija
En un lugar de la maleta de cartón aparece pintada Ana María Huincho Condori con 27 años. Su cabellera negra le cae sobre el hombro derecho. Está sentada de espaldas a una radio de los años noventa, mientras un gato merodea a sus pies.

Es la mujer que la parió a los 20 años. Plasencia la ha retratado en el cuartito de Huancayo donde empezaron de cero. Es un homenaje a su madre y a lo que vivieron juntas. A pesar de que no ha visto su obra artística en persona, Huincho Condori está contenta por las cosas que su hija le cuenta. “Aunque al comienzo tampoco entendía lo que hacía”, confiesa Plasencia, “quizá por eso trato de hacer cosas simples, para que mi mamá y todos las entiendan”.

Pero ahora ha llegado a la conclusión de que quizá se hizo artista para cumplir el sueño de su madre.

—Mi mamá quería ser cantante folklórica, pero mi abuelo le dijo que no y ella desistió. Luego llegué yo y se dedicó a cuidarme. La recuerdo cantando mientras limpiabamos la casa...temas de Alicia Delgado, de Pintura Roja —cuenta—. Mi mamá quiso ser artista y no pudo. Entonces me dije ‘yo voy a hacerlo y voy a intentar hacerlo bien’.

Porque, como dijo Lucy Angulo anoche, no solo trasciende la artista, sino todo su entorno, su familia. Y si Plasencia llega a trascender, no solo van a hablar de ella, sino también de su mamá, de sus primitos en la calle. Entonces, dice, su familia habrá existido.

+info: Lima. 484 Aniversario