Hace escasos diez días, tras la alegría para muchos españoles -yo entre ellos- por el importante logro deportivo del Real Madrid -la duodécima Copa de Europa-, nos llegó una información que amargaba lo que tenía que haber sido exclusivamente una noche de festejo -“luto” deportivo para otros, claro- que pasó a ser de tragedia y luto real por el luctuoso suceso que ocurría en esos precisos momentos en otro punto del Reino Unido de la Gran Bretaña, Londres, y que, tras días de incertidumbre y no muy brillante gestión policial -de uno de los países que se creen el ombligo del mundo-, dejó un desenlace trágico con la muerte del joven español Ignacio Echeverría, un auténtico héroe que dejó su vida por defender, con lo que tenía a mano -su tabla de patinar frente a los cuchillos de los terroristas-, a una mujer que estaba siendo agredida por esa parte radical e incívica de una religión, el Islam, que se dice “de paz” pero que, paradójicamente, está en una desigual guerra con el resto de religiones -judíos, cristianos, católicos, budistas, hindúes…- e incluso en guerra civil entre las distintas facciones islámicas -¿nos recuerda algo esto del “proceso de paz” y “unos ponen bombas o pistolas y otros su nuca indefensa” o el simple hecho de estar ahí en un mal momento?-. Justo una semana después, pudimos ver a otro “héroe” -este entrecomillado y populista- que salía de nuevo a la palestra para encabezar una horda separatista -¿para cuándo la actuación de la Fiscalía ante estos desafíos?- leyendo “al dictado” un manifiesto cuyo fin último no es otro que la ruptura de una Nación milenaria, España, en la que nació, creció y desarrolló su carrera profesional, sin traba alguna a su libertad y gozando de todas las prestaciones y logros que se empezaron a conseguir cuando él no era ni proyecto, gracias al esfuerzo de generaciones que crearon las bases sólidas que ahora muchos desaprensivos -él entre ellos- de ignorancia rayana con su mala fe, quieren tirar por la borda, eso sí, pagados por el “Estado opresor”. Sabrán mis lectores que me refiero a Pepe Guardiola -no confundir con aquel José Guardiola del “Di papá” o las “16 toneladas” de los 60-, el del “pequeño país del Norte” -tan pequeño, que nunca existió como tal-, que dijera en su día el de San Pedor -me reservo el comentario que esta palabra me sugiere- y al que su carrera futbolística, que no deportiva, con luces sobre el césped y sombras en su vida personal -en forma de ‘nandrolona’, se dijo y algo habría cuando fue apartado dos años de los terrenos de juego por sanción federativa-, puso en primera fila de la actualidad y al que un periodista no dudoso de culé dedicó una frase lapidaria que lo define: "Fracasa en el City y triunfa como agitador de masas". Personaje que, mal que le pese y para su desgracia, es y será español mientras viva, salvo que adopte la nacionalidad de alguno de los países en los que no triunfa como quisiera, de donde lo despiden, para su oprobio, con el “Que viva España” de otro español grande, Manolo Escobar, que presumió de serlo por todo el orbe.
Tan sólo unas horas después, pudimos ver la antítesis de este catalán desagradecido. Me refiero ahora, como sin duda habrán intuido también, al gran Rafael Nadal que, ante un público -en su mayoría francés- rendido por su nueva proeza, se emocionaba bajo la Bandera de España y al son del Himno Nacional -por cierto, sin pitos- tras su décimo triunfo en el Torneo de tenis de Roland Garros en París. Un deportista -este sí- en toda regla que va haciendo gala de español por donde juega y que, dicho sea de paso, también es seguidor -en este caso, socio de honor- del Real Madrid. Y se remata este corto pero intenso periodo de diez días con un “postre” para nuestra parodia, la penosa “miseria parlamentaria” escenificada en el Congreso de los Diputados -sería mejor llamar “disputados” a sus señorías- y el patético debate tras la “singular” moción de censura -fracasada desde que era sólo intención- que ese partido “ejemplar”, triste mezcla de Podemos y sus franquicias con el apoyo de la absorbida Izquierda Unida -un millón de votantes menos en seis meses-, ha interpuesto contra el Gobierno del Partido Popular -fruto de sus propias carencias, todo hay que decirlo-, apoyado en el insulto y monotemático sobre la corrupción -sólo la de un lado, claro, aunque todas sean censurables y tendrían que ser erradicadas, más pronto que tarde, empezando por devolver lo que proceda y con las sanciones que correspondan- y con el único objetivo de ”protagonizar” su show mediático habitual y estar en pantalla -donde crecieron- lo más posible e inspirados, cuando no financiados, por esos regímenes más que dudosos y alejados de la democracia, que son Venezuela, Cuba o Irán, adonde sus políticas rancias nos conducirían si la irresponsabilidad en el voto propiciara su llegada al poder, acabando sin duda con la “democracia” actual, muy dañada, como decía antes, pero recuperable si se aplica de una vez el marco legislativo del que el Estado dispone, con el rigor necesario y sin ambages de ningún tipo.
En definitiva, los dos partidos “regeneradores” han quedado retratados con reproches tales como “vendedor iletrado” que Iglesias dedicó a Rivera o “tonto útil del separatismo” en sentido contrario, y ha vuelto a ponerse de manifiesto que con este panorama y pese al descontento que tenemos con el Sr. Rajoy una gran parte de los que le dimos la mayoría absoluta en 2011 -más por lo que no ha hecho que por lo que sí hizo-,el Presidente del Gobierno no tiene rival de talla en el Hemiciclo, lo que no sé si es bueno o es malo, porque con este "peligro", que no le hace sombra, no es fácil tender a mejorar mucho lo hecho y, sobre todo, lo no hecho hasta ahora, que urge, si queremos reconducir esta España mediocre que se está imponiendo en las últimas décadas.