Todos recordamos con nitidez el gran blooper del Mundial 2010. El mal cálculo y peor reacción de Robert Green ante el tibio disparo de Dempsey, la tremenda pifia que le posibilitó a Estados Unidos la igualdad, en el primer partido del Grupo C. Lejos de bancarlo o respaldarlo con acciones, Fabio Capello lo incineró completamente al sentarlo en el banco y poner a Calamity James en el juego siguiente contra Argelia. Sensacionalistas y ácidos, los tabloides ingleses lo pulverizaron. Por ejemplo, The Sun lo eligió como el arquero de la selección de los peores jugadores del certamen y lo describieron así: “A diferencia de Cheryl Tweedy (ex esposa de Ashley Cole, quien contrajo malaria durante una visita a Tanzania), Green no agarró nada en África. A pesar de eso el fue el único jugador inglés que volvió a casa con un premio: el de mejor jugador estadounidense“.
Muchos se preguntaron qué tanto daño anímico y mental pudo haberle provocado ese accidente. En un amistoso que su equipo West Ham disputó contra Ipswich Town, los fanáticos Blues -seguramente también azuzados por su pasado en el Norwich- se hartaron de insultarlo y burlarse de él por el episodio contra USA. Green sabe el posible infierno que lo espera en la Premier League, y para aclimatarse e ir preparándose para ese escenario virulento les pidió a sus compañeros y cuerpo técnico que lo ayuden con una particular terapia: que lo insulten, lo abucheen y lo chiflen en los entrenamientos. El arquero es un fiel creyente del poder de la psicología en el deporte como potenciador de la concentración y así quiere ir preparándose mentalmente para el recibimiento poco amistoso que le regalarán en los estadios de Inglaterra. Innovador, se podría decir.