Adoro al escritor Miguel Delibes. Así que no debería resultar extraño que incluso un volumen menor, como es La partida, lo haya leído con gratitud, con cariño y con aplauso. No alcanza, en mi opinión, las bondades de su novelística (en 1954, cuando esta obra fue publicada, ya había obtenido el Nadal con La sombra del ciprés es alargada y había impresionado a lectores y críticos con El camino), pero resulta fácil descubrir en sus páginas el acento del vallisoletano: su acercamiento a los personajes humildes, sus situaciones cotidianas, sus pequeñas historias de éxitos y fracasos, sus melancolías, sus esperanzas frustradas, sus frases llenas de sabiduría sentenciosa…Con su lenguaje sencillo, entrañable y exacto, Delibes nos resume las vidas del huérfano Miguel Páez (que se embarca en el Cantabria buscando cumplir su rara vocación de marino); de los pobres seres que se ocultan en un refugio durante un bombardeo; del infeliz que no tiene una peseta para subirse en el tranvía y verse con su novia, en una tarde de lluvia; del empleado que, después de treinta años de servicios a la empresa, es desplazado a Santander; del fumador que, tras dos semanas de abstinencia, se lía con delectación un cigarrillo y se lo fuma en la soledad de su despacho; de la monja que reconforta a un muchacho moribundo; o del congelado peatón que, para soportar el frío, se mete en una conferencia sobre economía.Elegiré a un personaje del conjunto: ese tabernero que, al acabar un partido de fútbol retransmitido por la radio, calibra que los veinticinco millones de personas que lo han escuchado han perdido cincuenta millones de horas de trabajo, que servirían para levantar el país o remediar bastantes pobrezas y desigualdades.Elegiré un relato del conjunto: “En una noche así”, que se desarrolla durante la puesta de sol de Nochebuena y que reúne en un pobre tugurio a un preso recién salido de la cárcel (que perdió un hijo y al que su mujer abandonó), un músico con la cara quemada por el aceite de una churrería y un tabernero cuya esposa ha muerto.Una obra entrañable, emotiva y llena de la profunda humanidad que siempre exhibió Miguel Delibes en sus libros.
Adoro al escritor Miguel Delibes. Así que no debería resultar extraño que incluso un volumen menor, como es La partida, lo haya leído con gratitud, con cariño y con aplauso. No alcanza, en mi opinión, las bondades de su novelística (en 1954, cuando esta obra fue publicada, ya había obtenido el Nadal con La sombra del ciprés es alargada y había impresionado a lectores y críticos con El camino), pero resulta fácil descubrir en sus páginas el acento del vallisoletano: su acercamiento a los personajes humildes, sus situaciones cotidianas, sus pequeñas historias de éxitos y fracasos, sus melancolías, sus esperanzas frustradas, sus frases llenas de sabiduría sentenciosa…Con su lenguaje sencillo, entrañable y exacto, Delibes nos resume las vidas del huérfano Miguel Páez (que se embarca en el Cantabria buscando cumplir su rara vocación de marino); de los pobres seres que se ocultan en un refugio durante un bombardeo; del infeliz que no tiene una peseta para subirse en el tranvía y verse con su novia, en una tarde de lluvia; del empleado que, después de treinta años de servicios a la empresa, es desplazado a Santander; del fumador que, tras dos semanas de abstinencia, se lía con delectación un cigarrillo y se lo fuma en la soledad de su despacho; de la monja que reconforta a un muchacho moribundo; o del congelado peatón que, para soportar el frío, se mete en una conferencia sobre economía.Elegiré a un personaje del conjunto: ese tabernero que, al acabar un partido de fútbol retransmitido por la radio, calibra que los veinticinco millones de personas que lo han escuchado han perdido cincuenta millones de horas de trabajo, que servirían para levantar el país o remediar bastantes pobrezas y desigualdades.Elegiré un relato del conjunto: “En una noche así”, que se desarrolla durante la puesta de sol de Nochebuena y que reúne en un pobre tugurio a un preso recién salido de la cárcel (que perdió un hijo y al que su mujer abandonó), un músico con la cara quemada por el aceite de una churrería y un tabernero cuya esposa ha muerto.Una obra entrañable, emotiva y llena de la profunda humanidad que siempre exhibió Miguel Delibes en sus libros.