La pasión de Yerma es la versión libre escrita por Lola Blasco de la obra de Federico García Lorca. Ayer, en el teatro Lope de Vega de Sevilla, se agotaron las localidades para ver la pieza dirigida por Pepa Gamboa.
El Lope de Vega inauguró ayer, 23 de enero, su programación trimestral con La pasión de Yerma, basada en una de las obras más íntimas de Lorca. Producida por la Compañía SEDA, la versión libre de Lola Blasco pretende ahondar en las problemáticas planteadas hace 86 años por el autor granadino: los deseos incumplidos, el conformismo, la maternidad, el género, etc., pero desde una visión contemporánea.
Nos encontramos ante una historia donde todos los personas desean algo, pero son deseos que generalmente no se terminan cumpliendo (Pepa Gamboa, la directora de la pieza).
La dramaturgia mantiene el texto original en su mayor parte, respetando los monólogos fuertes y la lírica. Explota algunos recursos presentes en él, como las repeticiones, propias de las corrientes teatrales contemporáneas. La versión torna el dramatismo intenso de la obra de Lorca en un tono humorístico en sus inicios, que va degradando en pura tragedia.
La pieza toma, así, un giro inesperado: la puesta en escena es moderna, si bien el texto sigue la línea del original. Es complicado ubicar temporalmente la obra, pues, aunque se halla más cerca de la contemporaneidad que de los años 30 del siglo pasado, no termina de existir un contexto que la localice. Surgen de este hecho varias incertidumbres: al no situarse en un escenario concreto, los sucesos pierden fuerza (no es lo mismo la maternidad, la libertad o el maltrato de género ahora que hace veinte años, ni entonces de hace casi noventa años); y el texto suena a ratos forzado en unos personajes que no sabemos en qué momento viven ni qué les exige la sociedad correspondiente.
Cada mujer tiene sangre para tener cuatro o cinco hijos, y si no los tiene se le hace veneno.
María León encabeza un elenco de actores que, a pesar de la dificultad poética, se desenvuelven con solidez sobre las tablas. Asimila con destreza y brío los momentos más tensos y dramáticos, sacando a relucir, junto con Críspulo Cabezas, una energía llena de potencia en la escena final, culminando la trama. Su actuación se vuelve fiera, representando con crudeza un deseo animal. La obra fluye mejor en estas densas escenas que en la comedia que intenta adherirse al texto, pero que no termina de cuajar y que tiñe algunos momentos angustiosos de un cierto patetismo. El público ríe en la tensión de una pelea doméstica, hasta que el humor da paso definitivamente al drama y los espectadores ubican el tono. Por su parte, Mari Paz Sayago llena el escenario de presencia y de espontaneidad, naturalizando un texto complicado y descontextualizado.
La escenografía (Antonio Marín) es original: puertas de texturas translúcidas, plataformas elevadas, césped artificial e incluso lavadoras sobre ruedas. La forma de representar el pueblo es muy simbólica, jugando con las superposiciones. La casa de Yerma está colocada sobre unos finos pilares y se mantiene suspendida sobre las pequeñas casas de la villa. La iluminación (Joaquín Navamuel) refuerza estos detalles, potenciando los focos de atención y los sentimientos de los personajes. Prima la luz azul: recuerda al agua del río, a la sed insaciable de Yerma. Sin embargo, se puede apreciar en la escenografía la misma ambigüedad contextual que en el resto de elementos teatrales: las paredes están alegremente decoradas con motivos tropicales, la ducha se aprecia moderna y podemos ver un microondas. ¿En qué época nos encontramos? ¿Es una manera de indicarnos que los problemas (maltrato, maternidad, soledad, honra, deseos imposibles) se repiten independiente del tiempo?
No puedo pensar en el futuro: pienso en hoy y en que tengo sed y no tengo libertad.
La música (Rosario La Tremendita y Pablo Martínez Jones) es interesante, no sólo por la innovación presente sino por integrar en ella escenas casi completas, como la canción que escenifica el cuadro de las lavanderas que aparece en la obra original. Sucede con ella lo mismo: acerca al público a la actualidad, lo que desorienta levemente.
El vestuario (Guadalupe Valero) luce por su acierto. Yerma viste prendas finas con las que demuestra sus ganas de dejarse ser y llevar: sus ganas de desnudarse, destaparse, disfrutar de su belleza, de su juventud y de la vida. Sus prendas son de color rojo, representando su pasión, ira, dolor. Intenta cubrirse constantemente, pero guarda en su interior demasiada (des)esperanza por verse liberada: de ella misma, de un matrimonio infeliz, de la imposibilidad de conformarse, de su deseo de ser madre. Se siente llena porque se siente demasiado vacía. También sorprende el detalle de que el vestuario de las mujeres se mantenga al final de la obra, pero tiñéndose de negro; un presagio de muerte.
– Me siento muy sola.
– Eso le pasa a todo el mundo.
La función, que ha tenido que ser ampliada a una sesión más el sábado 25, podrá verse en el Lope de Vega hasta el domingo 26 de enero. Los montajes dramáticos más inmediatos que ofrecerá el teatro sevillano serán Juana, del 7 al 9 de febrero y Trigo sucio, del 13 al 16 de febrero.
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