Voy a crear lo que me ha acontecido. Solo porque vivir no se puede narrar. Vivir no es vivible. Tendré que crear sobre la vida. Y sin mentir. Crear sí, mentir no. Crear no es imaginación, es correr el gran riesgo de acceder a la realidad. Entender es una creación, mi único modo. Precisaré con esfuerzo traducir señales telegráficas, traducir lo desconocido a un idioma que desconozco, y sin entender siquiera para qué sirven las señales. Hablaré en este idioma sonámbulo que, si estuviese despierta, no sería lenguaje. P. 19.
Clarice Lispector (Tchetchelnik, Ucrania, 1920-Río de Janeiro, 1977) está considerada una de las escritoras brasileñas más importantes del siglo XX por su particular forma de renovar la expresión literaria en obras como La pasión según G. H. (1964), novela con la que Siruela comienza la colección Biblioteca Clarice Lispector, dedicada a recopilarlas publicaciones más significativas de esta autora, entre las que también se cuentan sus relatos, disponibles en el volumen Cuentos reunidos.
, cuando un día, sola en su ático, encuentra una cucaracha en el armario del cuarto de la criada. La contemplación de este insecto, que queda atrapado en la puerta del mueble, le produce una gran repulsión, pero continúa mirándolo hasta que esta experiencia se convierte en el desencadenante de La pasión según G. H. no es una novela al uso: relata la vivencia de una mujer que responde a las iniciales de G. H, de la que apenas sabemos que se dedica a la escultura y que "vivió mucho" (" G. H. vivió mucho, quiero decir, vivió muchos acontecimientos. ¿Quién sabe si tuve de algún modo impaciencia por vivir luego todo lo que tuviese que vivir para que me sobrase tiempo de... vivir sin hechos?", p. 23) Estaba liberándome de mi moralidad, y eso era una catástrofe sin fragor y sin tragedia una transformación vital de la que emerge liberada de sus temores anteriores; pasa de horrorizarse ante la cucaracha a ingerir la sustancia que emana de ella como una metáfora de la unión de G. H. con su nueva forma de entender el mundo (" ", p. 74).
Lispector construye un extraordinario
La cúspide de este camino llega cuando ella toma la decisión de tomarse la existencia de otra manera, de intentar verse a sí misma como una entidad, como la idea platónica ("Así como existió el momento en que vi que la cucaracha es la cucaracha de todas las cucarachas, así quiero encontrar en mí misma la mujer de todas las mujeres", p. 149). Los efectos prácticos de este descubrimiento se reflejan en su propósito de aplicar el carpe diem, disfrutar de aquello banal del presente, de la pasión, como expresa en sus deseos de salir a bailar esa noche ("Necesitaré para el resto de mis días mi leve vulgaridad dulce y de buen humor, necesito olvidar, como todo el mundo", p. 138), sin preocuparse tanto por el futuro, abandonando la esperanza ("Tenía tan poca fe que había inventado solamente el futuro; creía tan poco en lo que existe, que remitía la actualidad a una promesa y a un futuro", p. 125).
En cierto modo, esta conclusión se asemeja a la teoría nietzscheana del retorno al origen primitivo, la renuncia a todo lo humano artificial, a las necesidades creadas, incluida la moralidad de la religión cristiana, a la que se hacen abundantes referencias ("La renuncia es una liberación", p. 152), para complacerse del simple hecho de estar viva ("Quiero vivir la parte humana más difícil: vivir el germen del amor neutro, pues de esa fuente comenzó a brotar lo que después fue deformándose [...], quedó sofocado por el sobrante de riqueza y aplastado en nosotros mismos por la pata humana", p. 137). La despersonalización del personaje, la escasa información sobre ella, se relaciona directamente con esto; no solo es un recurso para facilitar la universalidad de su mensaje. La protagonista cuenta esta experiencia un día después, cuando ya es consciente de lo que le ha acontecido y, de acuerdo con ello, se ha liberado de todo lo superfluo, como su propio nombre, para hablar de lo que ahora le importa ("La despersonalización como la destitución de lo individual inútil, la pérdida de todo lo que se puede perder y, aun así, ser", p. 149).
La narradora reflexiona de forma gradual, párrafo a párrafo, con un estilo tan literario, complejo y profundo que se podría realizar un análisis exhaustivo de cada capítulo, porque el cambio que experimenta no solo se plasma en lo que cuenta, sino que la estructura de los capítulos también lo refleja. Los primeros sirven de presentación (de lo que le ocurrió y de ella misma) y a continuación describe con minuciosidad la entrada en la habitación de la criada -un territorio desconocido para G. H. pese a formar parte de su propiedad-, el momento de abrir el armario, el descubrimiento de la cucaracha. Sin embargo, mientras la mujer permanece sentada en la cama de la sirvienta, mirando al insecto atrapado, esa concreción del espacio ocupa un lugar secundario y el protagonismo de la narración recae en lo metafísico, en sus pensamientos. Hablando de los capítulos, hay que destacar que todos comienzan con la última frase del anterior, como un recurso para potenciar más la conexión entre lo que deriva de lo experimentado en las páginas previas.
Por otra parte, la novela está llena de
es, en consecuencia, una obra en la que La pasión según G. H. no sucede nada y sucede todo, porque ¿qué hecho resulta más significativo que esta aproximación al alma? La autora utiliza un incidente aparentemente anodino (el hallazgo de una cucaracha) para recrear una transformación en la que lo desagradable del insecto de connotaciones kafkianas ejerce como contrapunto de la conciencia humana ("La cucaracha es un ser feo y brillante. La cucaracha está al revés. No, no, ella misma no tiene ni derecho ni revés: ella es aquello. Lo que en ella está visible es lo que oculto yo en mí: de mi lado que debería estar visible he hecho mi revés oculto", p. 66-67). Para que la transformación de G. H. se produzca, se da una circunstancia clave: se encuentra sola en casa. Ha entrado en ese cuarto porque la criada no está, ha descolgado el teléfono para que nadie la moleste. En alguna ocasión, el miedo a enfrentarse a sus temores hace que desee que alguien llame a la puerta y de este modo interrumpa lo que le acontece, como una forma de procrastinar aquello que le conlleva un gran esfuerzo; pero finalmente nadie obstaculiza el trance. Por lo tanto, Lispector utiliza la soledad como reencuentro con uno mismo, una liberación silenciosa, con G. H. recluida en una habitación.
Dado que La pasión según G. H. se mueve en el territorio de lo interior, de lo metafísico, su significado resulta universal y atemporal. No importa que transcurra en Brasil, en un ático, en una habitación, porque en cualquier lugar y ambiente se puede encontrar una particular "cucaracha" que lleve a esta transición gradual. Tampoco tiene una relevancia que la protagonista sea una fémina, porque, más allá de los comentarios acerca de la extrañeza que suscita que una mujer se dedique al arte (tengamos presente que la novela se publicó en los años sesenta y la propia autora seguramente conocía bien esta situación por dedicarse a la escritura), Lispector no utiliza la categoría del género como elemento significativo en el desarrollo vital de G. H.
En suma, leer y, del mismo modo que ella empieza a mirar el pasado desde otra perspectiva, invita a releer estas páginas para captar todos aquellos detalles que pasaron desapercibidos en una primera lectura, cuando aún no se sabía hacia dónde se dirigía el libro. A pesar de toda la angustia, el mensaje final es de optimismo, no del optimismo tranquilo y fácil de la promesa de felicidad, sino de La pasión según G. H. supone, hasta cierto punto, experimentar en primera persona la transformación de la protagonista, porque la narración, tan densa y reflexiva, se convierte en ese viaje complicado que exige el esfuerzo del lector, un viaje que, por fortuna, termina resultando tan gratificante como la revelación de G. H. (" Porque me he sumergido en el abismo comienzo a amar el abismo de que estoy hecha", p. 125) un optimismo ligado al redescubrimiento de sí misma , y es que, en sus propias palabras, "Ser real es asumir la propia promesa: asumir la propia inocencia y recuperar el gusto del cual nunca se tuvo conciencia: el gusto de lo vivo" (p. 130).