Leer “La pasión según G.H.” es como asistir a una performance en directo, en la que la actriz coge tu mano y empieza un monólogo largo y extraño, se diría que filosófico, brutalmente intimista y un tanto desquiciado, mientras ella mantiene los ojos abiertos pero está mirando hacia dentro (ojos en blanco, ojos de ciega, y sientes la presión de su mano en tu mano, que se va haciendo más fuerte a medida que se desgranan las palabras, temes que te pueda hacer daño).
Lispector reduce la existencia a plasma informe e impulsos eléctricos, se basa en la contemplación de una habitación vacía en la que irrumpe una cucaracha silenciosa e inmunda, para regresar el principio, a lo atávico, a los orígenes más ancestrales, diseccionando el miedo y el asco y estableciendo los principios básicos: la vida, abierta en canal y expuesta bajo un potente foco de luz, el de la mente insana de la protagonista, que ahora ya aprieta tan fuerte la mano que nos hace daño.
Dar la mano a alguien ha sido siempre lo que esperé de la alegría.
La originalidad es este libro; el virtuosismo, lo bien escrito que está, y la musicalidad que se desprende entre líneas a pesar de tratarse de una traducción (buen trabajo). La introspección llevada al extremo, literatura de alto nivel.