Con permiso de esos dos genios de la música que fueron Tchaikovsky y Beethoven, les pido prestado el nombre de la sinfonía más perfecta del primero y la sonata nº 8 para piano en do menor del segundo, con el fin de encontrar un título adecuado a la final de la Copa del Rey jugada el viernes pasado entre el Atleti y el Real en Madrid.
Llevaban los colchoneros catorce años sin ganar a los blancos y con más suerte que juego lograron la proeza de ganar el trofeo sabiendo sufrir hasta el final ante un equipo auto gestionado por sus futbolistas y con su técnico en plan mirón hasta que provocó que le expulsara el mediocre árbitro de la final porque seguramente no podía aguantar más el segundo plano que los pesos pesados de su plantilla le habían asignado para tan magno acontecimiento. No había salido prácticamente del banquillo hasta ese momento, en el que lo hizo desaforado y con tantos como injustificados aspavientos buscando lo que deseaba desde antes del partido: quitarse de en medio ante su impotencia en el tramo final de la temporada.
Este sujeto redondeó su actuación con una rueda de prensa personalista y en la que por fin reconoció, y tampoco a la primera, que había fracasado en su tercera temporada; Mourinho en estado puro, defendiendo además inopinadamente y mal encarado que él siempre ha dado la cara. Antes trató de justificar lo injustificable argumentando que el Madrid no había merecido perder, cuando debió decir que había podido ganar y hasta golear, y trayendo de nuevo a colación su Copa del primer año, la Liga del segundo y las tres semifinales consecutivas en Europa. Al Madrid, club que le paga muy bien y cuyo presidente le otorgó más poderes que nadie ha tenido en su historia, lo mantuvo en un lejanísimo plano hablando básicamente de su carrera como técnico. En fin, de pena.
A mí me alegró que el equipo campeón de Copa tuviera en su alineación de gala a dos laterales, Juanfran y Luis Filipe, canteranos del Madrid y a los que el nefasto Pérez les dio puerta en su momento porque además de excelentes futbolistas no eran ‘camiseteros’ ni de ningún sitio donde su empresa fuera a hacer alguna obra pública de las que justifican su interés por algunos fichajes.
Como también me alegró que Sergio Ramos, en plan líder honesto y generoso de la plantilla blanca, diera la cara elegantemente al final del partido felicitando a los campeones y reconociendo su merecida victoria sin acordarse de la mala suerte que tuvo sus equipo con tres palos y algún que otro balón sacado en la misma línea de gol por los defensores contrarios.
De todos modos la historia del fútbol se escribe así, en base sólo al resultado final. Porque si esos balones hubieran entrado el Madrid habría goleado en la final y entonces los junta letras de turno hubieran entonado otro cantar glorificando a los blancos y denostando el rácano juego rojiblanco. Porque ése fue el tenor futbolístico que vimos la otra noche. Un equipo que sabiéndose inferior jugó sus cartas con tesón y sufriendo hasta el último minuto se llevó la Copa de Su Majestad aliándose con la suerte que siempre aparece del lado del campeón; enhorabuena a un animoso Simeone que sabiamente hizo jugar a su equipo tal y como él lo hacía como jugador: tesonero, machacón, subterráneo y con pocas florituras. Sólo los chispazos de calidad de ese gran futbolista y goleador que es Falcao, bien acompañado por unos incansables jugadores obreros y coriáceos como el brasileño Costa y un lujo belga bajo los palos, el acertadísimo Courtois.
El patetismo de la final llegó también a alguno de los comentaristas deportivos más singulares por vacíos de toda reflexión objetiva, como es el caso del tal Roberto Gómez, quien aprovechó el resultado para soltarle estopa a Mourinho a cuento del ostracismo de Casillas y Pepe, señalando su no presencia como la causa última de la derrota blanca. En realidad tanto Diego López, principalmente, como Albiol tuvieron un digno papel en el partido y no desentonaron del tono general del Real Madrid.
Con el portero repescado está siendo muy injusta demasiada gente. Diego es un excelente portero y raya a gran altura. Mourinho sería justo si lo pusiera por criterios deportivos y no por otros menos loables; como acostumbra.
Patética final, tangana incluida, y patéticos personajes en torno a un deporte muy hermoso.