Pero se estrena con mensajes gubernamentales de confrontación, a pesar de los discursos bienintencionados y tranquilizadores del nuevo presidente de la Junta de Andalucía, Juan Manuel Moreno (PP), que persiguen no la derrota, que ya la han conseguido, sino el cuestionamiento y la sospecha, hasta de manera simbólica, de la anterior etapa socialista. Sólo así se entiende que el primer Consejo de Gobierno del Ejecutivo conservador se celebre en Antequera, la ciudad malagueña en la que se firmó el histórico Pacto entre todos los partidos con representación en Andalucía que posibilitó una autonomía con el mismo nivel de competencias que las consideradas históricas, como si la alternancia conservadora fuese una conquista de la democracia en esta región. La realidad es que el cambio de gobierno en Andalucía no supone ningún salto cualitativo de nuestra democracia como sí lo fue arrancar el reconocimiento político hacia una autonomía plena en una región históricamente subordinada a las directrices del poder centralista, tanto bajo la dictadura como en la recién restaurada democracia. Por eso, por mucho que se arrogue el nuevo gobierno conservador un “plus” de calidad democrática, no alcanzará nunca la distinción histórica de aquel Pacto de Antequera que determinó el futuro de Andalucía.
Como también es confrontación eliminar, bonificándolo al 99 por ciento, el impuesto sobre sucesiones y donaciones, que ya estaba exento hasta el millón de euros. Se trata de confrontación ideológica porque bajar impuestos, y más en uno que beneficia mayoritariamente a los pudientes y afortunados que pueden heredar patrimonios superiores al millón de euros, es una medida ideológica de una derecha que siempre ha estado en contra de la fiscalidad progresiva (paga más quien más gana) y de todo gasto del Estado en servicios públicos. Y, aunque aparentemente parezca que favorece a todos los contribuyentes, más adelante obligará a “cuadrar” unas cuentas mermadas de tales ingresos, rebajando prestaciones, recortando servicios públicos o elevando impuestos indirectos que afectan al conjunto de los consumidores, independientemente de lo que ganen. Y todo para que los ricos paguen menos por patrimonios millonarios que heredan, de padres a hijos, sin límite económico.