La pechuga indiscreta

Por Lamadretigre

Si notan un aire retro en esta entrada es porque la he escrito a lápiz. En mi moleskine. En la furgoneta a la altura de ese túnel de estreno que se ha tragado Despeñaperros y le ha fastidiado el negocio a Casa Pepe con sus estampitas del Generalísimo. Más vintage imposible. Para que luego digan que no soy trendy. Con tanto i-todo se me había olvidado lo mala que es mi letra. Ya sé de donde viene la caligrafía remolona de La Primera. Mea culpa.

A lo que iba. Llevo algún tiempo rumiando un regusto amargo que me quedó de un par de publicaciones blogueriles que me ha costado digerir. No deja de asombrarme que el amamantamiento público de criaturas levante tanto revuelo. Me huele a chamusquina. A cliché rancio. A ganas de arañar polémica donde no la hay. Seamos sinceros señoras y señores madresféricos, en general, cuando una mujer le da el pecho a su bebé, por muy poca maña que se dé, no suele verse nada. A no ser claro está que esté usted a la que salta con el gadgetoperiscopio para inmortalizar el pezón materno en el nanosegundo que tarda de media un bebé en engancharse al pecho. No me toquen las narices que es mucho más fácil verle a ustedes la glotis en lo que se llevan el boquerón a la boca.

Díganme ustedes pues qué es lo desagradable de la estampa. ¿La nuca del niño? ¿La manita del bebé acariciando el esternón de la madre? ¿El poquito de lorza que se adivina bajo la camiseta remangada? ¿El mero acto de alimentar a un hijo? En esto de la alimentación infantil el doble rasero es clamoroso. Ya puede La Tercera zamparse los cacahuetes a puñados escupiendo la mitad mientras mastica con la boca abierta de par en par que nadie se inmuta a pesar de ser un espectáculo deplorable. Créanme. Que La Segunda se come un moco entre chopito y chopito. Nada, tendrá hambre la criatura. Y si La Primera se come el filete a bocados es porque está pegando un estirón. Sin embargo parece que La Cuarta mamando discretamente molesta. A cuadros me quedo.

Escandalizarse ante una mujer dando el pecho es volver al siglo dieciocho cuando enseñar un tobillo era una provocación libidinosa. El tabú está en los ojos del que mira. Háganselo mirar. Con urgencia.

Permítanme además una sugerencia: La próxima vez que se crucen con una mujer cargada de niños, lactantes o no, cédanle el paso. Dense cuenta de que esos niños con sus mocos, sus rabietas y sus madres desbordadas son los que van a costearle la jubilación. Si llega. Porque a uno coma treinta y ocho niños por mujer no salen las cuentas. Ni a tiros. Con lo achuchada que está la vida las madres somos una especie en extinción. No nos lo pongan más difícil. Alimentar a un hijo ya sea a cucharadas, con biberón, pipeta o a tetazo limpio no es ni ha sido nunca un acto obsceno. Ni lo será. Por más vueltas que le den. Búsquense otra cantinela para tocar la gaita.

Dedicado con furor a Adriana Abenia y Ale.


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