Entrañas liberadoras de La Pedriza de Madrid. Las madrugadas de primavera tienen brillos de arroyos para terminar nombrando al Manzanares. Las botas de montaña se calzan en silencio, cerca del puente por donde apenas despierta el agua y los primeros pájaros carboneros afinan sus notas y cargan de colores las plumas.
Canto Cochino acoge a diversos montañeros en una riada de mochilas y silencio. Suena la respiración en traqueteo de pisadas y de piedras; suena en el sendero bajo las ramas como lanzas de las arizónicas, arroyo arriba hasta el puente que lo cruza hacia los llanos de Peluca y el Refugio Giner (atrás ha quedado escondido en la ladera el Chozo Kindelán) y la piedra “noray” que sirve de referencia a los montañeros.
Los variados grupos de montañeros han elegido diversos lugares para adentrarse en La Pedriza. Nosotros hemos cruzado hacia el Arroyo de los Poyos y subimos unos metros por la Senda que conduce al Collado de la Ventana. En esta reducida montaña es posible la dispersión en múltiples opciones y siempre será alegoría de la vida porque en cada recodo nace un misterio y el montañero se detiene a contemplar el luminoso asfodelo (también le he visto escrito como asfódelo) o el leñoso árbol de la coscoja; escucha monótono el trepidante sonido del multicolor pico carpintero en pleno trabajo infatigable o una hilera de agua que aspira a cascada de montaña.
Nombres y más nombres…La Pedriza ha tallado formas en sus piedras inmensas que hoy sirven de referencia en las conversaciones de los montañeros. Al final de la jornada, sentados a la mesa del bar de Canto Cochino, contamos nuestros paseos nombrando piedras. Atrás queda La Muela… hemos llegado a una brecha por la podremos subir…con esfuerzo…con prudencia…con ayuda del compañero…
La limitada inmensidad de La Pedriza ensancha el corazón hasta la tierra entera, el sosiego del espíritu vuela libre más allá de los límites conocidos, más allá del azul lejano e impenetrable. La Pedriza salta más allá de sus límites y se hace infinita en el tiempo. Los montañeros abren los ojos al asombro cercano y al asombro de lo eterno.
Regresamos por desconocidos lugares sin senderos, cercanos al Gran Molondrio, no lejos del Cancho Buitrón, por las cercanías de la pradera de Navajuelos, encontramos un hermoso y amplio vivac cerca del Falso Molondrio. Continuamos arroyo abajo, inventando sendero… los montañeros seguimos trazas de nuestros antepasados pero, no pocas veces, iniciamos aventuras de montaña.
Yo no había estado tan cerca de La Muela, tampoco había pasado al lado de Cancho Amarillo. Cien veces pasearé la Pedriza y cien veces descubriré algún recóndito lugar de soledad sosegada, de paz risueña. Pasadas las Buitreras, sale un sendero por el que nos desviamos unos metros para ver de cerca el Hueso y admirar la arquitectura hermosísima de la naturaleza.
Más descenso hasta las cercanías del Arroyo de las Dehesillas, que cruzamos para adentrarnos la transitada y conocida senda que llega al Tolmo, majestuosa mole de granito admirada cada día por un importante número de paseantes, diversos montañeros de regresan y algún escalador.
Javier Agra.