VIERNES 13 (Sean S. Cunningham, 1980)
La película que marcó mi adolescencia. Ante este planteamiento quizá el hacer una crítica subjetiva sobre la película de Cunningham sea un auténtico despropósito, pero creo que ya iba siendo hora de que algún día hablara largo y tendido de esta joya del cine. Y nada de joya del cine de terror, sino del cine en general, pero vayamos por partes.
Yo tendría unos 11 años cuando, tras la irrupción de Scream (Wes Craven, 1996), entendí que el cine de terror iba más allá de señores con la cara quemada que me provocaban pesadillas. Evidentemente, como icono de la cultura popular, ya conocía a Jason. Un tipo con una máscara de hockey que mataba a los jóvenes monitores de un campamento llamado Crystal Lake. Uau. Y había nueve películas sobre el tipo en cuestión, una especie de ser inmortal que volvía una y otra vez de la tumba para vengar la muerte de su madre. No sé cómo, pero yo ya sabía todo esto antes de ver alguna de las películas. Tal vez mi madre me lo contara o los chicos mayores lo utilizasen para recrear unas historias de terror que, lejos de asustarme, hacían crecer mi curiosidad hacia la figura del tal Jason Voorhees. Mi primera vez con la saga sería con la segunda entrega, recuerdo que convencí a mi padre para que la alquilase. Ahí el asesino llevaba un saco en la cabeza. ¡Menuda decepción! Nada de máscaras de hockey pero joder, el festival de muertes era, alucinante. No entendí muy bien el principio de la película, así que mis ganas por ver la primera entrega fueron en aumento. Ningún videoclub de mi ciudad tenía una copia. Ningún amigo tampoco. Hasta que, al poco tiempo, llegó el glorioso día en que la pasaron por televisión. Evidentemente la grabé en VHS. Tras verla, por fin comprendía la grandiosidad de una saga mítica como Viernes 13. Recuerdo perfectamente las sesiones con los compañeros del colegio, donde aplaudíamos cada una de las secuencias de muerte como hooligans. Desde entonces, este clásico es y será una de mis películas favoritas para toda mi vida.
Rodada en cuestión de un mes en el campamento No-Be-Bo-Sco de Nueva Jersey; con un guion escrito a seis manos por el propio Cunningham, Victor Miller y Ron Kurz; contando con Tom Savini en el equipo de efectos visuales, quien por aquel entonces iniciaba su gloriosa carrera; un casting de jóvenes guapos dispuestos a enseñar carne; y la mítica música de Harry Manfredini. Todos estos son los elementos que conformaron una historia de venganza en la que una furiosa madre (una maravillosa Betsy Palmer como Mrs. Voorhees) extendió su odio criminal hacia todos los adolescentes del campamento Crystal Lake. En el verano de 1957 el pequeño se había ahogado en el lago mientras unos monitores estaban fornicando y, tras unas terribles muertes un año después, el campamento fue clausurado. Con su nueva reapertura, alguien está decidido a castigar la lascivia e irresponsabilidad de la juventud que se reocupa el recinto.
Una perfecta plasmación fílmica de todas aquellas leyendas urbanas e historias de terror contadas a la luz de una hoguera para asustar a los niños. Una respuesta a esa personificación del mal que John Carpenter había presentado dos años atrás, con una final girl propia sin nada que envidiar a la Laurie Strode interpretada por Jamie Lee Curtis, y cuyo papel recaería en las manos de una sufrida Alice Hardy (Adrienne King). Si Michael Myers había conseguido ser la representación del asesino de canguros, Viernes 13 pretendía convertirse en la historia de terror sobre campamentos de verano definitiva. Y vaya si lo fue…
Con una serie de muertes lo bastante impactantes como para que la película fuese clasificada X en el Reino Unido y prohibida en varios países durante años (la brutal muerte de un debutante Kevin Bacon o la mítica escena del hachazo en la cara aún son algunas de las mejores de toda la historia del slasher), la obra de Cunningham supondría el verdadero inicio de la época dorada del género. La secuencia final, pensada por el propio Savini, sería la que daría pie al (re)nacimiento fílmico de Jason, cuya andadura llegaría hasta el día de hoy a través de infinidad de películas, cómics y novelas.
No sabemos qué habría pasado si el pequeño Jason se hubiese quedado en el fondo del lago y no se hubiese rodado ninguna secuela. Lo que sí sabemos es que, con secuelas o no, el primer Viernes 13marcaría un hito en la historia del cine. Por ello merece ser vista como la joya que es.
Lo mejor: en una maravilla, siento no ser objetivo.
Lo peor: nada.