Nadia Comaneci terminó los Juegos Olímpicos de Montreal con tres medallas de oro y 7 dieces. Tenía 14 años, pesaba 40 kilos y medía 1,54 metros. Su niñez estaba a punto de desaparecer, pero la fragilidad que envolvía la fortaleza de la pequeña ‘hada comunista’ la había convertido en inmortal. En plena Guerra Fría, la ‘orquídea-soldado’ había golpeado a soviéticos y estadounidenses, para regocijo de Ceauşescu, dictador terrible y original que dominó Rumanía durante décadas y que nombró a la niña ‘Heroína del Trabajo Socialista’. En un mundo sin Twitter, Facebook, Youtube… su ejercicio dio la vuelta al mundo.
“Jamás he olvidado el consejo que me dieron entonces: no contar nunca la misma historia de la mima manera a más de dos personas; de lo contrario, cuando informaban a la Securitate, estabas perdida”. Lafon comienza su entretenida novela con esta cita anónima de la Rumanía de los ochenta. Es una advertencia: lo que cuenta sólo puede ser una aproximación a la verdad. ¿Cuántas versiones hay de las historias de Nadia C.? Incluida, claro, la oficial, su autobiografía con título que guiña a Rilke: ‘Cartas a una joven gimnasta’. Con acierto, la escritora francesa invita a una ficticia y contemporánea Nadia C. a intervenir en la novela, a corregir sus afirmaciones, a dialogar con el lector, y al hacerlo el personaje cuestiona el juicio apresurado sobre la niña que fue, sobre la Rumanía en la que vivió.
Como las innumerables gimnastas imperfectas que la precedieron, como las contadas que la superaron después, Nadia C. luchaba contra su futura derrota, contra la mujer que inevitablemente sería y que sustituiría a la niña mágica que fue. También el dictador rumano estaba destinado a ser arrollado por un futuro que había intentado detener. Nadia C. huyó de Rumanía quince días antes de la ejecución del Conducator y su mujer, la Científica Más Reputada del Mundo, en las Navidades de 1989. Atrás quedaron años de hambre y miedo, la traición del experimento de buscar una sociedad igualitaria. Porque, como cuenta Lafon, la decadencia de Nadia C. corre paralela al hundimiento del país, arrastrado al hambre y la miseria por un dictador enloquecido que hizo de la obligación de devolver la deuda nacional su único objetivo. Hoy, como entonces, Occidente habría condecorado su locura.
‘La pequeña comunista que no sonreía nunca’. Lola Lafon. Anagrama. Barcelona, 2015. 280 páginas, 18,90 euros.