Shun Li es una joven china que ha emigrado a Italia, pero vive en condiciones de semiesclavitud. Obligada a trabajar en un bar por la deuda contraída y sin poder estar con su hijo mientras quieran mantener esa situación los jefes mafiosos, la existencia de la protagonista no es más que una sórdida sucesión de jornadas laborales con algún que otro día de descanso. En el bar conoce a Bepi, un maduro marino ya jubilado con el que conecta enseguida. Lo que viven ambos no es una historia de amor, sino una relación de profunda amistad y afecto, pero este vínculo no es bien visto ni por los amigos de él ni por los compatriotas de ella, por lo que la relación se convierte en una especie de extraña variante de la historia de Romeo y Julieta. Si en algo destaca La pequeña Venecia es en el retrato de la sordidez en la que ha de sobrevivir la protagonista, víctima de una mafia que aprieta sin ahogar del todo, porque ofrece esperanzas de un futuro mejor en la tierra prometida. La película nos hace reflexionar acerca de esas tragedias ocultas con las que nos cruzamos en los momentos más inesperados, sobre esos trabajadores inmigrantes invisibles que sostienen nuestras economías a base de un gran sacrificio personal mientras las mafias que los dominan se enriquecen un poco más cada día.