Llevo tiempo en el que me estaba costando bastante mantener la regularidad, la línea y la constancia que yo quiero en las publicaciones del blog. Pero más o menos, a trancas y barrancas lo iba llevando. A punto de llegar las navidades pensé: "Bueno, ahora hay vacaciones. Tengo menos tiempo. Pero igual puedo comenzar a organizarme un poco y escribir algunas entradas para empezar el año con trabajo adelantado. Entre comilona y comilona, entre plan y plan, entre celebración y celebración... siempre encontraré un hueco" Eso pensaba. Que ingenua yo. Si algo he aprendido, o más bien reafirmado, esta Navidad es que la vida es un regalo y que hay que aprovechar cada instante de ella. Que hoy tu vida es de una manera y que mañana puede ser de otra. Que en un momento estás organizando una cena para Nochebuena y que esa cena que tenías planeada puede que no llegue nunca.
Nunca he dudado de la importancia de explicarles a nuestros hijos e hijas las cosas tal y como son. Eso sí, adecuando nuestras explicaciones a su edad y a lo que ellos realmente quieren y/o necesitan saber. He procurado no mentirles nunca y no ocultar nada que fuese relevante para sus vidas, por muy duro o difícil que fuera hablar de ello. He de reconocer que sí les he mentido: les he hecho creer en el Ratoncito Pérez, en Papá Noel y en los Reyes Magos. Pero hay otras cosas de las que siempre he hablado con franqueza. Siempre les hablé de forma natural de dónde vienen los niños. Les he contado mi opinión y opción personal sobre la religión. Hemos charlado de las enfermedades graves que han padecido y padecen miembros de nuestra familia. Hemos debatido sobre temas complicados como la pobreza, el hambre en el mundo, las guerras... Y también, desgraciadamente, hemos tenido que hablar de la muerte de nuestros seres queridos.
El pasado día 23 de Diciembre, a mi abuela María le dio un infarto cerebral. Era una mujer de 86 años, totalmente independiente y muy activa. Teníamos mucho a pego a ella: venía a casa a pasar el día con nosotros, cuidaba de los peques a ratos mientras yo hacía recados, les daba la merienda, dormía a César meciéndolo en su mecedora... Esa misma mañana habíamos estado hablando por teléfono. Iba a preparar unas tortillas para la cena de Nochebuena. Una llamada de teléfono sobre las siete de la tarde cambió nuestro día a día. Esa noche ya la pasó ingresada en urgencias y prácticamente sin ninguna esperanza de recuperación. Días después nos dejaría para siempre. Recuerdo que esa tarde-noche fue todo un caos. Avisé a mi marido de lo que pasaba para que viniese a casa. Estaba en el hospital con su madre. A ella también la teníamos ingresada. Afortunadamente ya está en casa. A César empezó a subirle mucho la fiebre así que hubo que llevarle también a urgencias antes de poder irme al hospital a ver lo que había ocurrido con la iaia. Un caos.
Cuando la situación estuvo controlada y estábamos en casa más tranquilos decidí hablar con los peques. Las Navidades se presentaban complicadas, no iban a ser como lo habíamos planeados y teníamos que decírselo a ellos. La conversación sería sencilla, dura pero sencilla.
A Carla simplemente le dijimos que la iaia María se había puesto muy, muy enferma y que estaba en el hospital. Que se tenía que quedar allí de momento. Que los iaios tampoco podían estar con nosotros porque tenían que estar en el hospital con ella. Y que yo iría algunos ratos a verla. A su pregunta de si se pondría bien le contesté un sencillo y sincero "Aun no lo se, cariño, pero creo que no" A ella le bastó esa explicación. No quiso saber más. No preguntó nada. Siguió jugando como siempre.
Con Marco fue distinto. Marco tiene ya 10 años y comprende perfectamente todo lo que ocurre a su alrededor. Vivió la perdida de su bisabuelo Sento hace ahora dos navidades y la de una tía-abuela a la que consideraba su iaia, y la hija de esta, a la edad de Carla. Él ya sabía lo que supone perder a alguien a quien quieres, pero no por ello se te hace más fácil. A Marco le conté realmente lo que ocurría para que estuviese preparado. Le expliqué en qué consistía un infarto cerebral, las consecuencias que había tenido en su bisabuela (no podía moverse, ni hablar, ni comer...) y las secuelas que le quedarían si sobrevivía. De echo le conté que había muy pocas esperanzas, que lo más probable era que falleciera. Fue una conversación totalmente normal, sin solemnidades, sin dramas. Intenté hablarle con tranquilidad, con seguridad, con confianza. Le dije que si quería visitar a su abuela en el hospital, si quería ir a verla, que me lo dijese. Que él podía decidir si verla o no. Eso sí, le expliqué lo que iba a encontrarse allí. Decidió que no quería verla así. Sus últimos recuerdos con ella eran de la semana anterior merendando en su casa y quería que siguiese siendo así. Compartimos lágrimas, abrazos, besos, palabras de consuelo... y seguimos con nuestro día a día.
César tiene solo dos años así que no pude explicarle nada. No entendía lo que ocurría. Se enfadaba porque no le llevaba con la "iaia Maia". En aquellos días, y aun hoy, tan solo podía decirle... "No está, cariño. La iaia María no está".
Once días después, el 3 de enero, sobre las once de la noche, falleció.
Esa noche, antes de llamar a nadie, antes de arreglarme para ir al tanatorio, antes de nada se lo conté a los peques. En primer lugar hablé con Marco. Tan solo me senté a su lado y le dije "Cariño, tengo que contarte algo. ¿Recuerdas que hablamos que la iaia María estaba muy mal y que no podría recuperarse? Pues ha fallecido. Me ha llamado hace un ratito la iaia Rosa para contármelo." No dijo nada. Me abrazó como si no fuese a soltarme nunca. Yo le pregunté si quería preguntarme algo, si tenía alguna duda, si necesitaba alguna explicación... Su respuesta fue: "No. Lo entiendo perfectamente. Las cosas son como son."
Volví a darle la opción de acompañarnos al tanatorio o al entierro. Le reiteré que lo que decidiese estaría siempre bien. Que si él quería venir conmigo sólo tenía que decírmelo pero sin obligaciones ni compromisos. Que era su elección. Que si quería quedarse me parecía fantástico. Él decidió quedarse con sus hermanos en casa de una amiga (Un millón de gracias). No lloró en aquel momento, no ha llorado aun... Está asumiendo a su manera todo lo ocurrido. Sabe que estamos ahí. Sabe que puede hablar con nosotros cuando quiera, llorar cuando quiera. De momento tampoco ha querido volver a entrar a casa de la abuela. Lo haremos, poco a poco, en cuanto pasen unos días, cuando esté preparado.
Él mismo me dijo: -"Ahora hay que contárselo a Carla" y llamó a su hermana: - "Carla ven. Tenemos que contarte una cosa muy triste." Carla se acercó, la puse sobre mis rodillas y se lo explicamos. Primero puso una casi cómica cara de asombro (recuerdo que incluso me hizo reír durante unos instantes), luego rompió a llorar. La abracé, nos abrazamos todos, lloramos, escuchamos sus tristes lamentos, seguimos llorando... - "Mi iai... que ella me cuidaba muy bien. Iai... Yo la quería mucho... ¿Quién me hará ahora el pan con chocolate? Iai.... Mi iai... " Aun hoy sigo llorando cuando lo recuerdo. La dejamos llorar todo lo que necesitó. De repente dejó de llorar, se giró hacia su padre y dijo: "Papá, la iaia María se ha muerto. Es muy triste." Cambió mis brazos por los suyos y se puso a jugar con él.
Menos mal que César ya estaba dormido en aquel momento. No habría entendido lo que ocurría. Se habría puesto muy triste de vernos a todos tristes. Él también llora cuando todos lloramos aunque no sepa por qué.
El primer día de cole hablé con sus profesoras para que lo tuviesen en cuenta por si veían algún comportamiento distinto, algo reseñable (aunque no lo creo). Simplemente para que lo supiesen ya que sería normal que ellos lo cuenten al hablar de sus vacaciones navideñas.
Hoy hace justo una semana que la enterramos y los peques lo llevan muy bien. Lo tienen presente, pero bien. Al menos eso parece. Yo sigo pendiente de sus comentarios, de sus actitudes, así estoy pendiente por si noto que necesitan hablar de ello. Yo lo llevo peor. Sigo llorando cuando pienso en ella, sobre todo cuando estoy sola. Sigo llorando mientras escribo esto. Pero necesitaba hacerlo. Por mi. Por ella...
Estos días hemos leído "¿Dónde esta Güelita Queta?" Me lo regaló hace un tiempo la dueña de la librería a la que voy y me ha ayudado un poco para normalizar el tema de la muerte y explicarle a Carla que su bisabuela siempre estará con nosotros, en los momentos que compartimos, en todo lo que nos recuerde a ella.
Carla y César sí que han entrado ya en casa de la abuela conmigo. Carla entra, busca en las habitaciones, mira, observa... y si hay alguien más con nosotros le suele decir, muy naturalmente, que su iaia María ha muerto. Inmediatamente se pone a jugar o se sube a casa de mi madre.
César sigue pidiéndome que lo lleve con la "iaia Maia" cada vez que ve su puerta. Yo tan solo puedo decirle... "No está, cariño. La iaia María no está".