La perfección no existe

Por Myriam Cabanillas
Y con este título tan sesudo, parece que he descubierto el hilo negro, ¿verdad?

No es mi intención, pero hay días en los que resulta necesario parar la maquinaria de mi cabeza y reflexionar sobre esto.


En cuanto me dejo llevar por la rutina, las prisas y  obligaciones, lo pierdo de vista. 

Soy una persona muy exigente conmigo misma, demasiado.


Para mi desgracia, esta exigencia mía, no me exime de meter la pata a menudo como a cualquiera. Ser tan exigente no me lleva a ningún sitio, 

Siempre intentando llegar a todo, poder con todo y además, hacerlo todo bien...

Que, que nadie se ofenda ni enfade, que a nadie le falte nada a mí alrededor....

Que la casa este limpia, la nevera llena, la comida preparada, rica, sana y nutritiva...

Los que cumplen años felicitados, los regalos comprados...

Las atendidas, las cuentas impecables, los ahorros en orden, los armarios colocados, los niños perfectamente educados, los deberes terminados, las agendas firmadas...

Los conflictos resueltos, los dramas finiquitados, los favores realizados...

El pelo en orden, la ropa conjuntada, los labios pintados y la sonrisa en la cara.

Podría seguir escribiendo tantas y tantas líneas...

Buscar la perfección es tan cansado, tan agotador, que a veces una siente que no es lo suficiente:


Lo suficiente guapa, buena, organizada, eficiente, amble, capaz... lo suficiente.
Por qué la perfección mal entendida, es la zanahoria que cuelga delante de las narices del conejo y que por más que corra, no logra alcanzar. 

Y esto no es lo que quiero para mis hijos, no quiero que nunca sientan que no son suficientemente algo. 

Quiero que sean responsables y aprendan a esforzarse por aquello que sea necesario.

Quiero que sepan sacar lo mejor de sí mismos en cualquier situación.

Me gustaría que aprendieran que pueden levantarse tantas veces como caigan.

Que sean amables y empáticos, con los demás, pero también consigo mismos.

Pero no a costa suya, no por encima de todo, no por delante de ellos.

Porque sobre todas las cosas que quiero para ellos, está su felicidad.


Siempre he pensado que aprenden más de lo que nosotros hacemos, que de aquello que les decimos, por eso, a veces me tengo que parar, descubrir el hilo negro y pensar que: 
LA PERFECCIÓN NO EXISTE