Que Fray Luis de León fue un intelectual preocupado por los asuntos de su tiempo es bien sabido pero los tiempos eran los que eran. Durante el Siglo de Oro la situación de la mujer no era precisamente apetecible ni envidiable. Como ya vimos en la entrada sobre Usos amorosos del dieciocho en España, de Carmen Martín Gaite, su lugar estaba en el "estrado", en la casa, bien custodiada por el marido y al cuidado de este y de su prole. Un universo el suyo muy limitado.
En La perfecta casada Fray Luis de León nos da una lección en toda regla de cómo ha de comportarse una mujer que ha llegado al feliz estado del matrimonio. Interesante ya este matiz. No le interesa al pensador agustino advertir a las mujeres en general, mujeres entendidas como seres plenos e individuales, sino solo a aquellas que están "completas" al pertenecer a un marido. La mujer como tal solo parece importar en cuanto que mantiene un vínculo- por supuesto de sumisión y acatamiento- con el hombre. Mal empezamos.
La perfecta casada, texto publicado en Salamanca en 1584, consta de XXI capítulos o advertencias en las que el autor hace una exhaustiva descripción de aquellos atributos de que ha de estar dotada una mujer casada y de su adecuado comportamiento dentro de la familia, como ama de casa y en su dedicación a Dios. Todo se articula en torno a los roles de cada una de los dos componentes del matrimonio; la esfera privada y el papel ya mencionado arriba para la mujer y la esfera pública, económica y social del señor de la casa, del varón. Solo así se logrará la armonía y la paz doméstica y conyugal.
Ilustremos lo dicho con algunos fragmentos de la obra:
Capítulo II
"De manera que el hombre que acertase con una mujer de valor se puede desde luego tener por rico y dichoso, entendiendo que ha hallado una piedra oriental, o un diamante finísimo, o una esmeralda, u otra alguna piedra preciosa de inestimable valor. Así que este es la primera alabanza de la buena mujer, decir que es dificultosa de hallar. "
Capítulo IV
"Dios, cuando quiso casar al hombre, dándole mujer, dijo: «Hagámosle un ayudador su semejante» (Gén, 2); de donde se entiende que el oficio natural de la mujer, y el fin para que Dios la crió, es para que sea ayudadora del marido, y no su calamidad y desventura; ayudadora, y no destruidora. Para que la alivie de los trabajos que trae consigo la vida casada, y no para que añadiese nuevas cargas.”
Capítulo XVII
"Y como los peces , en cuanto están dentro del agua, discurren por ella y andan y vuelan ligero, mas si acaso los sacan de allí quedan sin se poder menear; así la buena mujer, cuando para de sus puertas adentro ha de ser presta y ligera, tanto para fuera de ellas se ha de tener por coja y torpe. Y pues no las dotó Dios ni del ingenio que piden los negocios mayores, ni de fuerzas las que son menester para la guerra y el campo, mídanse con lo que son y conténtense con lo que es de su suerte, y entiendan en su casa y anden en ella, pues las hizo Dios para ella sola."
Llamativa y sorprendente es, sin embargo, la alusión que hace en relación a la crianza de la prole por parte de la mujer, no delegando en otras su labor y oficio, al decir:
"(...) y no ponga su hecho en parir muchos hijos sino en criar pocos buenos, porque los tales con las obras la ensalzaran siempre y muchas veces (...)
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