Lo que
se da no se quita, dice un refrán, base para que Gibraltar sea un territorio
autónomo de ultramar, según el Reino Unido, al que Napoleón popularizó como la
Pérfida Albión.
Vuelven
los medios informativos a nombrar a la Pérfida en su último conflicto con
España después de que el gobernador de esa roca de 6,8 kilómetros cuadrados,
que cuando fue entregada en 1713 era menor, impidiera la pesca en un caladero
tradicional de los marineros españoles lanzando bloques con hierros que rompen
las redes.
Lo de
Albión no es un insulto: quiere decir blanco -- de ahí viene Albino o Alba,
como nombres--, por las rocas de Dover, el punto más cercano de Francia.
Napoleón
tomó el adjetivo pérfida de un poeta que pidió en 1793 la invasión de Inglaterra
porque tras la Revolución había llegado la era de los franceses.
Su
visión era que, derrotado el Antiguo Régimen, el Nuevo Régimen debía crear un
Nuevo Imperio, derrotando al inglés, contando además con que, tras Utrech, el
español era un anciano decrépito que pronto acabaría troceado.
La
Pérfida Albión aprovechó todas las debilidades de sus rivales para beneficiarse.
A Gibraltar lo hizo crecer, a veces, con ingenua ayuda española, al darle más
territorio para luchar contra una epidemia, permitirle construir un aeropuerto,
o concederla buenistas prebendas zapateriles.
Si
Mariano Rajoy vence en este conflicto diplomático a Cameron habrá demostrado
voluntad de defender la soberanía española, también frente al Pérfido Artur
Mas: ambos retos territoriales están relacionados, y no solo recordando 1713.
Si mantiene la habitual blandura española, Gibraltar seguirá creciendo frente a las resoluciones de 1966 y de 1967 de la ONU que reconocían su situación “colonial”, y el Pérfido Mas encontrará más justificados sus sueños independentistas para reducir España.
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SALAS