Vacío perfecto es una obra excelente; un alarde de destreza dialéctica e inteligencia, calculado absurdo e iguales dosis de fantasía e imaginación, de modo que algunos de sus pasajes no pueden dejar de resultarles soberbios incluso al lector más crítico.
Y como me ha gustado tanto, he escogido cuatro párrafos para comentarlos aquí; no por fuerza los mejores, pero sin duda notables, sobre todo teniendo en cuenta la década (los 70 del siglo pasado) en que fueron escritos, lo cual debería bastar para hacernos una idea de las impresionantes dotes visionarias y proféticas de Lem. Las cuatro citas pertenecen a Pericalipsis, una de las “reseñas” que contiene el volumen.
I. Es posible hacer una obra creativa de valor cuando hay resistencia, bien del medio, bien de la gente a quien la obra se dirige; pero, dado que tras el colapso de las prohibiciones religiosas y la censura uno puede decir todo lo que le dé la gana, y dado que, con la desaparición de aquellos oyentes que estaban atentos a cada palabra, uno puede gritarle lo que quiera a quien quiera, la literatura y toda su afinidad humanista es un cadáver cuya avanzada descomposición se oculta testarudamente por el pariente más cercano. Por consiguiente, uno debería salir en busca de nuevos terrenos para la creatividad, ésos en los que puede encontrarse una resistencia que le confiera un elemento de amenaza y riesgo –y con él importancia y responsabilidad– a la situación.
Con este interesante postulado Lem parece sugerir que sólo hay mérito en el arte cuando se opone a algo o a alguien (prohibiciones, ceusura, poder), cuando la actividad creativa implica algún riesto para el artista, y que la impunidad actual (recordemos que estamos en la Polonia socialista) para las humanidades no puede producir nada que valga la pena.
Por supuesto, podemos refutar que no hay motivo por el que la creación artística exenta de peligro no haya de rendir nada bello ni meritorio, pero incluso así, debemos admitir que hay algo –si no mucho– de verdad en la afirmación de Lem. En este momento, por ejemplo, no se me ocurren muchos libros (u obras de arte en general) valiosos cuyos autores no se enfrentaban a nada o a nadie cuando los crearon; no se me vienen a la mente muchas películas –digamos– o novelas cuyo demiurgo no estuviera intentando romper esta o aquella regla, derribar un mito o contrarrestar un poder; en resumen: que no intentara ir en contra de, sea una opinión prevaleciente, un prejuicio común, una corriente de pensamiento, un mantra cultural, etc. Después de todo, ¿no es el arte cambio?; la propuesta de nuevas ideas, ¿no significa casi siempre algún tipo de desafío? Y si es así, ¿qué desafío hay donde todo se permite, tolera y acepta? Uno debería salir en busca –nos dice Lem– de nuevos terrenos para la creatividad, donde alguna ameneza le dé importancia y responsabilidad a nuestro trabajo. Y esto me suena perfectamente razonable, porque si escribimos lo que todo el mundo quiere leer, decimos lo que todo el mundo quiere escuchar o mostramos lo que todo el mundo quiere ver, estaremos –sí– complaciendo a la gente, pero quizá no estemos creando nada de mucho valor.
(Nótese, no obstante, que Estanislao Lem era un consumado granuja y constantemente hacía de abogado del diablo por el mero placer de probar sus dotes oratorias o el alcance de sus falacias; y muchas de sus chocantes aserciones deben leerse con una buena dosis de escepticismo, cuando no de desconfianza. De hecho, en una de las otras “reseñas” compiladas en Vacío perfecto viene a afirmar casi lo opuesto a lo que dice en Pericalipsis (que “los profetas de la aridez inventiva” son ” perversos criptonihilistas”) con argumentos tan sólidos como los que aqui emplea.)
II. Nuestra poderosa civilización se esfuerza en producir mercancías lo más perecederas posible en embalajes lo más duraderos posible. El producto fungible ha de ser reemplazado enseguida por uno nuevo, y esto es bueno para la economía; la durabilidad del embalaje, por otra parte, dificulta su eliminación, lo cual redunda en nuevo desarrollo de tecnología y organización. Así el consumidor lidia personalmente con cada consecutivo cachivache inútil, mientras que para la eliminación de los envoltorios se requieren programas antipolución especiales, inteniería sanitaria, coordinación de esfuerzos, planificación, plantas de purificación y descontaminación, etcétera.
III. Si hallar cuarenta granos de arena en el Sahara significase salvar al mundo, no se encontrarían con más dificultad que otros cuarenta libros mesiánicos, escritos hace ya mucho tiempo, pero perdidos bajo estratos de basura.
En línea con la primera cita de más arriba, ésta parece implicar –o más bien, claramente afirmar– que todo lo que vale la pena escribir ha sido ya escrito con anterioridad, y que todo lo demás, el resto de la literatura a lo largo de la historia, no es más que basura que sólo sirve para estorbar la búsqueda y lectura de esos pocos buenos libros.
Está claro que esto es una exageración, una idea en la que el propio Lem no podía honestamente creer, o de lo contrario no habría podido escribirla; pero debemos admitir que tiene su miga. Porque, ¿cuántos de esos libros mesiánicos -como él dice, refiriéndose a trascendentales, entiendo yo- se han escrito alguna vez? O pongámoslo al revés: ¿qué porción de la sabiduría universal, digna de ser leída y asimilada, no cabría en una buena selección de cuarenta textos? (O digamos cien, o incluso mil si se quiere, pues poco varía la validez del argumento.) ¿Cuántos libros realmente meritorios quedarían fuera de una tal selección? ¿Un uno por ciento de toda la literatura, quizá? No parece mucho. El problema es (y en esto tengo que coincidir con Lem, exagere o no) que hay tanta basura sofocando y enterrando a esos cuarenta libros como hay granos de arena en el Sáhara.
IV. El cultivo moderado del talento, su innata maduración lenta, su cuidadoso desbroce, su selección natural en el ámbito del buen gusto, son fenómenos de un tiempo pasado que murió sin descendencia. El último estímulo que aún funciona es un poderoso aullido; pero cuando más y más gente aúlla, empleando más y más potentes amplificadores, nuestros tímpanos estallarán antes de que el alma llegue a aprender nada.
Con esta cita, que vuelve hacia la primera, cerramos el círculo. Cuando la leí, me pregunté: ¿estaba Lem pensando en el Renacimiento, ese período de la historia en que, al parecer, el talento crecía, maduraba y envejecía lentamente como un buen vino? Es innegable que el hombre siempre ha tenido cierta propensión a pensar que todo tiempo pasado fue mejor, pero… ¿quiere eso decir que tal pensamiento es erróneo?, y en cualquier caso, ¿no es al menos cierto referido a nuestro tiempo? Y si este superdotado escritor polaco pensaba, en 1979, que ya entonces el último estímulo que funcionaba era “un poderoso aullido”, el cual más y más gente estaba en posición de emitir con potentes amplificadores, ¡Dios mío!, ¿que habría pensado el pobre diablo si hubiese podido ver la sociedad de ahora? Sea como fuere, hay que admitir que fue un verdadero visionario y futurólogo. Hari Seldon en persona no podría haberlo hecho mejor. Porque que me cuelguen si la situación que Lem describe no es la de nuestros días: uno de cada dos ciudadanos parece tener mal gusto, opiniones atolondradas, y en posesión de los dispositivos “amplificadores” necesarios (un ordenador y una consxión a internet), está dispuesto a emitir su poderoso aullido hacia el mundo. Pero, inmersos en todo ese ruido, es verdad que nuestros tímpanos estallarán antes de que nuestra alma pueda aprender nada…