La perla del Báltico

Por Yopo
Ya han pasado varios días desde mi regreso a territorio español, tras mi aventura por Europa, y puedo decir que ha sido sensacional. Conocer en tan poco tiempo tantos sitios diferentes resulta agotador, pero al mismo tiempo, poder comparar distintas culturas y ciudades, en el mismo viaje, es muy enriquecedor. Como Estocolmo, Helsinki y París han dado mucho de sí, he decidido dedicarles tres sendas entradas, una por cada ciudad, y de este modo, intentar descubriros parte del tesoro que esconden cada una de ellas. Para no saturar, no las escribiré seguidas, intentaré seguir variando un poco. Por el momento, hoy, Estocolmo.

Ciudad bien llamada la perla del Báltico, y una de las más espectaculares que he visto nunca. Entra directamente a mi top 3, sin duda. Estocolmo es una ciudad de disfrutar a pie, de atractivo cultural, pero más bien de contemplar el monumento que constituye por sí misma. Tuvimos la suerte de alojarnos en el barco Af. Chapman, un velero anclado en el mar, delante de Gamla Stan, el casco antiguo de la ciudad. Las vistas desde el camarote, hablan por sí solas.


Gamla stan es la mayor atracción de la ciudad. Callejear por sus estrechas calles, sus casas de tonos naranjas, amarillos y verdes, te transporta al pasado. Disfrutar de los paseos por el empedrado pavimento, o admirar el colosal palacio real, y su cambio de guardia, es sólo el principio. Nos quedaba la catedral, donde se casó recientemente la princesa Victoria de Suecia; la plaza Stortorget, que con sus edificios amarillos y rojos, ponen la nota de color, y constituyen la típica imagen del centro de Estocolmo. En la plaza Stortorget tomamos uno de los mejores latte macchiato de mi vida, acompañados de los dulces típicos de toda Escandinavia, los bollos de canela. Tienen una variedad de dulces y chocolates increíble, y los de canela están riquísimos! así que si alguien conoce la receta, que me la pase, porque en el poco tiempo que estuve por el norte me hice fan de ellos. Por ahí también se encuentra la iglesia de Riddarholmen, en una islita anexa a Gamla Stan, y la iglesia alemana, que con sus campanarios en punta le otorgan a Estocolmo su reconocida silueta. Y para terminar, en una isla cercana se ubica el Stadshuset, el ayuntamiento de Estocolmo, donde se clausuran los premios Nobel, que es un edificio impresionante, de millones de ladrillos rojos.



Los cuatro días que estuvimos, nos hizo solecito la mayor parte del tiempo, y un frío tolerable en torno a los cero grados. Aún quedaban partes de mar congeladas, y era un gusto ver la luz del sol reflejarse en las planchas de hielo flotando en el agua. Todos los canales de Estocolmo, o las extensiones de mar entre las diferentes islas, llamadlo como queráis, estaban pobladas de cisnes y patos, que acompañaban al sol con sus movimientos. Atravesamos los canales por los numerosos puentes que unen las distintas partes de la ciudad, pero tambien en ferry, que funcionan muy bien, y que permiten obtener vistas de la ciudad inmejorables.


Aprovechamos el buen tiempo para acercarnos a Skansen, un museo al aire libre sobre Suecia, en el que se pueden ver los animales del país, las antiguas formas de vida, y la cultura y arquitectura de la zona. Fue muy interesante, a pesar de las cantidades de nieve acumulada en esa especie de parque natural, que nos dificultó un poco la visita. En Skansen aprovechamos para esquiar, o algo parecido, con esquís del siglo pasado, y movernos con trineos que nos prestó la organizacion. Fue muy divertido.

Hablando de museos, uno que no nos perdimos fue el Museo Vasa. Dedicado a un galeón del siglo XVI que se encontró en la bahía de la ciudad, y se restauró integramente, para ser colocado a escasos metros de su sitio de hallazgo, en uno de los museos más impresionantes que he visto. Tener el Vasa a un palmo de ti, ver cómo se levanta 60m metros sobre tus ojos, e imaginarte lo que fue en un pasado, es una sensación indescriptible.

Pero Estocolmo también es vida moderna, cosmopolita y diversión. Nos acercamos al centro, en torno a la plaza Sergel, con su reconocido obelisco de cristal, una plaza repleta de vida, centros comerciales y lugares de ocio. No muy lejos de alli está el Stockholm Ice bar, en el que ya teníamos previsto entrar. Es otra de esas cosas que no se olvidan mientras vivas. Nos pusieron una capa superabrigadita al entrar, y de ese modo no pasamos nada de frío. Las paredes, los asientos, las columnas y mobiliario, todo de hielo! Incluidos los vasos, donde se servía la copa. Muy, pero que muy original!
Fue una lástima tener que dejar tan magnífica ciudad, pero nuestro siguiente destino esperaba: La heladora e intimista Helsinki, no sin antes disfrutar del crucero por el Báltico, que me permitió contemplar uno de los más bellos paisajes que he visto jamás. Aún queda mucho que contar!