Aunque tradicionalmente se presenta la sociedad del Occidente Medieval como plenamente cristiana a partir de la Plena Edad Media dicha idea es totalmente falsa. En efecto, la continuidad de elementos propios del paganismo clásico durante la Alta Edad Media es más que evidente. Frente a esta situación vemos como aunque las ciudades, que han iniciado su decadencia, han sido convertidas en gran medida el campo persiste en sus cultos tradicionales.
Con el paso del tiempo la aparición de las órdenes monásticas va a suponer un paso decisivo en el avance del cristianismo en tierras rurales. Sin embargo, la religiosidad de estas zonas va a presentar características muy diferenciadas a las doctrinas de la religión oficial defendida por la Iglesia. Vemos, de esta manera, como las tradicionales creencias paganas de muchos pueblos son cubiertas con una ligera capa de doctrinarismo cristiano. Pero el triunfo de la religión católica se afianza a lo largo de este largo período de la historia occidental precisamente por esto: por la capacidad de asimilar elementos de otras religiones y presentarlos como algo propio (sincretismo).
La aparición del Santo Oficio supone, ya en plena Edad Media, el siguiente paso. Vemos como ahora la Inquisición va a realizar numerosos procesos contra prácticas de brujería y supuestos cultos satánicos en la campiña europea, detrás de los cuales se encuentran, en numerosas ocasiones, creencias que se habían mantenido en estas poblaciones a través de los siglos. Creencias que, aún, se van a mantener en muchas regiones hasta etapas bien tardías.